La mayoría de la gente supone que la curación instantánea del alcoholismo es imposible, sin embargo, yo la experimenté mediante la Ciencia Cristiana. Durante varios años estuve estudiando Ciencia Cristiana de una manera intermitente, tratando de asimilar las verdades que yo sabía que contenía, y tratando, sin éxito, de acomodarla en mi concepto humano de la sicología y filosofía de la vida. Durante por lo menos quince años estuve recurriendo al alcohol para tranquilizarme, para sentirme a gusto en reuniones sociales, para divertirme, y hasta para mostrarme más afectuosa, o eso era lo que suponía. Cuando todo lo demás fracasaba, era al alcohol a lo que recurría, algunas veces en busca de olvido, algunas veces para destruirme a mí misma, siempre en procura de alivio para mí y mis problemas.
A medida que adelanté en comprensión espiritual mediante mi estudio de esta Ciencia, llegué a darme cuenta de que el alcohol era un mal que no traía satisfacción. Seguí despertando del supuesto alivio que traía el alcohol, sólo para encontrar que el problema seguía conmigo, repugnante aún. Decidí usar mi fuerza de voluntad para dominar este vicio, y hasta tomé un curso en la universidad sobre el uso inmoderado de drogas. Ensayé muchos medios materiales para detener este hábito, lo que lograba por uno o dos días; y luego algo ocurría que me hacía sentir solitaria o frustrada con mi vida, y volvía al alcohol.
Un día, un miembro de una iglesia filial de la Ciencia Cristiana a la cual asistía, llamó por teléfono y nos invitó a mí y a mi esposo a cenar. Acepté sin siquiera pensar en la perspectiva de encontrarme con algunos de los miembros activos de la iglesia. A medida que se aproximaba el día de la cena, me puse cada vez más nerviosa al pensar que no habría una hora para cocteles que me ayudara en esta reunión social. Tenía un gran deseo de estar tranquila y amena con estas personas que serían mis anfitriones. Sabía que ni siquiera podría tomar algo antes de ir a cenar. Me parecía que no era honesto dar la impresión de estar tranquila con ellos si secretamente dependía del licor para tranquilizarme. Respetaba a estas nuevas amistades y deseaba sentir su respeto.
Al estar leyendo Ciencia y Salud, por la Sra. Eddy, dí con estas palabras (pág. 407): “Si el hombre no triunfa sobre las pasiones, éstas destruyen su felicidad, su salud y su fuerza moral. Aquí la Ciencia Cristiana es la panacea soberana, dando fuerza a la debilidad de la mente mortal, — fuerza que emana de la Mente inmortal y omnipotente,— y elevando a la humanidad por encima de sí misma hacia deseos más puros, sí, hacia el poder espiritual y la buena voluntad entre los hombres”. La fuerza que yo necesitaba para ir a esta cena estaba a mi disposición en ese mismo momento y resolví usarla. Todavía algo nerviosa y con manos temblorosas oprimí el timbre. Esta amable y bondadosa Científica Cristiana me dio la bienvenida con un gran abrazo e inmediatamente sentí venir a mí la fuerza total del amor de Dios, remplazando para siempre el falso sentido de apoyo en el cual había estado tratando de confiar.
Después que llegaron los demás invitados, nos sentamos a la mesa para saborear una deliciosa comida y gozar de una velada tan llena de diversión y sana conversación que me sorprendí al darme cuenta de que casi había pasado la noche. Me había estado riendo a carcajadas tan sonoras que me olvidé que estaba con personas que temía que fueran muy puntillosas. Me olvidé de que no había tomado ninguna bebida alcohólica (lo cual antes había creído muy necesario), y me sentí como una nueva persona — libre, amada y sana.
No he vuelto a sentir el deseo de beber, y no experimenté ningún síntoma desfavorable como resultado de esta abstinencia en ningún momento, a pesar de haber consumido habitualmente grandes cantidades de alcohol.
Mi gratitud por la Ciencia Cristiana supera mi agradecimiento por ya no estar esclavizada al alcohol. Incluye la sana alegría de vivir que he encontrado como Científica Cristiana, trabajando, a veces, con la afectuosa ayuda de una practicista, para comprender verdaderamente mi nueva percepción de la vida como lo describe la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 264): “Cuando comprendamos que la Vida es Espíritu, nunca en la materia ni de la materia, este entendimiento se desarrollará hasta llegar a su propia plenitud, encontrándolo todo en Dios, el bien, sin necesitar ninguna otra consciencia”.
Eagle, Idaho, E.U.A.