Cuando los setenta discípulos volvieron a Jesús después de salir al mundo, deben haberle relatado las curaciones que habían hecho, pues Lucas declara que ellos dijeron: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Lucas 10:17;
La respuesta de Cristo Jesús ante el gozo natural que evidenciaban por los resultados de curaciones obtenidas mediante el trabajo de ellos, puede parecer sorprendente a primera vista, pues respondió: “.. . No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. v. 20;
¿Acaso Jesús restaba importancia a la curación? Es imposible creer tal cosa de quien sanó a hombres y mujeres de toda clase de enfermedades, resucitando a más de uno, y diciendo a sus discípulos: “Estas señales seguirán a los que creen:. .. sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Marcos 16:17, 18;
¿Estaba Jesús reprendiendo el regocijo de sus discípulos ante las señales tangibles de haber vencido el error? ¿Buscaba desalentar su fervor? ¿O les estaba previniendo contra una aceptación demasiado rápida de la evidencia de curación?
O, más bien, ¿estaba Jesús estableciendo una regla básica indispensable para la obra sanadora de sus discípulos y para toda curación en toda época? Él estaba enseñando a sus discípulos — y por medio de ellos, y para siempre, a todos los hombres — a regocijarse de que el hombre está dotado de naturaleza divina, que ya es la expresión espiritual de Dios, perfecta y completa. En este estado milenario verdadero del ser, no puede haber nada que realmente necesite curarse o cambiarse.
De este modo, la exhortación de Jesús puede verse como un estímulo para que sus discípulos cambiaran su enfoque: de la consideración del resultado humano de la curación a la contemplación del hecho espiritual básico de la perfección actual y eterna del hombre como la idea de Dios. Este hecho que lo incluye todo, una vez comprendido, conduce inevitablemente a la curación. En una declaración del Sermón del Monte, similar a la exhortación anteriormente mencionada, Jesús puso especial cuidado en subrayar la importancia de prestar atención a la perfección actual, e hizo notar los beneficios que de ello resultan. “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? ... Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:31, 33;
Pero, ¿por qué habría de ser así? ¿Por qué habría de ser importante para nosotros enfocar nuestra atención en la perfección espiritual? Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos dice: “Nunca podrá usted demostrar espiritualidad mientras no declare que es inmortal y comprenda que lo es”. Y en el mismo párrafo agrega: “A menos que perciba plenamente que es hijo de Dios y, por tanto, perfecto, no tiene Principio para demostrar ni regla para su demostración”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 242;
Los Científicos Cristianos están aprendiendo que toda discordancia, en el sentido más amplio de la palabra — todo lo que no se deriva de Dios, todo lo que es material o mortal, ya sea que aparezca como deseable o aborrecible, como próspero o pobre, como saludable o enfermo — es un concepto falso. ¿Lo vamos a aceptar o a rechazar? El estado mental que predomina cuando se presentan cuadros falsos es de suma importancia. Cuando mantenemos nuestro pensamiento ocupado con la perfección infinita de Dios, el Espíritu, incluyendo Su expresión espiritual, el hombre, estamos contemplando la Verdad absoluta. El resultado es un inevitable adelanto en el escenario humano — en otras palabras, la curación.
Por otra parte, el enfocar nuestra atención en lo humano, incluso en el deseable resultado de curación, puede, paradójicamente, demorar la curación. Tal manera de pensar, que se ocupa de lo humano y mortal — y, por consiguiente, de lo irreal — no cede tan prontamente a la verdad.
La Sra. Eddy reconoció la importancia del ejemplo del Maestro, quien dejaba la forma específica de curación a Dios, pues escribe: “Al igual que el gran Modelo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella, dejando que el Alma domine los falsos testimonios de los sentidos corporales y defienda sus derechos contra la mortalidad y la enfermedad”.Ciencia y Salud, pág. 395;
Jesús también puso bien en claro que el reconocimiento de la perfección actual del hombre — su nombre “escrito en los cielos”— es motivo de regocijo. La importancia del regocijo se basa en el fundamento de la certeza, pues es un signo de confianza en el bien. Cuando expresamos gozo no puede haber duda y oscurecimiento, ni proceso y demora, ni desobediencia y adulteración. Ninguna falsa imagen que pueda presentarse ante la actitud de verdadero regocijo puede ser admitida. Podemos probar la eficacia de las palabras de Jesús hoy, al igual que él y sus discípulos lo hicieron hace dos mil años.
Cierta noche un familiar de un Científico Cristiano le pidió ayuda, porque le era imposible dormir debido a un fuerte dolor en un ojo. El Científico Cristiano decidió inmediatamente contemplar la verdad en lugar de la mentira — la mentira de que Dios perfecto no se estaba manifestando espiritual y perfectamente. La Sra. Eddy declara: “Ni el magnetismo animal ni el hipnotismo entran en la práctica de la Ciencia Cristiana, en la cual la verdad no puede ser invertida, mas lo inverso del error es verdad”.ibid., pág. 442.
El Científico Cristiano sabía que lo inverso de un mortal con dolor, es la identidad espiritual perfecta, no un mortal, libre de dolor o de otros males. El hombre espiritual es el único hombre que jamás ha existido, que existe o existirá. El Científico Cristiano se regocijó en esa realidad que lo abarca todo. El resultado fue la curación — la desaparición del dolor y un sereno descanso nocturno.
Las lecciones que Jesús enseñó a sus discípulos — y él estaba constantemente enseñando — pueden ser aprendidas hoy, y una vez aprendidas, pueden ser probadas. De esta manera nuestra vida diaria es enriquecida inmensurablemente. Toda situación en que nos encontramos, todo problema que enfrentamos, toda persona con quien tratamos — o de quien pensamos o leamos u oigamos — es, en realidad, la expresión perfecta de Dios perfecto, ahora mismo. No hay excepciones. El nombre de cada uno de nosotros está “escrito en los cielos”.
