Sin duda, una de las obligaciones más importantes que tenemos como Científicos Cristianos es orar diariamente por nosotros mismos. Sin embargo, si preguntáramos a un grupo de Científicos Cristianos designados al azar si cumplen fielmente con este trabajo, muchos acaso admitirían que no lo hacen, a sabiendas de que debieran reconocer la necesidad de negar sistemáticamente las sugestiones mentales agresivas.
Tal vez no estamos realmente convencidos de la necesidad de defendernos diariamente. Una de las razones para esta laxitud se deba quizás a la impresión de que tenemos que almacenar las verdades espirituales para usarlas solamente si tenemos algún problema. Algo así como si se tratara de una cuenta de ahorros en la que aumentamos las reservas de verdades metafísicas para poder girar en una emergencia. Cuando se presenta la necesidad, acaso pensemos que con sólo negar el error y repetir algunas de estas verdades metafísicas se resolverá el problema. Pero a menudo nuestras declaraciones resultan ineficaces porque, si bien hemos aprendido algunas de las reglas de la Ciencia divina, no nos hemos enriquecido desarrollando diariamente nuestra capacidad para razonar a base de estas reglas: analizándolas en profundidad y aplicándolas de manera práctica en la vida diaria.
Tomar las declaraciones de la verdad, aprender a razonar lógica y científicamente a base de estas premisas espirituales y vivir de acuerdo con ellas, ¿no es ésta la única manera de asegurarse un continuo crecimiento espiritual? ¿No es ésta la única manera de silenciar consistentemente las sugestiones del error y destruirlas? Sin embargo, esto requiere un esfuerzo persistente, sistemático, no sólo para aprender las reglas, sino, más importante aún, para aprender a razonar a base de las premisas de la Ciencia y comprender así la aplicación práctica de esas reglas.
Daré un ejemplo: Cuando estudiaba en la universidad deseaba recibirme de contador público. Había tomado virtualmente todos los cursos de contabilidad que se dictaban en la universidad. Había aprendido las reglas generales de la contabilidad, y las había aprendido bien. Pero sabía que para aprobar el muy difícil examen que me habilitaría como contador público tenía que adquirir mucha más experiencia en la solución de problemas.
Por lo tanto, durante varios meses antes del examen dediqué entre dos y tres horas diarias a resolver problemas presentados en exámenes anteriores y a cotejar mis soluciones con las respuestas oficiales correspondientes. Mediante esta preparación agudicé mi capacidad para razonar a base de las reglas que ya sabía y para aplicar este razonamiento a una amplia variedad de problemas comerciales. Cuando llegó la fecha del examen, estaba suficientemente preparado para aprobarlo.
¿Puede alguien considerarse completamente dedicado a la Ciencia Cristiana mientras no trabaje persistentemente para desarrollar su comprensión de las reglas de la Ciencia divina mediante un proceso similar, esto es, laborando diariamente para desarrollar su razonamiento espiritual y su capacidad para aplicar de manera prática lo que ha aprendido?
Si no estamos progresando en la comprensión práctica del Principio divino de las reglas de la Ciencia, ¿cuál será el resultado? He aquí lo que dice la Sra. Eddy usando la música como analogía: “Para dominar los acordes y las disonancias, hay que entender la ciencia de la música. Dejada a las decisiones del sentido material, la música puede ser mal interpretada y perderse en confusión. Dominada por la creencia, en lugar del entendimiento, la música se manifiesta — no tiene más remedio que manifestarse — imperfectamente. Así también el hombre, no entendiendo la Ciencia del ser, — rechazando su Principio divino como incomprensible,— queda abandonado a las conjeturas, entregado en manos de la ignorancia, dejado a merced de las ilusiones, sujeto al sentido material, que es discordancia”.Ciencia y Salud, págs. 304—305;
A través de nuestra Guía, la Sra. Eddy, Dios nos ha dado la exposición completa de la Ciencia del ser, que nos presenta una exacta definición de lo que significa la herencia espiritual del hombre y de la manera de obtenerla. Sin embargo, es evidente que despertamos a nuestra herencia otorgada por Dios y sus bendiciones sólo por medio de una gran lucha. La Sra. Eddy escribe: “La alegría impecable, — la perfecta armonía e inmortalidad de la Vida, poseyendo sin límites la belleza y bondad divinas, sin un solo placer o dolor corporal,— constituye el único hombre verdadero e indestructible, cuyo ser es espiritual”.
Esta declaración continúa así: “Este estado de existencia es científico e intacto, — una perfección que sólo es perceptible para aquellos que tienen la comprensión final del Cristo en la Ciencia divina”.ibid., pág. 76;
El camino que lleva a este entendimiento final no es fácil ni hay atajos en él. Nadie puede recorrerlo haciendo sólo esfuerzos esporádicos o por medio de una transformación que no se haya ganado.
Nuestra Guía atribuye una importancia tal al trabajo diario de oración que debemos hacer por nosotros mismos que hasta lo incluye entre los requisitos estipulados en el Manual de La Iglesia Madre: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado, — y justificado o condenado”.Man., Art. VIII, Sec. 6;
Este deber no se puede tomar a la ligera. Se espera de cada miembro de La Iglesia Madre que aprenda la manera de defenderse a sí mismo contra las sugestiones mentales agresivas y que lo haga diariamente. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de ser abrumados por las sutiles pretensiones del mal sin darnos cuenta de lo que nos está dominando.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es el bien y que es omnipotente. Cuanto más comprendemos el significado profundo de la totalidad y supremacía del bien y la forma de aplicar prácticamente estas verdades en los asuntos humanos, tanto más pronto podemos rechazar las sugestiones mentales agresivas. Lo que debemos hacer no es apartarnos del mal como si fuera real o causativo, sino tener un conocimiento tan profundo de lo que es verdadero que podamos ver la absurdidad e impotencia de las sugestiones del mal.
Este proceso de asimilación de la verdad, que es la única defensa verdadera contra el mal, está del todo en consonancia con las enseñanzas de Cristo Jesús. Como sanador y maestro incomparable, Cristo Jesús dejó claramente establecido que él enseñaba como su Padre le enseñaba. Dijo: “El que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo... Según me enseñó el Padre, así hablo”. Juan 8:26, 28; Cuando expresaba la verdad, era el Cristo, la Verdad, quien hablaba a través de él, revelando y demostrando la Ciencia divina del ser a la humanidad.
Lo mismo puede decirse de la Palabra revelada por medio de la Sra. Eddy en su fiel discipulado del Cristo. Lo que la Sra. Eddy escribió en Ciencia y Salud le fue comunicado por el Padre. Como el Padre le enseñó, así nos enseña ella. Nos ha dado la completa y exacta exposición de la Ciencia del ser, tal como la recibió del Padre. Por esta razón, sus declaraciones absolutas y científicas de la totalidad de la Verdad y la perfección del hombre tienen autoridad divina. Tomemos, por ejemplo, esta declaración de Ciencia y Salud: “La Mente manifiesta todo lo que existe en la infinitud de la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. 258. Ésta es una declaración divina de la ley espiritual. No es meramente una hipótesis de la Sra. Eddy. Le fue revelada. Ella la enunció.
Ciencia y Salud abunda en verdades espirituales como ésta; en declaraciones de la ley divina sustentadas siempre por la Verdad, Dios, sin excepción, sin oposición, sin resistencia. Mediante la oración diaria llegamos a comprender esto tan cabalmente que podemos comprobar la naturaleza ilusoria de cualquier evidencia que sugiera lo contrario. Es nuestro esfuerzo diario para agudizar nuestra capacidad espiritual lo que nos capacita para percibir la falacia de las falsas conjeturas.
No es necesario tratar de hacer que el Principio divino opere en nuestro favor, porque el Principio divino siempre está operando, siempre está manteniendo el orden divino de la armonía, siempre excluyendo de la realidad todo lo que sea desemejante al bien.
Si somos fieles en orar diariamente con estas verdades espirituales, nos volvemos más receptivos a la supremacía y a la bondad de Dios. Ampliamos nuestra defensa contra el error, no erigiendo una barrera entre nosotros y el mal — como si el mal existiera cual realidad o poder — sino desarrollando y fortaleciendo diariamente nuestra capacidad espiritual para reconocer la verdad del ser con tal claridad y con tal autoridad que el mal desaparezca en lo que es: la nada.
Por cierto que es sólo por medio de nuestro trabajo diario de oración que podemos alcanzar “la comprensión final del Cristo en la Ciencia divina”. Mediante este esfuerzo persistente por obtener comprensión crecemos en nuestra capacidad para percibir y demostrar el Principio divino, Dios. ¿El resultado? Que uno no se encontrará ya “abandonado a las conjeturas, entregado en manos de la ignorancia, dejado a merced de las ilusiones, sujeto al sentido material, que es discordancia”.
Entonces habremos hecho bien nuestro trabajo diario de oración.
