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Entendiendo al Cristo sanador

Del número de abril de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Solía yo pensar que la metafísica era como una escalera. Que cada demostración de la verdad acerca de Dios y del hombre nos haría entender más al Cristo; y cuanto más alto subiéramos, tanto más segura sería nuestra habilidad para sanar. Pero ahora me parece que la metafísica se asemeja más a un círculo. Cuanto más entendemos al Cristo, la Verdad, se hace más evidente que la escalera es una ilusión de la mente humana. El último escalón no es sino un preludio de un nuevo concepto del primero.

Tomemos como ejemplo el concepto del Cristo. Quizás nuestra primera experiencia en la Ciencia del Cristo, la Ciencia Cristiana, fue una curación. Entendíamos poco de la metafísica de Dios y del hombre pero, de alguna manera, fuimos lo suficientemente humildes como para reconocer que hay un poder mayor que nuestra creencia de vida en la materia. En este estado de humildad, se nos manifestó la Verdad, el Cristo, y fuimos sanados.

A menudo estas primeras curaciones son rápidas y decisivas. Entonces empezamos a estudiar Ciencia Cristiana para aprender más sobre el Cristo sanador, y por cierto que aprendemos. Se nos hace más claro la nada total de la materia. La totalidad del Espíritu, Dios, se convierte en la base de nuestro progreso. Y la perfección del hombre como reflejo espiritual de Dios se transforma en un hecho lógico que aprendemos a demostrar poco a poco — cada paso en este aprendizaje es alguna forma de curación. Luego, a medida que nos vamos elevando, encontramos que necesitamos de menos palabras o del razonamiento humano y, finalmente, nuestro primer concepto del Cristo — esa sensación maravillosa de iluminación divina cuando la Verdad invisible nos asegura que todo está bien y sanamos — se convierte en nuestro concepto más avanzado del Cristo. Una vez más la curación es espontánea. Esto también necesita de un entendimiento mayor, y proseguimos, si es que hemos de progresar, alrededor del círculo.

Puesto que somos individuales, no todos progresamos de la misma manera. Y como los escalones son una ilusión de la mente humana, la creencia en el concepto de la escalera metafísica también incluye la creencia de que no solamente algunos de nosotros estamos más arriba que otros, sino que algunos se equivocaron de escalera. A esto lo denominamos metafísica “correcta” o “incorrecta”.

Esto no significa que todos tengan razón, no importa qué sistema de metafísica adopten, sino que la base para establecer lo que es correcto es a menudo el mero orgullo de una interpretación personal — la nuestra, tal vez, o la que nos fue transmitida por un excelente maestro quien nos dio lo que él comprendía en ese momento de su desarrollo espiritual. Lo que nos dio fue válido, pero no con exclusión del concepto que otra persona haya descubierto en su sendero “ascendente”.

La norma de la perfección, nuestra pauta en la comprensión de la Ciencia Cristiana, está establecida en su libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. “La norma de la perfección”, dice simplemente el libro, “fue originalmente Dios y el hombre”. Y la autora pregunta retóricamente: “¿Acaso habrá rebajado Dios Su propia norma, y habrá caído el hombre?” Ciencia y Salud, pág. 470; Todos los estudiantes de Ciencia Cristiana tienen que estar de acuerdo con esta norma original, ya sea que se consideren subiendo una escalera o dando vueltas alrededor de un círculo. Pero el concepto de la escalera abre el camino al orgullo, lo que a la vez lleva a la división. El concepto del círculo nos lleva a través de la humildad, a un mayor aprecio de los demás y a la unidad. En un círculo nunca podemos estar seguros de si otra persona está detrás o delante de nosotros.

Cuando vemos que la altura metafísica a la que hemos llegado gracias a años de estudio es equivalente a la percepción de un niño pequeño, o tal vez a la de un adulto que acaba de conocer la Ciencia Cristiana, empezamos a comprender la parábola de los obreros que relató Cristo Jesús. Los obreros que trabajaron todo el día recibieron el mismo jornal que los que trabajaron sólo una hora. Jesús concluyó la parábola con el siguiente comentario: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros...” Mateo 20:16;

El progreso metafísico que conduce a la habilidad sanadora no es el resultado del tiempo ni del afán, sino de la comprensión espiritual. Y la comprensión espiritual no es algo que un ser humano hace; es algo que el Espíritu, Dios, imparte. La Sra. Eddy escribe: “Este entendimiento no es intelectual, no es el resultado de conocimientos eruditos; es la realidad de todas las cosas sacada a al luz”.Ciencia y Salud, pág. 505;

¿Qué necesitamos entonces para realizar una mejor obra sanadora? ¡Humildad! “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Mateo 5:5; Es necesario que, cual niños pequeños, contemplemos, maravillados, pero llenos de confianza, la manera en que nuestro Padre-Madre, el Amor divino, crea y gobierna el universo. Y es menester que estemos satisfechos con el hecho de que la más grande y elevada posición en el universo del Amor es la de ser hijo del Amor divino. Con esta humildad reconoceremos lo que el Amor ya ha provisto para todos. Veremos que la Biblia es una historia del advenimiento humano de la idea espiritual. En Ciencia y Salud encontraremos que la revelación de la realidad divina se evidencia ahora, original, nueva, a medida que vayamos estudiándolo.

Cuando el orgullo que sentimos por nuestra comprensión intelectual de conceptos tales como lo absoluto y lo relativo, la coincidencia de lo humano con lo divino, la preexistencia, cómo encarar el magnetismo animal, los pasos a seguir en un tratamiento por la Ciencia Cristiana, se somete a la humildad, las vías del pensamiento se abren al caudal de ideas que vienen de la Mente divina al hombre. Entonces comenzamos a ver el “río limpio de agua de vida... que salía del trono de Dios y del Cordero”. Apoc. 22: 1; Este caudal de ideas que nos viene a todos es la vida misma de todo aquel que quiere estar consciente de la verdad sanadora y quiere practicarla. Cuanto más progresamos, vemos con más claridad que la Mente divina imparte el entendimiento espiritual tanto a los que están empezando como a los que hace años que están estudiando y llevando a la práctica la Ciencia Cristiana. En realidad, es esta habilidad de reconocer el amor y el cuidado que Dios tiene para con todos, lo que da la habilidad para sanar. La diferencia entre alguien que no sabe cómo sanar y alguien que sabe, no está en la acumulación de conocimientos, sino en el reconocimiento de la definición que Dios, la Mente, da de Su propia idea, el hombre. Y esta definición se manifiesta a todo aquel que es lo suficientemente humilde como para reconocer en los demás la expresión que Dios evidencia de Sí mismo.

El Amor divino siempre define a su idea, el hombre, como su propio reflejo espiritual. Porque Dios es infinito, el hombre es definitivamente ilimitado. Porque Dios es puro, el hombre es totalmente puro y perfecto. Porque Dios es Vida inmortal, la existencia del hombre no puede tener fin. El hombre nunca puede estar enfermo ni morir. Él vive porque Dios es.

La primera vislumbre de esta verdad puede parecer una luz incomprensible. Pero es un momento de consciencia divina. A medida que progresamos, aprendemos a explicar la verdad. Empezamos a entenderla en términos que puedan explicarse al intelecto humano. Si creemos que somos más semejantes a Dios por nuestra comprensión intelectual, puede que gradualmente asumamos un estado elevado, pero ésta no es una elevación legítima, y nuestra habilidad para sanar no mejora. Pero si en nuestro aprendizaje llegamos a comprender la verdad en términos que traspasen el intelecto humano y lleguen a la idea divina — sintiendo más vívidamente el amor del Padre-Madre, la Mente, el Amor divino, y apreciando cada vez más la condición de la idea de la Mente como está reflejada en cada persona — logramos la habilidad de dejar que la luz se exprese en nosotros. El momento de consciencia divina se convierte en un acontecimiento que se hace cada vez más natural. Aprendemos a sanar consistente y decisivamente.

Cuanto más estudiemos, más debiéramos reconocer en el pensamiento semejante al de un niño la pureza e inocencia por medio de las cuales se evidencia la consciencia divina. Y si adelantamos por medio de la humildad, aprendemos a defender nuestra propia pureza e inocencia semejantes a las de un niño, de los sutiles o abiertos ataques del orgullo y sentido personales. Nuestros recorridos alrededor del círculo nos traen una y otra vez al momento en que la consciencia es divina — cada vez con un entendimiento más certero de la verdadera identidad del hombre como imagen de Dios y de la irrealidad de todo lo que pretende contaminar esa identidad.

La comprensión creciente de la verdad del ser, a medida que progresamos espiritualmente y en humildad, nos eleva más. Pero el concepto que obtenemos de los demás también revela la verdadera identidad de ellos. En la consciencia divina todo lo que existe es la Mente divina y su idea perfecta. La Sra. Eddy nos da esta seguridad: “Un momento de consciencia divina, o sea el entendimiento espiritual de la Vida y el Amor, es un goce anticipado de la eternidad. Esta visión elevada, que se obtiene y retiene cuando la Ciencia del ser es entendida, llenaría con vida percibida espiritualmente el intervalo de la muerte, y el hombre se encontraría en plena consciencia de su inmortalidad y armonía eterna, donde el pecado, la enfermedad y la muerte son desconocidos”.Ciencia y Salud, pág. 598.

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