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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

La contribución de Jonás y de Daniel a la literatura profética

Del número de agosto de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los libros de Jonás y de Daniel, aunque se atribuyen a fechas de publicación inciertas, tratan con períodos históricos anteriores a la época en que estos libros fueron escritos.

El propósito del libro de Jonás es claramente el de instruir para ilustrar el amor y la ternura universales de Dios para con el mundo de los gentiles (los no judíos), y a menudo se le ha descrito como el libro más cristiano del Antiguo Testamento. En lo que respecta al libro de Daniel, su propósito fue el de alentar a los judíos relatando los acontecimientos ocurridos en Babilonia durante el exilio y, a través de las visiones de Daniel, lo sucedido en Palestina una vez finalizado éste.

Si bien es cierto que Daniel es un libro profético, también es en parte apocalíptico, y su segunda mitad está escrita deliberadamente en forma oscura para proteger su mensaje. Por el contrario, el libro de Jonás puede considerarse como una alegoría o parábola.

Al comienzo del capítulo inicial, Jehová llama a Jonás para que vaya a Nínive, la capital del imperio pagano de Asiria, y denunciara su maldad (ver Jonás 1:1, 2). No estando dispuesto a aceptar la tarea que le fuera asignada, el héroe de la historia huyó de Jope, en la costa de Palestina, en una nave que partía para Tarsis (probablemente en España, que era a donde más lejos podía ir en dirección contraria a Nínive, ciudad que estaba a varios cientos de kilómetros tierra adentro) sólo para encontrar una tempestad tan grande que todos los marineros esperaban perecer. Presos del temor, creyeron que la tormenta representaba un castigo divino inferido a toda la tripulación porque alguien a bordo había pecado. Siguiendo una costumbre antigua, echaron suertes para descubrir la identidad del culpable y la suerte cayó sobre Jonás, quien ya les había dicho a los marineros que estaba huyendo “de la presencia de Jehová” (1:10).

Todos los esfuerzos por salvar la nave resultaron infructuosos, y los hombres, aunque paganos, accedieron con renuencia a llevar a cabo la sugerencia de Jonás de que lo tirasen al agua. Al hacerlo, no solamente se salvaron los marineros y el capitán, sino que también Jonás fue protegido, ya que, según cuenta la historia: “Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches. Entonces oró Jonás a Jehová su Dios,” y fue puesto a salvo en tierra seca (ver 1:17; 2:1, 10).

Ahora se repite la misión que se le había asignado originalmente a Jonás. Finalmente la obedeció yendo a Nínive y anunciando que, por mandato de Dios, en el plazo de cuarenta días esa gran ciudad sería destruida (ver 3:1-4). Pero cuando, para consternación del profeta, el rey se unió a todos sus súbditos al creer a Dios, al ayunar y al vestirse de cilicio como muestra de arrepentimiento, Jehová Mismo se apresuró a perdonarlos totalmente (ver 3:10).

Si es cierto, como afirman muchos estudiosos, que el libro fue escrito en fecha tan posterior como el año 300 o aun el 200 a.C., cuando los judíos y sus sacerdotes cayeron en el exclusivismo y se oponían a los extranjeros, bien puede representar la imparcialidad de Dios Mismo, quien aparece perdonando misericordiosamente a la notoria pero arrepentida ciudad de Nínive, así como también al enojado y desobediente Jonás. La presunción y el dogmatismo del profeta lo habían llevado a no querer compartir el mensaje de la salvación universal tan generosamente ofrecido por Jehová.

Como acontecimiento histórico, la caída de Nínive tuvo lugar alrededor del año 612 a.C., aunque el tema del libro de Jonás representa con mayor exactitud la actitud de pensamiento que prevaleció unos tres siglos más tarde.

La pregunta con la que termina el libro (ver 4:10, 11) claramente pregona el desafío divino al pensamiento religioso de todos los tiempos. En realidad, en todo su mensaje de perdón y misericordia puede hallarse un enlace evidente con las enseñanzas del Nuevo Testamento.

Tradicionalmente se creía que en el siglo seis a.C., Daniel mismo había escrito el libro que lleva su nombre, pero en la actualidad se acepta generalmente que pertenece a una fecha posterior, probablemente alrededor del año 164 a.C.

A diferencia de los libros proféticos que lo precedieron, que habían advertido al pueblo sobre la proximidad del exilio y predicado la reforma y redención, el libro de Daniel adopta la perspectiva del pasado. Al relatar lo acaecido en la historia de su pueblo como si hubiera sido visto o anticipado desde un período anterior, cuando los judíos estaban siendo perseguidos en tierra extranjera, el libro de Daniel busca consolar a sus lectores y alentarlos a que sigan siendo leales al Dios de sus padres. Este mensaje de lealtad incondicional era especialmente necesario en el siglo 2 a.C., época en que se le estaba imponiendo al pueblo hebreo el paganismo y la cultura griega, y se reprimía su religión.

De acuerdo con lo que aparece ahora en el libro, Nabucodonosor, el monarca babilonio o caldeo, sitió a Jerusalén durante el reinado del rey Joacim, rey de Judá (del 609 al 598 a.C.), y capturó a muchos de sus habitantes, deportando a Babilonia a Daniel (que significa “Dios ha juzgado”) y a sus tres amigos, Ananías, Misael y Azarías, entre otros que serían valiosos en la corte del invasor.

En la corte babilonia a estos jóvenes hebreos se les permitió continuar su simple dieta vegetariana en lugar de acceder a comer de la magnífica comida real que para ellos es casi cierto implicaba profanación ceremonial. El gobernante babilonio se impresionó favorablemente por la sagacidad y sabiduría de ellos (ver Daniel 1:19, 20). Cuando un sueño inquietante turbó al rey, solamente Daniel, entre todos sus sabios, pudo mostrarle el sueño e interpretar su significado.

En su interpretación del sueño, Daniel dijo que la cabeza de oro de la imagen vista en el sueño por el rey, representaba a Nabucodonosor mismo, cuyo poder e influencia provenían del “Dios del cielo” (2:37). Las partes de la imagen que eran de plata, bronce, hierro y barro, materiales que representaban diferentes niveles de importancia, fueron consideradas como reinos temporales sucesivos. Y la gran piedra que destruyó la imagen, él la interpretó como la invencibilidad divina. “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido” (versículo 44).

El elogio impulsivo que le hizo Nabucodonosor a Daniel y a su Dios, fue seguido por la designación de Daniel y de sus amigos para ocupar cargos importantes en la corte. Sin embargo, esto fue pronto seguido por el decreto de que todos debían adorar a una gran imagen de oro que el rey había erigido (ver capítulo 3). Todo aquel que no adorara a la imagen sería echado en un horno de fuego ardiendo. Sadrac, Mesac y Abed-nego, como llamaban los caldeos a los tres compañeros de Daniel, se rehusaron a cumplir con este decreto, pero escaparon ilesos del horno en el que fueron echados. El rey nuevamente reconoció el poder de Dios y ascendió a los jóvenes hebreos.

En el capítulo 5 el autor nos cuenta cómo Belsasar, un príncipe babilonio que reinó en fecha posterior, dio una gran fiesta y profanó el uso de los vasos sagrados de oro que Nabucodonosor había sacado del templo de Jerusalén. Para sorpresa y espanto del rey (versículos 5, 6) apareció una mano de hombre escribiendo en la pared. Como en el caso de Nabucodonosor, los sabios babilonios no pudieron ni leer ni entender la escritura. Otra vez Daniel tuvo éxito al dar la respuesta.

Los relatos del heroísmo de Daniel y sus compañeros son mucho más conocidos al lector de la Biblia que sus enigmáticas visiones y revelaciones que se relatan en los capítulos restantes (7-12). Si admitimos que el libro de Daniel fue escrito en el siglo 2 a.C., estos símbolos y visiones apocalípticos pueden haber tenido la intención de guiarnos hacia acontecimientos ocurrido durante el período del autor y describirlos, período que el autor esperaba culminara en la derrota de la tiranía y en el establecimiento final del reino de Dios bajo el gobierno del “Hijo del hombre” (ver Daniel 7:13, 14; cp. Mateo 16:28; Apocalipsis 1:13).

Si bien las revelaciones de los pasajes intencionalmente oscuros pueden haber tenido el propósito de referirse al levantamiento y la caída de imperios terrenales — el babilonio, medo, persa, greco-macedonio — y, especialmente, a la opresión de los judíos bajo Antíoco Epífanes el griego, quien subió al trono en el año 175 a.C., es fácil ver cómo se ha aceptado también que estos capítulos se aplican a todas las épocas.

Escrito no mucho después que la persecución de Antíoco llegara a su punto máximo en el 168 a.C., parte en hebreo y parte en arameo — una lengua conocida en el imperio persa y adoptada en forma creciente por los judíos después del exilio — el libro de Daniel contiene muchos conceptos preciados, entre los que están: la idea de que el reino de Dios es universal; la introducción del nombre de dos ángeles, Miguel y Gabriel; el énfasis en la práctica y en la eficacia de la oración, y en la humildad en oposición al orgullo; y contiene la referencia más clara de la resurrección que hay en el Antiguo Testamento (ver 12:2, 3).

En el libro de Jonás se desafía el exclusivismo de la fe hebrea; mientras que en el de Daniel se defiende su potencial universal.

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