Si el hombre está apoyado y sostenido por Dios — como por cierto lo está— no hay nada en su ser que pueda sufrir un colapso. Éste es el hecho espiritual. Pero los músculos, ligamentos, huesos — toda la estructura del cuerpo humano — pretenden hacernos creer que son ellos los que nos mantienen erguidos y en moción. También pueden pretender fallarnos. Confiar en una estructura física, ya sea que funcione normalmente o deficientemente, implica aceptar un concepto limitado y mortal acerca del hombre, en lugar de mirar más allá de la ilusión y ver al hombre perfecto creado por Dios.
Cuando la mente mortal afirma que sufrimos de algún colapso o incapacidad, está hablando de sí misma y de su propio sueño. Debemos aferrarnos persistentemente a la realidad. En verdad, somos el hombre que Dios hizo. Si fuéramos acusados de haber cometido un crimen que no cometimos, refutaríamos la acusación con convicción, y continuaríamos refutándola, no importa con cuánta insistencia o con cuánta perseverancia nos imputaran la culpa. Con igual convicción acerca de nuestra verdadera seguridad e inocencia podemos persistir en nuestra refutación del cuadro de incapacidad.
Debido a que Cristo Jesús vio la perfección del hombre pudo demostrar el poder sostenedor de la Mente sobre las sugestiones de músculos, coyunturas y huesos débiles, enfermos o deformes. El hombre que yacía en uno de los pórticos del estanque de Betesda no había caminado durante treinta y ocho años; no obstante, pudo obedecer de inmediato el mandato de Jesús: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. Juan 5:8; La mujer que andaba encorvada y había sufrido de un “espíritu de enfermedad” por dieciocho años, “se enderezó luego, y glorificaba a Dios”. Ver Lucas 13:11–13; En la sinagoga Jesús sanó la mano seca de un hombre, la que le fue restaurada a su estado normal.
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