“¿Puede usted venir rápidamente? Creo que nuestro bebé se está muriendo, y mi esposo no está aquí”, — fue la llamada que recibí por teléfono.
Al acudir en contestación al llamado de emergencia, mientras trataba de ver el camino a través de la lluvia que caía a torrentes sobre el parabrisas del coche, con sencillez de niño me esforcé por acercarme a Dios, la Mente divina, el origen de toda inteligencia y amor. Me vino al pensamiento este mensaje, de Escritos Misceláneos de la Sra. Eddy: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo”. Esc. Mis., pág. 151;
¡Por supuesto! Sentí una cálida sensación del amor de Dios y de su total suficiencia. Me sentí tranquila física y mentalmente. Pronto estuve en aquel hogar, sabiendo con gratitud que la madre, el bebé y la practicista estábamos a salvo bajo la ley de Dios, ley de salud y armonía. Un poco después la criatura — que había recobrado su color normal, y cuya respiración era ahora suave y natural — estaba acurrucada en mis brazos. Hoy ese niño es un adolescente sano y fuerte.
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