Una de las grandes controversias sociales y políticas de nuestros tiempos es la de los derechos humanos. Esta controversia está siendo objeto de intensas negociaciones en las Naciones Unidas y de un intercambio diplomático más extenso entre los gobiernos.
Por largo tiempo ha habido cierta percepción de que los derechos de la humanidad proceden de algo más elevado que de un origen humano. Desde el comienzo hasta el fin la Biblia nos asegura que el hombre es hijo de Dios, creado a la imagen y semejanza de Dios y, por tanto, dotado con derechos divinos. Los que prepararon la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos comenzaron con lo que la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy, denominó “aquel sentimiento inmortal”, y el cual parafrasea así: “El hombre está dotado por su Hacedor con ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la busca de la felicidad” (ver Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 161).
Pese a lo noble de esta declaración, su aplicación a través de la historia ha sido en algunas ocasiones demasiado amplia y en otras demasiado limitada. En nuestra época a menudo se trata de extenderla para incluir en ella privilegios o beneficios presentados como derechos. Por ejemplo, el “derecho” a empleo (o el “derecho” a ciertos pagos o beneficios de parte del gobierno), necesita una definición muy cuidadosa antes de que, en justicia, pueda ser reconocido tan siquiera como un derecho humano.
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