Hace muchos años, al comienzo de este siglo, mis padres conocieron la Ciencia Cristiana. Los médicos le habían dicho a mi mamá que no podría sobrevivir la grave condición asmática de la que estaba padeciendo. Mi papá, desesperado, la llevó a Atlantic City, Nueva Jersey, porque los especialistas de esa época dictaminaron que el aire allí era más fácil de respirar y que podría contribuir a aliviar el dolor.
En el hotel, una pareja de activos y dedicados Científicos Cristianos, que estaba de vacaciones, ocupó la habitación adyacente. Las dos parejas pronto se hicieron amigas. Ante la evidente necesidad de mi mamá, estos nuevos amigos le ofrecieron la bendita liberación que es la Ciencia Cristiana. Empezaron leyéndole en voz alta Ciencia y Salud por la Sra. Eddy mientras se soleaban en la rambla durante las tardes. Pronto mi mamá quiso tener un ejemplar de este libro, y lo tuvo; mi papá le leía, a menudo, hasta tarde en la noche. En una ocasión, durante el tercer mes de su estadía, mi mamá tiró los quince o más diversos medicamentos que estaba tomando, incluso la morfina, y los dejó para siempre. Además de haberse curado del asma, sanó del vicio de la morfina. Mis padres se convirtieron en fieles y consagrados Científicos Cristianos. Tomaron instrucción en clase y por muchos años trabajaron activamente en la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, local.
Durante mucho tiempo padecí de la misma enfermedad, el asma, que había atormentado a mi mamá. Esto no me permitía llevar una vida totalmente normal. Si bien pude hacer la mayoría de las cosas que debía hacer mientras fui estudiante, y después tuve una activa vida en los negocios, tenía lapsos que me mantenían inactivo por cortos períodos. En cada recaída oraba para comprender mi verdadera relación espiritual con Dios como Su imagen perfecta, y a los pocos días volvía a mi trabajo, sintiéndome fuerte y sano, pero todavía temiendo la enfermedad.
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