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Una tarde, mientras podaba las ramas de un árbol muy alto, me caí.

Del número de octubre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una tarde, mientras podaba las ramas de un árbol muy alto, me caí. El golpe fue tan fuerte que un vecino gritó: “¿Qué pasó?” Yo respondí: “¡Nada!” Esta declaración fue el comienzo de mi enfoque espiritualizado acerca de la situación. No estaba simplemente negando la sugestión de un accidente. Estaba reconociendo, mediante la oración, mi verdadera unidad con Dios, el bien — mi perfección espiritual, que siempre había existido. Yo sabía que la Mente, Dios, nunca me había perdido de vista, y que tampoco podía estar separado de Su cuidado.

Mi vecino preguntó: “¿Está usted bien?” “Sí”, fue mi respuesta con mayor convicción, pues mi consciencia se interesaba menos en el testimonio material y más en Dios. Pensé en la declaración de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, Pág. 397): “Cuando ocurre un accidente, pensáis o exclamáis: ‘¡Estoy lesionado!’ Vuestro pensamiento es más poderoso aún que vuestras palabras, más poderoso que el accidente mismo, para hacer real la lesión”.

Le pedí a mi esposa que me trajera mi Biblia y Ciencia y Salud. Algunas de las verdades que leí, me ayudaron a fortalecer mi oración, purificándome y liberándome de la sugestión de que me había lastimado seriamente. Percibí que nada nada discordante podía tocar al hombre, puesto que era el reflejo del Dios único y perfecto. Con esta espiritualización de pensamiento, yo sabía que la curación estaba a mi alcance. Las mentiras acerca del hombre fueron rechazadas y reemplazadas por la verdad del ser. Después de esto, sentí un ajuste total en mi cuerpo y a las pocas horas estaba perfectamente bien. Al día siguiente estaba en mi puesto de maestro de la Escuela Dominical.

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