El juego legalizado es una de las mayores industrias en la ciudad en donde yo vivía anteriormente. Me empezaron a atraer las máquinas tragamonedas y los juegos de azar. Comencé a jugar moderadamente pensando que no hacía ningún mal al gastar tan poco dinero en algo tan divertido. Cuando me afilié a la Iglesia de Cristo, Científico, de la localidad, les manifesté a los miembros de la comisión directiva que tenía esa afición, que deseaba no sentir que el juego fuera tan divertido, pero que gastaba tan poco dinero que en realidad creía que esto carecía de importancia.
Ellos me ayudaron a comprender mi responsabilidad, como miembro de la filial, de estar libre del juego. Señalaron que el juego involucra el azar, y que la Ciencia Cristiana no está basada en el azar, sino en la perfección invariable de Dios, y que mi amor hacia esta verdad resultaría en la actuación correcta y el vivir honesto. Amorosamente me animaron a vencer el deseo de jugar y así ganar mi libertad. Sin embargo, tenía más que aprender. Había razonado muy ligeramente al decir que no estaba haciendo ningún mal. A medida que pasaba el tiempo, comencé a sentirme culpable. No quise pedirle ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana porque me sentía muy avergonzada. La conciencia comenzó a remorderme al darme cuenta cómo yo, una Científica Cristiana que había recibido instrucción en clase, podía representar tan mal la libertad que la Ciencia Cristiana nos revela.
Si hubiera jugado en grande tal vez hubiera visto con más claridad la necesidad de dejar el juego, pero el apostar una cantidad insignificante de dinero no parecía hacer ningún daño. Le pedí a mi hija, que también había recibido clase, que me ayudara con la oración. Ella me dio tratamiento pero al principio nada cambió. Pero un día, repentinamente, sentí que no deseaba volver a poner un centavo más en una máquina, o jugar más al azar. Algunas veces la gente deja (o al menos trata de dejar) el juego a causa de una gran pérdida. Lo que me sanó no fue ni una ganancia ni una pérdida. La Ciencia Cristiana me había sanado por medio de un cambio de corazón y de valores.
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