Mucha gente que conoce a Dios por medio de la Biblia ha aprendido que Dios es Espíritu. En efecto, de las muchas maneras en que la Biblia nos ayuda a comprender a Dios, el término “Espíritu” es el primero que revela. Es imposible no sentir algo de la grandiosa iluminación de realidad cuando se empieza a leer la Biblia. “Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Gén. 1:2, 3;
Este amanecer de la gloria de Dios no es un acontecimiento pasado. Es una continua y progresiva revelación que ocurre dentro de la eterna presencia de la consciencia infinita. El Espíritu derrama constantemente la luz divina — la sustancia misma del ser — y cada uno de nosotros tiene la santa oportunidad de recibir diariamente sus bendiciones. El Espíritu se revela a sí mismo mediante la luz — la iluminación espiritual. Como hijo del Espíritu, el hombre comprende que él es idea espiritual, una idea sostenida, preservada y protegida por la siempre luminosa presencia del Espíritu. La identidad del hombre depende de la luz del Espíritu. El hombre es conocido en términos de luz divina. Es nutrido con esta luz. Es bendecido por ella. Esta luz es la fuente y sustancia misma de su ser. El Espíritu jamás deja de radiar su perfección. Jamás es interrumpido en su continua emisión de consciencia divinamente iluminada. El Espíritu es inagotable, perpetuo.
La creencia mortal supone que el siempre presente Espíritu infinito puede ser resistido. Se considera que las limitaciones, la ignorancia, las restricciones, la oscuridad tienen existencia como elementos de materialidad. El sentido material — la llamada consciencia material — pretende que el Espíritu infinito permite tener tal contrario. Pero esta suposición, denominada por la Biblia “mente carnal”, es en sí misma totalmente ignorante.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!