A Norberto le encantaba correr al aire libre. En el momento en que cruzaba el umbral de la puerta, dejaba de caminar y corría a todas partes. Un día, al ir corriendo, se cayó en el patio de la escuela, pero no le dio mucha importancia. Se levantó, se frotó la barbilla donde se había golpeado y siguió jugando, hasta que vio la cara de su maestra. Parecía muy preocupada. Entonces se dio cuenta de que estaba sangrando y le dio miedo.
Su maestra lo llevó a la oficina de la escuela y se comunicó con la madre de Norberto para decirle que se había lastimado mucho y le pidió que viniera por él. Norberto calculó que su mamá llegaría en veinte minutos.
Mientras estaba sentado en la oficina de la escuela, oyó a algunas de las maestras hablar acerca de lo serio de la herida. Hasta dijeron que tendría que ir al hospital para que le dieran unas puntadas en la barbilla. Aunque Norberto trataba de pensar en Dios, y en todas las ideas sanadoras que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, no podía evitar sentirse solo y atemorizado.
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