Ir dejando la infancia atrás puede ser, a veces, bastante doloroso. Para mí, fue una experiencia complicada por el hecho de ser negro residente en una comunidad fundamentalmente blanca. Generalmente la combinación de estos dos factores me hacía sentir inseguro. Pasaba desapercibido. Nunca me hacía notar, no hablaba ni me animaba a hacerme ver. A más de ser larguirucho y de padecer de la mayoría de los problemas de relación que enfrentan los adolescentes, tenía la impresión de que los demás no me juzgarían por lo que yo era. Primero, me veían como a una persona de color, lo que solía colocarme en una posición penosa y difícil. Luego me veían como adolescente, cosa de por sí ya bastante mala.
Aunque finalmente pasé los difíciles años de la adolescencia, no por ello cambió el color de mi piel, y los problemas con él vinculados me parecieron más agudos y perturbadores. No importaba qué hiciera, cómo me vistiera o qué dijera, la gente siempre me colocaba en una categoría diferente: no diferente en el plano bueno sino diferente en el plano malo. Desesperadamente quería que se me considerara en pie de igualdad, y para entonces ya no estaba muy seguro de que lo era. Me llevó un tiempo saber que sí, lo era.
Más tarde comprendí que no podía buscar la igualdad mientras yo mismo no creyera y entendiera que yo era igual — y ya había descubierto que tratar de ser igual a los blancos era una meta arbitraria. Después de todo, algunos de ellos no eran particularmente buenos. Necesitaba, pues, algo más concreto con lo cual identificarme.
Aunque había sido educado como Científico Cristiano y había recibido una excelente enseñanza en la Escuela Dominical, me llevó algún tiempo aplicar la Ciencia Cristiana a esta situación. Había recurrido a esta Ciencia para curarme de enfermedades y dolencias físicas, pero no para curar mi concepto de mí mismo.
Mi decisión de profundizar el estudio de la Ciencia Cristiana me produjo al principio un amargo desencanto. Pensaba que la Sra. Eddy no había dicho prácticamente nada acerca de los negros. En aquel tiempo no encontraba en sus obras ninguna orientación o información que explicara de qué manera los negros, los hispanos, u otros individuos de grupos minoritarios pudieran encuadrar en su movimiento. Tenía la impresión de que su descripción del hombre dada en su Ciencia y Salud se refería a los blancos. Sus escritos no parecían incluir ninguna condenación de aquellos que discriminaban contra mí, ni justificaban la venganza. Ninguna de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana parecía ofrecerme la solución que yo quería para este torturante problema.
Sin embargo, yo sabía que la Ciencia Cristiana era eficaz. Había tenido curaciones. Había tenido amigos en la Escuela Dominical que, pese a nuestro origen racial diferente, me habían apreciado por mis cualidades. En consecuencia, seguí leyendo Ciencia y Salud. Leí una y otra vez esta declaración acerca del hombre: “El hombre es idea, la imagen del Amor; no es corpóreo. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; es el término genérico de todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios...” Ciencia y Salud, pág. 475; Finalmente percibí que yo debía ser una expresión del hombre espiritual. Que debía tener mi lugar en alguna parte en esta idea de hombre genérico. Que no era yo corpóreo, sino la imagen del Amor.
Ahora, sí, tenía que profundizar. Todo comenzó a tener sentido. Tuve una sensación de gran aventura al comenzar a examinar los pasajes familiares provisto de este nuevo entendimiento. Ciertamente había esperanza. Leí, pensé, medité, oré.
Un día comprendí que Cristo Jesús y sus discípulos, en cierto sentido, eran una familia. Entre sus seguidores más fieles se contaron pescadores y un recaudador de impuestos. Quienes siguieron sus enseñanzas manifestaron diversidad de culturas, de condiciones sociales y de edad. Si esto había sido cierto entonces, bien podía serlo para nosotros ahora. Vi que, como negro, yo podía formar parte de esa familia de los seguidores de Jesús y ser tan valioso y perceptivo como cualquier otro, porque tenía mi lugar en la gran familia del hombre de la creación de Dios.
Un día, mientras leía la parábola del buen samaritano, percibí una nueva perspectiva. Siempre me había identificado con el hombre que había sido despojado, herido y dejado sangrante en el camino. Siempre había querido que alguien me consolara y se ocupara de mí. Había querido que la gente me aceptara. Pero ahora mi punto de vista cambió. Me pregunté, en cambio: “¿Qué puedo hacer para cuidar y consolar al prójimo, incluso a mi prójimo blanco?” Se me ocurrió que necesitaba comenzar a actuar, a actuar de acuerdo con el Amor, a expresar una actuación que manifestara e ilustrara mi reconocimiento de la unidad del hombre con Dios, mi unidad con Dios y Su creación. Al tomar la iniciativa de expresar un amor activo comencé a obedecer los dos mandamientos que Jesús consideró básicos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39; Comprendí que si quería ser considerado en pie de igualdad debía primero tratar yo a los demás como iguales. Y todos somos iguales, aunque singulares, con un solo Padre-Madre Dios, el bien, como fuente de nuestro ser.
Con esta nueva visión de mí mismo y esta disposición a obedecer los mandamientos de Jesús encontré identidad, consuelo y seguridad: igualdad. Comprendí que la Sra. Eddy, cuando habla del hombre, habla del hombre de Dios, el hombre espiritual, y no de los mortales. Comprendí que no se identifica al hombre como blanco ni tampoco como carente de color, sino que expresa el color, según la Sra. Eddy lo dice en otra parte de Ciencia y Salud: “El pensamiento será finalmente comprendido y visto en toda forma, sustancia y color, pero sin acompañamientos materiales”.Ciencia y Salud, pág. 310.
Tomando en cuenta la importancia que la Ciencia Cristiana da a la familia universal del hombre, cabe esperar que haya habido personas de distintas razas identificadas con el movimiento de la Ciencia Cristiana desde sus primeros tiempos. Recientemente descubrí un dato histórico muy satisfactorio a este respecto que servirá de apoyo a todos los que estén tratando de resolver esta cuestión de la inclusión, esto es, de tener “raíces” en la Iglesia de Cristo, Científico. Los negros han sido participantes activos en nuestra iglesia desde la época de la Sra. Eddy y, en efecto, por lo menos tres de las Abejas Laboriosas, un grupo de niños que juntó dinero para contribuir a la construcción del Edificio Original de La Iglesia Madre hace más de 80 años, eran de raza negra.
La Sra. Eddy nunca consideró que el color fuera un obstáculo a la capacidad espiritual ni tampoco un indicio de ella. Dios ciertamente no reconoce restricción alguna de la bondad del hombre. Y, por tanto, yo tampoco. Soy libre para comprender y probar mi igualdad. La amo y trato de vivirla.