Con su reconocimiento de que Dios es la Madre divina, la Sra. Eddy ha consumado el concepto que ha existido a través de las épocas de que Dios es Padre, y ha bendecido sin medida a la humanidad. Su reconocimiento de esta verdad ha echado abajo las limitaciones religiosas resultantes de un concepto incompleto acerca de Dios, y al mismo tiempo ha elevado el concepto de femineidad. Ha abierto el camino para que todos los hombres y mujeres encuentren su Madre infinita y divina.
En lo que se llama la Plataforma de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud: “Padre-Madre es el nombre de la Deidad, que indica Su tierna relación con Su creación espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 332; Este divino Padre y Madre es Amor, como declara Juan en su Primera Epístola.
Pero sólo si reconocemos la maternidad de Dios en su total significado, estaremos en posición de comprender que Dios es Amor, porque el divino amor maternal es una cualidad esencial de Dios, el Amor. Ciencia y Salud dice: “ ‘Dios es Amor.’ Más que esto no podemos pedir, más alto no podemos mirar, más lejos no podemos ir”.ibid., pág. 6;
Tal vez no reconozcamos, ni a medias, el significado de gran alcance de estas palabras. Una aversión a atribuir a Dios las innumerables cualidades espirituales de la verdadera femineidad, que complementan aquellas de la verdadera masculinidad, ha privado a muchas personas y pueblos de la oportunidad de ser sanados de una actitud que niega a Dios, o de la indiferencia o hasta de la oposición a la religión en general. El peso de la manera tradicional de pensar carga pesadamente sobre ellos.
Pero todo esto de ninguna manera anula el hecho poderoso de que el Padre-Madre Dios es Amor y que el hombre, a quien el Amor ha dado el ser, es la amada de expresión de Dios. Ésta es una realidad irreversible y demostrable, la cual jamás puede ser barrida por la llamada mente que Jesús llamó “mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44; Debido a que el hombre proviene del único Padre-Madre Dios y existe como emanación espiritual, él es uno con la fuente de su ser, y vive por siempre en feliz unidad de familia con su Madre y Padre. Esto viene a ser más evidente a medida que reconocemos más plenamente el amor maternal de Dios. Vemos que en el universo espiritual de Dios no puede romperse ningún lazo familiar, no puede ocurrir ninguna separación, no entra ninguna influencia mundana que rompa la unión de Padre-Madre e hijo.
Imperturbable por corrientes de pensamiento biológicas o psicológicas, la revelación de la maternidad de Dios permanece como una base sólida en la cual podemos confiar y estar en paz. Cuanto más descanse nuestro pensamiento sobre esta verdad, tanto más serenidad y gozo sentiremos. La promesa de Dios en Isaías viene a ser cada vez más real: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo”. Isa. 66:13.
Cuando era yo muy niña, tenía la impresión de que mi madre no me amaba. Trataba de complacerla en todo, pero sin aparente buen éxito. Cuando nació mi hermano, mi madre estaba llena de alegría. Lo prefería a él en todo. Y así empezó una larga y solitaria existencia a la sombra de mi hermano. Con el correr de los años, mi carácter cambió gradualmente. Había una dureza interna, una nueva taciturnidad. Estaba convencida de que nadie me amaba, que en todas partes se me despreciaba. Más tarde, hasta creí que Dios sólo me tenía guardadas penas e injusticias. Estaba convencida de que el amor de madre era para todos, pero no para mí. Años después, cuando la Ciencia Cristiana tomó la vanguardia en mi vida, aún creía esto.
Entonces, un día, las palabras que me dijo una practicista de la Ciencia Cristiana me sacudieron. “Oh, querida”, me dijo, “no eres una huérfana”. Estas pocas palabras fueron dichas en un tono que era nuevo para mí. Venían de una fuente más elevada. Algo cedió en mi corazón y se inició una maravillosa curación.
A medida que nos demos cuenta de la maternidad de Dios y de Su omnímodo amor imparcial, sentiremos un amor por Dios más grande y más puro como jamás lo hemos sentido antes y reconoceremos las reivindicaciones que nuestra Madre divina tiene para nosotros. Despertaremos a un amor espiritual de madre en lo íntimo de nosotros y a un profundo deseo de manifestar esta cualidad divina en nuestra vida diaria — para que aquellos con los cuales estemos en contacto sientan que la “tierna relación” de Dios y el hombre está intacta, pese a todos los argumentos en contra provenientes de los sentidos materiales. Estos sentidos son incompetentes para expresar una sola verdad, pero continuamente están derramando en la consciencia falsas sugestiones de barreras infranqueables entre los individuos y los pueblos.
A medida que comenzamos a comprender la gloria de la maternidad de Dios, a medida que gradualmente nos damos cuenta de que este amor maternal divino está trabajando dentro de nosotros sin interrupción, iluminándonos y liberándonos, nos liberamos de un sentido autoimpuesto de responsabilidad personal en cuanto a nosotros y a los demás. Se nos libera del temor por nuestros hijos mayores de edad que no estén siguiendo el camino que nosotros pensamos que es el mejor para ellos. Podemos dejarlos libres, confiándolos a la sabiduría de la Madre divina, quien jamás deja que Sus hijos se extravíen. Regocijándonos en esta libertad que ahora hemos hallado, vemos dentro de nosotros la amplia perspectiva y la fortaleza espiritual que necesitamos a fin de incluir en nuestro pensamiento — en nuestro amor de madre reflejado — a todos los que están hambrientos por el amor de una madre pero que lo están buscando donde jamás puede encontrarse — en el sentido material.
Es de vital importancia para la humanidad, desperar a la verdad de que sólo hay una Madre porque sólo hay un Dios. Esta Madre, Amor divino, es infinita — el único poder, la única presencia aquí, ahora mismo. Cada uno de nosotros puede decir “mi Madre”, y el niño temeroso que algunas veces parecemos ser, encontrará súbitamente que tiene acceso al Padre-Madre Dios y sentirá el consuelo del infalible amor de nuestra Madre.
 
    
