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El que cree y la creencia

Del número de julio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El hombre es realmente una idea espiritual, una expresión individualizada de la consciencia divina y única. Por tanto, toda mentira de la mente mortal, ya sea que aparezca como un mortal enfermo o pecador, es realmente una mentira acerca de la consciencia, acerca de lo que el hombre sabe. Lo que aparece como un mortal enfermo, es una manifestación de la creencia de que el hombre tiene una mente separada de la única Mente, Dios; de que ha dejado de estar consciente de la integridad que Dios le ha conferido y cree que está enfermo. El pecado surge también de la creencia de que el hombre tiene una mente personal separada de Dios; de que él se ha separado del Principio divino.

Algunas preguntas que tal vez necesitemos hacernos, entonces, son: ¿Qué es lo que conoce el hombre? ¿Cuál es el origen, o Padre, de la consciencia del hombre? Las respuestas se encuentran en la Biblia y en los escritos de la Sra. Eddy. Hay una Mente infinita, y la consciencia del hombre es la emanación, la expresión misma, de la Mente divina. El hombre sólo conoce el bien.

Mientras identifiquemos al pecado o a la enfermedad con una persona, estaremos trabajando desde el punto de vista equivocado. No nos daremos cuenta de que el que cree no es el hombre sino una creencia errónea. En consecuencia, tal vez creamos que necesitamos cambiar a una persona o persuadir a alguien a que cambie. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Una creencia errónea es a la vez el tentador y el tentado, el pecado y el pecador, la enfermedad y su causa”.Ciencia y Salud, pág. 393; Sabiendo esto, reprendemos la creencia de enfermedad o pecado, no a personas. Jesús nos dio un ejemplo en el caso del muchacho que él sanó de un espíritu maligno. Dijo: “Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él”. Marcos 9:25; Cuando la creencia fue destruida y el muchacho sanado, tampoco quedó el creyente; ya que la creencia era lo único que existía para el creyente.

¿Qué es lo que se necesita para esta obra sanadora, y dónde se efectúa? Lo que necesitamos es inspiración espiritual, luz espiritual. La obra se efectúa en nuestra propia consciencia.

Nada sino la comprensión espiritual puede revelar el verdadero estado del hombre como la idea de la Mente. Y de ninguna otra manera podemos ver más allá de la máscara más sutil del error, o sea, un creyente. Teniendo como nuestra meta la comprensión, expulsamos de nuestra consciencia todo lo que quisiera impedirnos ver lo que el hombre ya es, lo que ya sabe como reflejo de Dios. Esta espiritualización nos prepara para ayudar a otros.

Una noche se me despertó porque un miembro de mi familia estaba muy enfermo de intoxicación alimenticia, según me enteré más tarde. Una sensación de lo inútil de cualquier ayuda física me obligó a apartarme de toda evidencia material y a recurrir a la realidad espiritual. No hay creencia en enfermedad, pensé, y no hay quien crea en ella.

Mi punto de vista cambió completamente. Vi que no había nada que componer. Todo lo que realmente había era la consciencia de la presencia de Dios. Tuve una vislumbre del hombre creado por Dios, del hombre que está consciente de su perfección otorgada por Dios. En dos o tres minutos todo estaba tranquilo. No fue sino hasta varios días después que mi pariente recordó cuán pronto había desaparecido la dificultad.

Cuando Cristo Jesús sanó a un ciego de nacimiento, Ver Juan 9; ya no había más un ciego, sino un hombre que podía ver. ¿Qué le ocurrió a la creencia de ceguera? La ceguera no tiene identidad. Ni la tiene la enfermedad o el odio o la improbidad. Son ilusiones del sentido material. A medida que la comprensión espiritual ilumina la consciencia humana, la creencia y el que cree desaparecen; son reemplazados por un punto de vista mejor acerca del hombre, y esto se llama curación. Vemos que el que cree es parte de la creencia; no es una persona.

Algunas veces pareciera haber renuencia a ver la nada del que cree, como si nuestra identidad o la de otra persona pudiera perderse. Parte de la respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta: “¿Quién o qué es lo que cree?” dice: “El que cree y su creencia son una misma cosa, y son mortales”.Ciencia y Salud, pág. 487; Por tanto, todo lo que pueda decirse de la creencia, puede decirse del que cree; ninguno de ellos es el hombre; ninguno es real.

A veces puede parecer más difícil ver más allá de la máscara del pecado que ver más allá de la enfermedad. Pero, nuevamente, una creencia en el pecado, y no una persona, es el pecador. Cuando Jesús sanó al muchacho del espíritu maligno, “tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó”. Marcos 9:27; Cuando la creencia es apartada del individuo — cuando se ve que la creencia es nada, que no tiene individualidad — y cuando el pecado es reprendido impersonalmente, esta acción sí eleva, sí libera al individuo, en vez de condenarlo.

Conocí a un hombre que vino a parar en un alcohólico. Su esposa había visto los efectos sanadores de la Ciencia Cristiana en la vida de otros miembros de la familia, pero pensó que su esposo era el que necesitaba de la Ciencia, y si él no la aceptaba no había nada que ella pudiera hacer. Pero como las cosas empeoraban, decidió estudiar Ciencia Cristiana ella misma con la esperanza de que ella sanara de cualquier cosa que en sus pensamientos y acciones pudiera estar contribuyendo al problema de su esposo.

Después de un tiempo, el hombre recordó más tarde, se dio cuenta de que se había operado tal cambio en su esposa que ya no podía culparla por el hábito de tomar en el que él había caído. Vio que él tenía que encarar el problema categórica y honradamente. Lo hizo. Jamás volvió a tomar ni a tener deseos de hacerlo. La vida de ambos cambió completamente.

¿Qué había ocurrido? La creencia de que el hombre, el reflejo de Dios, puede obrar independientemente de su Principio divino y quebrantar la ley de Dios, había sido el pecador. La luz de la naturaleza del Cristo, de amor desinteresado y de honradez, reveló la nada del pecado. Entonces la creencia cedió a la verdad, a la ley de Dios que opera en la consciencia humana. Ya no hubo un pecador. La esposa me dijo que ella había aprendido que la creencia no era parte de la individualidad verdadera de su esposo. Ella había visto más allá de la creencia y del que cree en ella.

La Sra. Eddy nos asegura: “El pecado es el pecador y viceversa, pues tal es la unidad del mal; y juntos, tanto el pecador como el pecado, serán destruidos por la supremacía del bien. Esto, sin embargo, no aniquila al hombre, pues borrar el pecado, alias el pecador, trae a luz, evidencia, al hombre real, la ‘imagen y semejanza’ de Dios”.Retrospección e Introspección, pág. 64.

No tenemos jamás por qué podamos perder nuestra identidad, o que se pueda perder la de otro, por ver la irrealidad de la creencia y del que cree en ella, el pecado y el pecador. Nada perdemos, sino que ganamos un punto de vista más claro del hombre como realmente es.

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