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Liberado de la influencia del juego

Del número de octubre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“¡Diosa fortuna, favoréceme esta noche!”

Ésa es a menudo la ferviente oración del jugador antes de tirar los dados o insertar la moneda en una máquina de juego. No obstante, el jugador probablemente será el primero en admitir la total inconstancia de su diosa favorita — la suerte. Hoy en día este ídolo parece gozar de creciente ascendencia sobre el primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3;

No es sólo el jugador empedernido el que adjudicará injustificables poderes al azar. Individuos bien intencionados y comunidades enteras se han rendido a las presiones para hacer del juego parte integral de su vida. Sin embargo, la gente está empezando a reconocer que el juego legalizado, lejos de ayudar a la comunidad, fomenta un ambiente insalubre e inmoral, subvencionando el crimen organizado y aumentando los gastos del estado en asistencia pública. Ni siquiera proporciona al estado la esperada ganancia. En efecto, una comunidad que depende del juego no sólo tiene un alto riesgo económico y criminal sino que la gente se aferra más firmemente en la creencia destructiva de que el bienestar y el gozo del bien están sujetos a los caprichos de la suerte.

Sea cual fuere la apariencia con que la suerte atraiga a sus adherentes, todos estarán de acuerdo en una cosa: el azar no tiene nada que ver con la ley absoluta, la ley de Dios. En la proporción en que esta ley, a la cual Cristo Jesús estaba totalmente comprometido, se aplique a los asuntos humanos, asegurará el orden, el bienestar continuo, un bien en el que se puede confiar y una perfecta seguridad. El Mostrador del camino nos reveló en cierta medida que no hay casualidad en esta ley omnipotente al proveer instantáneamente alimento para las multitudes, al apaciguar las violentas fuerzas físicas y al vencer la más temida de las suertes — la muerte. Antes de alimentar a las multitudes Jesús demostró su confianza en la ley de Dios dándole gracias al Padre. Al calmar la tempestad, reprendió al mar y al viento con la autoridad de quien comprendía el gobierno inalterable de la ley divina. Al resucitar a Lázaro de la muerte, Jesús primero afirmó su fe en la ley de la Vida única y eterna y alzando los ojos a lo alto dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”. Juan 11:41, 42; No hubo ninguna indicación de que él pensara que esto era obra de la casualidad.

¿Qué es esta ley, que al comprenderla Jesús pudo anular las pretensiones de las caprichosas fuerzas materiales, cuyas frágiles relaciones, choques destructivos, y absurdas evoluciones son conocidas colectivamente como casualidad? Es, en pocas palabras, el hecho de la totalidad del Espíritu, la verdad del gobierno de Dios sobre toda la creación, Su preservación de la acción inteligente y armoniosa en todo Su universo espiritual.

La Sra. Eddy declara: “La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy Todo’; y esta ley perfecta siempre está presente para rechazar cualquier pretensión de otra ley”.No y Sí, pág. 30. Por tanto el entendimiento de esta ley de la totalidad de Dios es capaz de destruir creencia en el mal, porque esta ley es la verdad. Dios, el Espíritu, realmente es Todo, y nosotros verdaderamente somos Sus hijos; vivimos en Él, no en la materia. Por tanto, el mal jamás ha sido parte de nosotros. La totalidad del Espíritu no deja lugar para que opere otra inteligencia o poder, porque, siendo Dios el Todo-en-todo, Él es el único. Esta declaración fundamental de la Ciencia del ser rechaza enteramente la falsa creencia de que hay una fuerza o ley material, sin dios, imposible de predecir, que puede interferir en la vida del hombre y convertirla en un juego de azar mortal. A medida que lo comprendemos, explica la Ciencia Cristiana, sanamos de la creencia en la suerte y del deseo de jugar. Comenzamos a dejar que la ley invariable de Dios, la ley del bien infinito, gobierne nuestra vida.

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