Conocí la Ciencia Cristiana en una ocasión en que me encontraba muy desesperado. El médico que me estaba tratando en ese tiempo me dijo: “Con ese corazón, ya no puede usted usar la bicicleta, ni nadar, ni hacer ninguna clase de deporte”. Hasta me pedía que abandonara mi profesión. Como respuesta, le pregunté si me podía decir si había tan siquiera una cosa que todavía yo pudiera hacer.
Me trasladé a otra ciudad. A pesar de la orden del médico, otra vez acepté trabajo en mi profesión. Me cuidaba mucho, con frecuencia me veía al espejo para ver si estaba pálido, y tomaba medicinas.
La hija de mi jefe, niña de ocho años, a menudo me observaba. Un día me preguntó por qué hacía todo esto. Como pensé que aún era muy niña, le contesté que ella no entendería. Una vez me dijo que bien podía yo tirar las medicinas a la basura, puesto que no me servían de nada. Poco tiempo después la mamá de la niña empezó a prestar atención a nuestras conversaciones, y me preguntó si había oído hablar de la Ciencia Cristiana. Tuve que contestar que no. Pero despertó mi interés. Al siguiente miércoles fui con la madre y la niña a una reunión de testimonios en una iglesia filial, en donde conocí a un practicista de la Ciencia Cristiana.
El practicista afectuosamente aceptó mi caso. Después de hablar con él, me dijo: “Dios le está dando fuerza y salud”. Vi que esto me capacitaba para continuar en mi profesión. Al poco tiempo quedé libre de mis achaques puesto que vi claramente que la enfermedad es un estado del pensamiento. Mi incapacidad se originó por haber yo aceptado el diagnóstico del médico. Quedé muy agradecido por esta curación. Después, practiqué mi profesión durante muchas décadas. En verdad, sí tiré las medicinas a la basura.
Un día estaba lavando mi automóvil en una calle apartada de la ciudad; cuando estaba terminando mi trabajo se me acercó un joven mal vestido, de aspecto desaliñado, y me ordenó que lo llevara a una calle como a un kilómetro de distancia. Me opuse a hacerlo, y le dije que él podía caminar esa corta distancia. Entonces él me exigió dinero para transportarse en autobús. Le contesté que yo no iba a permitir que me hiciera un chantaje. Después de una pequeña pausa, me dijo: “¿Qué haría usted si yo lo golpeara?”
Ahora vi muy claramente que yo tenía que comprobar mi posición como Científico Cristiano. Le hablé, usando estas palabras: “¿Y sabes tú en presencia de quién estás? Tú estás en presencia de Dios, y yo también estoy en Su presencia, por lo tanto tú no estás en condiciones de golpearme”. El Amor lo silenció. Entonces le pedí afectuosamente que se fuera de allí. Después de unos cuantos insultos burdos, que oí con mucha calma, me sonreí con él, dio unos pasos y se fue. Di gracias a Dios por Su presencia protectora en todo lo que hago. “Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano” (Salmo 139:5).
Estoy muy agradecido porque he conocido la Ciencia Cristiana, agradecido por ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, así como por la instrucción en clase.
Berlín Occidental, Alemania
