Con frecuencia recuerdo con profunda gratitud la respuesta afirmativa de mi familia a la invitación de una vecina de que me permitieran ir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana con su hijo. En los años que han seguido se han efectuado tantas curaciones mediante la Ciencia Cristiana que es imposible hacer una relación completa en este espacio. Hace poco hice una lista de todas las curaciones — físicas y mentales — de las que he sido testigo y que han resultado de la comprensión de Ciencia Cristiana. La lista era extensa. Incluía curaciones de sordera y de fractura de huesos, desempleo y pulmonía. No es nada extraño que mi gratitud por la Ciencia Cristiana rebose.
Cuando tuve que ausentarme de mi hogar por primera vez para ir a la universidad, a cientos de kilómetros de distancia, la separación fue extremadamente difícil, tanto para mi familia como para mí. A medida que pasaban las semanas pensé que había superado la añoranza de mi hogar hasta que tuve un accidente en la piscina de la universidad. Al intentar salir del agua de espaldas asiéndome de la orilla de la piscina, resbalé y caí hacia adelante con tal fuerza que mis codos se juntaron por detrás, y escuché el ruido de un fuerte crujido en mi pecho. No hubo diagnosis médica, pero el dolor y otros síntomas hicieron parecer que se había fracturado o dislocado un hueso. Como estudiante en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, vi esto como mi primera oportunidad, lejos del cariñoso cuidado de mi familia, de poner en práctica lo que había estado aprendiendo en la Escuela Dominical. Primero, tuve que vencer la autocompasión.
Estando en cama sufriendo, un compañero de estudios que criticaba mucho a la Ciencia Cristiana dijo en son de burla: “Bueno, si la Ciencia Cristiana es lo que dices que es, ¿por qué estás en cama? Tienes que tener algo que te ayude”. Desde ese momento en adelante, hice un esfuerzo decisivo encaminado a obtener una comprensión más clara de mi integridad y salud por ser una idea espiritual e hijo de Dios. Esta comprensión me llevó adelante en mis quehaceres diarios durante tres días, pero la verdad específica necesaria para obtener una curación completa me eludía. El cuarto día llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. Casi inmediatamente comprendió la naturaleza de la dificultad — una creencia prolongada en mi pensamiento de que estaba yo separado de mi hogar. Me aseguró que jamás podía yo estar separado del amor de mi Padre-Madre Dios, y estuvo de acuerdo en darme tratamiento según la Ciencia Cristiana. En veinticuatro horas se produjo otro sonido crujiente en mi pecho, y quedé libre de dolor. La curación fue instantánea y no hubo un largo período de convalescencia para que el hueso se compusiera.
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