Los antiguos egipcios adoraban al fénix, un ave mítica y majestuosa consagrada a Ra, el dios del sol. Se decía que vivía por 500 años o más para ser luego consumida en su propio fuego y renacer de sus cenizas. El fénix simbolizaba la resurrección, o inmortalidad — la restauración o renovación de aquello que se consideraba absolutamente perdido.
Este simbolismo señala la renovación del pensamiento necesaria cuando las relaciones humanas caras a nuestro corazón, las esperanzas y las alegrías quedan reducidas a cenizas, consumidas en el fuego de los malentendidos y la desconfianza. Partiendo de la base de que el bien espiritual que Dios nos ha dado nunca se nos puede quitar, que tanto nosotros como nuestros seres queridos estamos incluidos en el Amor divino y que ninguna influencia maliciosa puede invertir el bien o poner en peligro la vida de una idea correcta, podemos ver la armonía y el progreso restaurados. Ésta es una de las funciones del ministerio del Cristo, de la cual se habla en Isaías: “... se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado”; Isa. 61:3; y puede cumplirse en nuestra vida.
La necesidad humana de restauración: recobrarse, renovarse, ser recompensado, en suma, retornar a la perfección original en pensamiento y demostración, es enorme. Desde la caída del mítico Adán hasta la turbulenta agitación de hoy, el bien en la experiencia humana parece a veces irremisiblemente perdido, a menudo por nuestros propios errores. Sin embargo, la vida de Cristo Jesús demostró la inmortalidad y permanencia del bien, a través de su comprensión de la inalterable relación del hombre con Dios como Su hijo bienamado.
Para el hombre verdadero no hay actos fatales, errores irredimibles, oportunidades perdidas, esperanzas truncadas o enfermedades fatales o de otra naturaleza. La Sra. Eddy escribe: “En esta Ciencia descubrimos al hombre a la imagen y semejanza de Dios. Vemos que el hombre nunca ha perdido su estado espiritual y su eterna armonía”.Ciencia y Salud, pág. 548; Este es el nuevo comienzo que necesitamos: un descubrimiento original de la inmutable unidad de Dios y el hombre como Principio e idea.
Desde el punto de vista de la Ciencia divina, nada necesita ser restaurado. Dios y todo lo que Él crea, existe eternamente al nivel de la perfección, incontaminado por creencias erróneas. La Verdad nunca comenzó, por lo tanto, nunca necesita recomenzar. Así dice un versículo en Eclesiastés: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá”. Ecl. 3:14; Esta verdad espiritual actúa como una ley para el sentido humano de las cosas, poniéndolo en consonancia con la Verdad.
La restauración de antiguos objetos — muebles, casas y automóviles antiguos — resulta hoy en día atractiva para muchos. El aficionado a los automóviles antiguos, por ejemplo, invertirá tiempo y dinero en su esfuerzo por renovar un viejo modelo. Un entusiasta insistirá en ser esmeradamente fiel al modelo original. Para hacerlo deberá estar profundamente familiarizado con lo auténtico. Procederá de acuerdo a lo que sepa hasta que tenga la prueba exacta de ello en cada detalle.
Esto no se diferencia mucho del proceso de curación — o restauración científica — en la Ciencia Cristiana. Uno procede según lo que sabe que es la verdad acerca del hombre como hijo de Dios. La gracia y la perfección — no el pecado — son los modelos originales del hombre en la Ciencia, y el hombre nunca se aparta de ese estado, aunque, para el sentido erróneo, parezca estar muy lejos de él. El sanador cristiano persevera en su oración hasta que obtiene la verdadera evidencia del bien — de la salud o de la armonía — que parecía perdida. Sabe que básicamente no son ni las condiciones materiales ni los defectos morales los que se deben corregir, sino las creencias erróneas de que esas irrealidades existen. El bien anhelado se encuentra presente allí mismo donde parece estar ausente, y nuestra única necesidad es discernir esta verdad.
No hay situaciones tan desesperadamente complicadas, ni discordancia tan arraigada, ni enfermedad tan avanzada, ni ruptura tan irreparable que no cedan al poder restaurador de la Verdad. ¡Nunca es demasiado tarde! ¿Por qué? Porque el bien original otorgado por Dios al hombre es permanente y no puede perderse ni destruirse. Por ello las curaciones ocurren en un instante — en el instante en que despertamos a lo que es espiritualmente verdadero. Todas las discordancias son un sueño, y todo lo que ocurre en un sueño nunca ocurre en realidad.
La gran revelación de que el pensamiento y no la materia es sustancia, es decir, que al controlar nuestros pensamientos gobernamos nuestro cuerpo y nuestros asuntos, nos libera del temor de que tenemos que luchar con fuerzas externas y posiblemente incontrolables. Las ideas, no las cosas materiales, son la realidad, y al obtener la idea correcta la objetivamos en nuestra experiencia. El hombre, reflejando la Mente que todo lo abarca — el único Ser infinito que lo abarca todo en su compleción — incluye toda idea correcta. Y el Amor manifiesta esa idea en nuestra experiencia humana de acuerdo a nuestra necesidad. Las Escrituras lo dicen así: “Y os restituiré los años que comió... la langosta”. Joel 2:25;
Las lociones, las drogas, el ejercicio y el sueño no son restauradores científicos, como tampoco lo son la psiquiatría o el espiritismo. Solamente el Cristo, la Verdad, regenera y renueva. En la Biblia el sueño suele indicar un pensamiento hipnotizado, apatía, muerte. El verdadero reposo se encuentra en el abandono de la voluntad humana y esto nos trae paz espiritual. El ejercicio regular de las cualidades del Cristo — tales como humildad, compasión, justicia y rectitud — eleva el estado de consciencia dándole poder espiritual. La alegría y la gratitud son bálsamos curativos. Un mejor pensamiento se manifiesta siempre en mejores estados del ser. El pensamiento que ha sido transformado por el Cristo trae la transformación o renovación a la experiencia humana.
Ninguna creencia en la mentira podrá jamás hacerla verdad. Tampoco la falta de creencia en la verdad podrá alterarla. Solamente se pierde lo que es falso; de hecho, toda falsedad será finalmente eliminada y reemplazada por la Verdad. Y esta pérdida puede significar una ganancia espiritual. El progreso es la ley inmutable de Dios. Ciertamente que Dios no se deteriora, no decae, ni pierde nada. Lo que es verdad es verdad eternamente. Ningún error de creencia puede privar al hombre de lo que Dios le ha concedido ni de su derecho al bien.
Nuestra alegría no proviene de personas, circunstancias, cosas o lugares materiales, sino del inmutable Amor divino. El hombre nunca puede estar separado de este Amor, y la comprensión de esta unidad del ser preserva y renueva todo lo que es bueno y verdadero. La Sra. Eddy lo explica bellamente: “Una gran sanidad, un algo poderoso enterrado en la profundidad de lo que no se ve, ha obrado una resurrección entre vosotros y ha surgido de súbito como amor viviente. ¿Qué es este algo, este fuego del fénix, esta columna que durante el día ilumina, orienta y guarda vuestro camino? Es la unidad, el vínculo de la perfección, la gran expansión que abarcará al mundo — la unidad, que desarrolla nuestro pensamiento más íntimo, en lo más grande y bello, la suma de toda realidad y bien”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 164;
“He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” Apoc. 21:5; es la promesa de Dios mencionada en el Apocalipsis. Esto no quiere decir que la Verdad espiritual o los valores espirituales tengan que renovarse, sino que pareciera que siempre necesitamos una nueva evidencia de su validez y supremacía. Todos podemos experimentar la resurrección, definida por la Sra. Eddy como: “La espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de la inmortalidad o la existencia espiritual; la creencia material cediendo al entendimiento espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 593. De las cenizas de las pérdidas o el desencanto humanos puede renacer un fresco, nuevo y bello sentido de la verdadera individualidad del hombre — completo, y comprendido en la Vida y el Amor inmutables.