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Durante la guerra civil en Nigeria, no estuve de acuerdo con la manera...

Del número de agosto de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante la guerra civil en Nigeria, no estuve de acuerdo con la manera de vivir de la mayoría de los cristianos populares. Decidí buscar un modo más práctico de vivir y, en lo posible, un sentido perdurable de la presencia de Dios, cerrar la puerta de mi aposento — morar en un íntimo santuario para servir a mi Dios. A comienzos de 1971 un amigo me habló de la Ciencia Cristiana. Cuando comencé a estudiar la Ciencia no pude comprender de qué se trataba en realidad. A medida que continuaba estudiando encontré esta frase que la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. vii): “Un libro presenta pensamientos nuevos, pero no puede hacer que éstos se entiendan rápidamente. La tarea del explorador tenaz es derribar el alto roble y cortar el tosco granito. Las edades futuras tendrán que juzgar cuánto el explorador ha logrado”.

Poco a poco comencé a interesarme más y empecé a comprender las ideas. Hubo períodos dedicados a escuchar las ideas y, finalmente, percibí que la verdadera acción de escuchar significa hospedar a ángeles. Encontré la siguiente definición en el Glosario de Ciencia y Salud (pág. 581): “Ángeles. Pensamientos de Dios comunicándose al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, pureza e inmortalidad, contrarrestando todo mal, sensualidad y mortalidad”.

Durante aquella época tuve curaciones con la ayuda de oración que me brindó un amigo Científico Cristiano y con la comprensión que obtuve de mi propio estudio. En efecto, recibí muchas pruebas de la presencia del Amor divino. Una curación ocurrió en una iglesia de la Ciencia Cristiana durante un servicio dominical. No podía abrir del todo la boca debido a un dolor de muelas. Al cantar el himno No. 20 del Himnario de la Ciencia Cristiana, me compenetré tanto de las siguientes palabras que de inmediato reclamé mi derecho a no tener dolor:

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