La oración científica abarca el conocimiento de que el reino de los cielos es una realidad presente, que está dentro de nosotros ahora mismo, como lo dijo y demostró Cristo Jesús. Él le dijo a sus discípulos: “En cualquier ciudad donde entréis... sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios”. Lucas 10:8, 9;
Como ocurre en todo, nuestra habilidad para dar tratamiento en la Ciencia Cristiana se perfecciona con la práctica. Pero todo tratamiento descansa en nuestra comprensión de Dios y de Su creación espiritual como la única realidad. Nuestras oraciones se vuelven más eficaces a medida que aumenta nuestro entendimiento de la naturaleza y totalidad de Dios. Cuanto más claramente comprendemos a Dios, tanto más fe tenemos en Su omnipotencia. Al mismo tiempo llegamos a ver que el hombre es inseparable de Él y está siempre bajo Su gobierno. Y vemos que la creación espiritual, y no el sentido material del universo, es la realidad.
Si bien hay ciertas reglas fundamentales para el tratamiento, no hay fórmulas establecidas. Por cuanto es a Dios, la fuente infinita de ideas, a quien recurrimos para que inspire nuestra oración, y porque cada situación que requiere oración es diferente, el tratamiento científico no es estereotipado. Sin embargo, todo tratamiento incluye el reconocer la totalidad del Espíritu y la inexistencia de la materia; incluye percibir que la existencia espiritual es la única realidad. Sin esta posición básica no puede haber curación genuina ni prueba duradera de la perfección.
¿Qué estamos tratando de hacer cuando oramos — mejorar las condiciones materiales? ¿Curar un cuerpo? ¿Hacer que un mortal sea sano, feliz, próspero? Éstos son deseos que interfieren con nuestra percepción de la realidad espiritual. Sólo a medida que la consciencia cambia, cambian las condiciones externas. Todas las condiciones materiales, con sus enfermedades, destrucciones, carencia, son las objetivaciones de una mente ilusoria opuesta a Dios. Somos liberados del mesmerismo de la discordancia a medida que percibimos que la Mente divina, no la mente mortal, es la única Mente del hombre y que sus condiciones perfectas constituyen la única realidad.
La tal llamada mente carnal pretende hablar, tener inteligencia y realidad, pero sólo habla de su propio concepto falso acerca de nosotros. Nunca puede hablar de nuestra verdadera identidad; en realidad, lo cierto es que nunca está hablando, porque no tiene existencia verdadera. Entonces, ¿qué importa lo que la mente carnal se esté imaginando o esté diciendo? La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Un paciente bajo la influencia de la mente mortal sólo es curado al quitar la influencia que sobre él ejerce esta mente, vaciando su pensamiento del estímulo erróneo y de la reacción del poder de la voluntad y llenándolo con las energías divinas de la Verdad”.Ciencia y Salud, págs. 185–186;
Un obstáculo en el tratamiento puede ser el imaginarnos que tenemos que hacerle algo al error. Todo lo que le podemos hacer es ver su irrealidad, invertirlo, negarlo, dejar de creer en él. ¿Qué podemos hacerle a las imágenes de un sueño, por más aterradoras que parezcan ser? Sólo podemos despertar y ver su inexistencia. El término “error” significa aquello que no existe. El error es siempre una equivocación, una ignorancia acerca de lo que es verdadero. Necesitamos comprender la naturaleza y la nada del error, al igual que comprender la naturaleza y la totalidad de la Verdad. Entonces no seremos engañados por la ilusión del error.
El hombre mortal y material mismo es realmente una ilusión, una falsificación del hombre de Dios. Mediante la oración podemos ver más allá de la ilusión y reconocer en cambio la presencia del hombre espiritual y perfecto de Dios. El propósito del tratamiento en la Ciencia Cristiana no es el de mejorar la ilusión, sino sacar a luz la realidad.
En el tratamiento científico tenemos que sentir gratitud por la obra perfecta del creador, por Su visión perfecta, por Su perfecto conocimiento — por la belleza de todo lo que es verdadero. Debemos sentir que la presencia del Amor divino lo es Todo. Entonces veremos la nada del temor. La destrucción del temor es parte esencial en el tratamiento. No hay temor en la Mente que reflejamos. No hay nada que temer en el Espíritu, en el Amor, en las leyes de Dios.
El mal es siempre una creencia de que la verdad pueda ser invertida. Pero la verdad no puede dejar de ser verdad. Un paciente puede que parezca estar pasando por un período de cambio si escucha a la mente mortal. Pero podemos saber que lo inverso del error es la verdad en cada caso. El hombre no está gobernado por una mente mortal negativa sino por la Mente Padre-Madre eterna, verdadera, real. Podemos saber que la verdad del ser es el único poder en cada caso y que cualquier pensamiento adverso que rodee al paciente carece de poder.
¿Debiéramos esperar curaciones instantáneas? Sí. Si estamos a tono con las realidades espirituales del ser, no lleva tiempo saber lo que es verdadero ni tampoco para que se manifieste la curación.
¿Qué podemos hacer cuando las curaciones tardan? Esforzarnos por lograr un punto de vista más espiritual, aumentar nuestra fe y purificar nuestros deseos y nuestro amor. Muy a menudo el tratamiento se dirige hacia sacarse el problema de encima en vez de dirigirlo hacia la contemplación del hombre espiritual y perfecto, inseparable de Dios. Siempre somos uno con Dios; tenemos que ver esto y sentirlo.
El tratamiento en la Ciencia Cristiana es la comprensión de la verdad expresada en estas palabras de Ciencia y Salud: “La Ciencia del ser revela al hombre como perfecto, así como el Padre es perfecto, porque el Alma, o la Mente, del hombre espiritual es Dios, el Principio divino del ser, y porque este hombre real es regido por el Alma, y no por los sentidos, por la ley del Espíritu, y no por las supuestas leyes de la materia”.ibid., pág. 302.
Dios se regocija en Su perfecta creación; también podemos hacerlo nosotros. Un buen final para el tratamiento es agradecer a Dios por Su obra perfecta y por el armonioso gobierno de Su creación.