El impaciente investigador siempre está al acecho para saber la razón y el porqué de todas esas cosas que le resultan un enigma. Sin embargo, a veces debiera aprender del paciente agricultor que no se preocupa por conocer de qué está constituida una semilla. A él le interesa saber qué clase de fruto podrá obtenerse con ella. Y si el fruto es bueno, no escatimará esfuerzos para proveerse de la misma semilla para sus sembradíos.
La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), descubierta y fundada por nuestra Guía, Mary Baker Eddy, también proporciona una buena semilla para todo aquel que quiera tener una buena cosecha. Explica las leyes divinas, las cuales, cuando se aceptan y obedecen, nos dan frutos espirituales. Cristo Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). La Sra. Eddy dice (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 459): “El arból que trae buen fruto tiene que ser bueno”.
La Ciencia Cristiana, mediante mi estudio de Ciencia y Salud, hizo palidecer mis arraigadas convicciones sobre enfermedades crónicas. Recién había comenzado a vislumbrar conceptos espirituales de Ciencia y Salud cuando una noche desperté con un fuerte dolor de cabeza. Al no encontrar ningún remedio calmante, comencé a recordar lo que había leído sobre el estado armonioso del hombre creado a la semejanza de Dios, espiritual y perfecto. Al instante el dolor desapareció y me dormí nuevamente. La noche siguiente una curación similar ocurrió cuando desperté con síntomas de gripe que sufría todos los años. Como no tenía medicamento a la mano, volví a recurrir a los conceptos espirituales de Ciencia y Salud, pero con una sonrisa de incredulidad total de que una comprensión correcta de lo que es Dios pudiera tener un efecto sanador sobre una gripe que sabía que tenía. A pesar de mis dudas sobre el poder divino para curar, sentí una influencia benéfica inmediata — mi cuerpo cesó de transpirar y yo, sorprendido y entusiasmado, procuré recordar todo lo que había leído en aquel libro que estaba transformando mi cuerpo y mi mente. Aunque mi lucha contra la enfermedad duró toda la noche, a la mañana siguiente concurrí al trabajo, perplejo, pero contento por este resultado, que me pareció extraño. Las extraordinarias curaciones continuaron manifestándose cada vez que necesitaba del auxilio divino; ya no era posible para mí dudar de los prometedores resultados obtenidos por volverme a Dios confiado de que Él respondería a mi necesidad.
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