Una joven y su sobrino estaban contemplando los vibrantes colores de un atardecer. El sol se estaba poniendo tras un lago cristalino rodeado de pinos y abetos de un verde profundo contra un fondo de arces de color escarlata y de dorados álamos.
Ambos caminantes se detuvieron a descansar en la blanca arena de la playa. En silencio absorbieron esa belleza que los rodeaba. Después de un rato la tía dijo en voz baja: “¿Has visto alguna vez algo más hermoso sobre la tierra?”
Juan vaciló, cogió un guijarro, lo tiró al agua y contempló por unos momentos los círculos ondulantes que se formaban. “Sí, tía Nélida, he visto algo aún más hermoso”.
Juan hizo una pausa. Su tía sintió que no debía preguntar nada, sino simplemente esperar a que el niño continuara. Entonces el chico prosiguió:
“Despues del fallecimiento de mamá, abuelita venía muy a menudo a ayudarnos a papá y a mí. Es cierto que yo era todavía casi un bebé, pero no tan pequeño como para que no me encantara verla venir. Toda la casa irradiaba luz desde el instante mismo en que ella entraba.
“Luego, una tarde, después que me acostó para que durmiera mi siesta, no se fue a su casa como de costumbre. Cuando desperté, estaba parada junto a mi cama. Se inclinó y me miró. No dijo una palabra. No me tocó. Pero la mirada de sus ojos, ¡eso fue lo más hermoso!”
Tía Nélida continuaba mirando la puesta de sol en silencio. Ella y Juan eran estudiantes de Ciencia Cristiana, así es que los unía una profunda comprensión. “Esto me hace recordar”, dijo ella, “estas palabras de la Sra. Eddy que encontramos en Escritos Misceláneos: ‘Una radiante puesta de sol, hermosa cual bendiciones cuando alzan su vuelo, se dilata y resplandece al reposar. Así, una vida corregida iluminará su propia atmósfera con fulgor y comprensión espirituales’.Esc. Mis., pág. 356; Abuelita vive ‘una vida corregida’ ¿no crees? Una vida disciplinada. Vive con toda fidelidad lo que comprende de las reglas de la Ciencia Cristiana. Vive para amar y ser sabia. Eso puede verse. Es hermoso. Estoy de acuerdo, Juan, ¡eso es lo más hermoso!”
Muchas veces la Sra. Eddy expresa en sus obras un profundo aprecio por la belleza de la naturaleza. En cierta ocasión se refiere al concepto humano de belleza con estas palabras: “Se aproxima a la hermosura divina y a la grandeza del Espíritu. Convive con nuestra vida terrenal, y es el estado subjetivo de los pensamientos elevados”.ibid., pág. 86;
La belleza pasajera del mundo físico y de los objetos y cosas materiales nos hace anhelar un sentido de belleza más elevado, más duradero, más satisfaciente. Es como una calle de dos vías, porque la belleza espiritual, la belleza de la santidad, de la salud, del Amor con su poder vitalizante, eleva y purifica nuestros conceptos materiales. Así es que, si bien los objetos y los paisajes hermosos realzan la escena humana, es la belleza viviente del Amor la que es definitiva — aquello que es lo más hermoso.
Cristo Jesús ilustró en toda su plenitud la grandeza del Amor, venciendo no sólo el pecado y sus efectos destructivos y toda forma de enfermedad, sino que hasta la muerte misma. Mediante su ejemplificación perfecta de la unidad del hombre con Dios nos demostró que cada uno de nosotros es, como lo dice el apóstol Pablo, el “templo de Dios”, en el cual “el Espíritu de Dios mora”. 1 Cor. 3:16. ¡Cuán hermoso es comprender que realmente podemos albergar en nosotros, en nuestra consciencia, “el Espíritu de Dios”!
Lo más hermoso no está de ninguna manera limitado a una revelación espiritual determinada. Una verdad divina, necesaria para solucionar algún problema en cualquier momento dado, es lo más hermoso que puede haber en todas partes y en todo momento.
