A veces necesitamos poner manos a la obra, en oración, y enfrentar una dificultad específica que hemos querido ignorar. Por otra parte, hay también situaciones en las que hemos comenzado el trabajo de curación, pero no lo hemos concluido. Así como es importante vencer la resistencia a buscar la curación por medio de la oración, también lo es vencer la resistencia a completar el tratamiento.
La mente humana no es conclusiva. Es propio de su naturaleza el no serlo. Esta llamada mente es indefinida, indecisa. Nunca admite la compleción. A veces no finalizamos una curación porque no nos hemos distanciado lo bastante de la supuesta mente humana y su base material y acercado a la única Mente verdadera que existe, Dios. La Mente es completa. Es final. El hombre expresa esta Mente. Dios es la Mente del hombre, su única Mente. El hombre es la exacta representación de la Mente. Los mortales son una falsificación del hombre. La Mente es inmortal. Los mortales no representan la Mente. Representan una idea errónea y distorsionada del hombre. Un mortal supone que posee su propia mente personal, limitada y falible. Pero el hombre no posee una mente personal. El hombre refleja la Mente divina.
La curación involucra la actividad de la Mente divina. Nuestra aceptación de la perfección de la Mente completa la curación. Cuanto más efectivamente se entrega el sanador a la totalidad de la Mente, tanto menos se demora la curación. Cuanto más aceptamos una mente basada en la materia, tanto mayores son las posibilidades de una curación incompleta.
Aunque el sanador afirme vigorosamente las verdades acerca de la perfección del hombre y niegue con firmeza el mal, todavía tendrá que llegar a concluir el tratamiento. Se requiere algo más que la lógica de la argumentación. Es necesario que el Cristo, la idea verdadera de Dios, lo lleve a uno al punto en que comprenda que no existe sino un poder, la Mente. Dar por terminado el tratamiento sólo con afirmaciones y negaciones no es suficiente. La convicción espiritual firme que revele por lo menos una vislumbre de la totalidad de la Mente, debe estar presente para completar apropiadamente el tratamiento. La Sra. Eddy lo explica así: “Sólo por el entendimiento de que no hay más que un poder, — no dos poderes, la materia y la Mente,— se llega a conclusiones científicas y lógicas”.Ciencia y Salud, pág. 270; La mente humana fluctúa entre dos poderes, de ahí que no pueda ser terminante.
En la Biblia, el autor del libro de Eclesiastés, luego de describir la vacuidad de muchos aspectos de la vida humana, ofrece un persuasivo sumario de su sabiduría: “Oigamos pues la conclusión de todo el asunto: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es la suma del deber humano”. Ecl. 12:13 (Según Versión Moderna); ¿No es ésta acaso la actitud que completa el tratamiento? Tenemos que reconocer la relación del ser verdadero con Dios en lugar de aceptar tan siquiera una sola de las pretensiones de la existencia mortal.
Al interpretar el mencionado pasaje bíblico, la Sra. Eddy explica: “El texto siguiente del libro de Eclesiastés expresa el pensamiento de la Ciencia Cristiana, especialmente cuando se omite la palabra deber, que no está en el original... En otras palabras: Oigamos pues la conclusión de todo el asunto: Ama a Dios y guarda Sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre a Su imagen y semejanza. El Amor divino es infinito. Por lo tanto, todo lo que realmente existe, está en Dios, emana de Él y manifiesta Su amor”.Ciencia y Salud, pág. 340; Cuando nos sometemos a estas verdades, damos un carácter de compleción a nuestro trabajo. Cuando nuestra oración carece de esa tajante convicción, nuestro trabajo queda inconcluso. La mente humana es incapaz de esa convicción. Despojarse de la creencia en la existencia de una mente inferior a Dios permite que la convicción, y por tanto la conclusión, salgan a luz. La cualidad del pensamiento que caracteriza la conclusión en el tratamiento está ejemplificada en la compleción que la Mente da a toda su creación. “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos”. Gén. 2:1; El espíritu mismo de esta aserción ilustra la naturaleza conclusiva y completa de la absoluta perfección de toda la creación de la Mente. El sanador tiene que elevarse a esa cualidad del pensamiento que reconoce el carácter definitivo de la perfecta relación del hombre con la Mente. En la totalidad de la Mente no hay lugar para dudas.
La resistencia a completar una curación es lo que la Ciencia Cristiana describe como magnetismo animal, aquello que desviaría el pensamiento de la base de la perfección y establecería el ser en las arenas de la mortalidad. La negación de la inmortalidad es inherente a esta llamada mente que resiste la consciencia definitiva y concluyente de la perfección. La mente mortal querría hacernos creer que nuestra oración será ineficaz. Y esta falsa mente se pondría de manifiesto en una inquietud que nos llevaría a preguntarnos si nuestro trabajo ha sido realmente completo.
Cuando el tratamiento ha sido completo e inspirado, no debiéramos permitir que la mente mortal nos aleje de nuestra certidumbre de que la perfección ha quedado firmemente establecida. Nuestro reconocimiento del único poder, la Mente, es una conclusión que no puede oscurecerse. La Sra. Eddy aconseja: “El curso que verdaderamente debiera seguirse es destruir al enemigo, y dejar el campo a Dios, la Vida, la Verdad y el Amor, recordando que sólo Dios y Sus ideas son reales y armoniosos”.Ciencia y Salud, pág. 419.
El tratamiento está debidamente concluido y, por lo tanto, sana, cuando se basa en la certeza irreversible de que la Mente es el único poder y que sustenta la perfección de cada una de sus ideas.
