Para algunas personas, el cambiarse de casa es una rutina anual o tal vez más frecuente. Hasta parece una manera normal de vivir para las personas cuyos intereses de negocios y profesiones requieren constantes cambios. Lo ven como un mal necesario y trabajan para aminorar el trastorno que esto trae a su vida.
El mudarse de casa no debe incomodar ni dañar a nadie. Una mujer madura y bien centrada, quien ahora es una Científica Cristiana, admitió haberse cambiado de casa con tanta frecuencia durante su niñez, que asistió a dieciocho escuelas. Y hace hincapié en que no le hizo ningún daño. Pensando sobre ello ahora, a la luz de lo que la Ciencia Cristiana le ha enseñado respecto a hogar, dice que ha comprendido que cambiarse de casa no es idéntico a cambiarse de hogar. “El hogar no es un lugar sino un poder”, Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1966), pág. 156; se dice que expresó una vez la Sra. Eddy. Es obvio, entonces, que nuestro gozo del poder del hogar no se altera al cambiarse de ubicación material.
El hogar no es un edificio material, sino una idea espiritual dada por Dios. Esta idea es heredada por cada hijo individual de Dios y se expresa ahora en un estado de consciencia resplandeciente con esas cualidades espirituales que nosotros asociamos con hogar y que hacen que la vida sea una bendición — paz, seguridad, amor, gozo, compañía y muchas más.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!