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El alcance del Amor

Del número de julio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Quien está consciente de sus propios sentimientos y ha experimentado el amor abnegado sabe que la fuente de ese amor no tiene nada que ver con el ser mortal. Más que emoción y aun más que afecto humano, ese amor que lo impulsa a uno a olvidarse de sí mismo para bendecir a otros comienza a aproximarse a lo divino.

El autor de la Primera Epístola de Juan, en su exhortación al amor fraternal, nos insta a recordar que el amor que sentimos por los demás está estrechamente ligado a nuestra comprensión de Dios y a nuestra relación con Él: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. 1 Juan 4:7, 8;

Y Mary Baker Eddy, que ha enseñado a muchos a curar mediante la utilización del Amor divino, se refiere tanto a la cualidad humana del amor como al Amor que es Dios mismo. En un pequeño artículo titulado “Amor” nuestra Guía escribe: “¡Qué palabra ésta! Con asombro reverente me inclino ante ella. ¡Sobre cuántos miles de mundos tiene alcance y es soberana! Aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor”. Luego describe una de las expresiones de este amor en la experiencia humana, como “la mano gentil que abre la puerta para visitar al necesitado y al angustiado, al enfermo y al afligido, iluminando así los lugares oscuros de la tierra”.Escritos Misceláneos, págs. 249–250;

Es la emanación del Amor lo que se acerca a nuestra necesidad y la satisface. En la realidad pura y espiritual, poblada solamente por los hijos de Dios, donde no hay ni tiempo ni espacio finito, el concepto de “alcanzar” es obsoleto. Pero, para la humanidad, este llegar a ella es un medio de ayuda. Los ángeles (las ideas) de Dios llegan a la tierra colmándola de bendiciones; la humanidad se esfuerza por acercarse a Dios para recibirlas, y por conducto de las energías del Amor nos acercamos unos a otros para ayudar y curar.

Que las vidas se toquen — que realmente se toquen — con amor, no es fácil. Mucho de superficial, y aun de perjudicial, hay en la comunicación entre la gente. Pero cuando el amor abnegado supera el interés personal, un individuo trae a la tierra — y a los mortales — algo celestial, mitigando necesidades y angustias, enfermedades y sufrimientos.

El deseo de sentirnos cómodos en la materia o conformes con la pereza mental, no nos capacita para ayudar al doliente. Debemos superar nuestra renuencia a acercarnos a otros antes de que podamos abrir “la puerta para visitar al necesitado y al angustiado, al enfermo y al afligido”. A veces el que está sufriendo levanta barreras para defenderse. Un amor paciente y abnegado de parte del sanador es esencial para penetrar esas barreras.

Mas para la solución verdadera del problema se requiere la presencia del Amor divino. El alcance del Amor penetra el problema, disuelve el sufrimiento y cura la discordancia humana. El hombre real reside en las moradas del Amor donde, como lo dicen las Escrituras, su “vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3;

Solamente los efectos del Amor divino — que no es ni influido ni impedido por el sentido corporal — alcanzan una conclusión sanadora, probando así que el sufrimiento no tiene origen o causa y, por lo tanto, que carece de efecto; que no tiene sustancia; que ninguna ley sustenta ni da presencia a la acción del mal y que, puesto que el mal no existe en la consciencia divina o verdadera, tiene que desaparecer de la consciencia humana.

“Si el Científico alcanza a su paciente por medio del Amor divino”, dice la Sra. Eddy, “el trabajo de la curación se realizará en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá, tornando a su estado natural, la nada, como el rocío se desvanece ante el sol de la mañana”.Ciencia y Salud, pág. 365;

Cuando el Amor divino toca nuestra vida, la condición humana es bendecida. Todo lo que nos induce a creer que merecemos sufrir se desvanece ante la revelación de lo que es la vida verdadera a la manera del Cristo. Las conjeturas: “¿Por qué se sufre?” “¿Cuándo terminará el sufrimiento?” “¿Qué puede hacerse?”, ceden al conocimiento revelado por el Amor. Este conocimiento inspirado sostiene al paciente en el abrazo del Cristo: ciertamente cuida de él.

Quizá nos hayamos sentidos frustrados al tratar de ayudar a un amigo en necesidad mediante nuestro afecto humano solamente. A veces, nuestros más valerosos sacrificios sólo producen confusión. Aunque acaso perdamos la esperanza de satisfacer las necesidades de otro por medio de los esfuerzos humanamente personales, el alcance del Amor divino es infinito.

Nuestra expresión del Amor infinito hace más que consolar a otros con un toque tranquilizador, o que instarlos al despertar que necesitan. Ambas actitudes pueden ser útiles en nuestro proceso de curación. Pero el Amor eterno, que nada sabe de pecado y sufrimiento, tampoco sabe nada de procesos. Lo que parece ser el instante en que se realiza una curación es, realmente, la eternidad de la realidad divina.

¿Cómo podemos utilizar con más persistencia este poder que cura instantáneamente? Algo más que la superación de ciertas prácticas egoístas y del amor por la comodidad se requiere para ello. Para curar mediante la gracia del Amor, el sanador debe conocerse a sí mismo; conocer su verdadera identidad espiritual. Debe reconocer que su propia vida está “escondida con Cristo en Dios”. Ante la pregunta “¿Cómo habremos de llegar a nuestra individualidad verdadera?”, la Sra. Eddy contesta simplemente: “Por medio del Amor”.Esc. Mis., pág. 104;

En la medida en que diariamente afirmamos y aceptamos el Amor divino como la base e inspiración mismas de nuestra vida, aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos. Esto no significa pasar por alto nuestros errores o justificarlos. Amarnos a nosotros mismos no significa dar rienda suelta a lo que nos gusta o nos disgusta, o a nuestros caprichos y fantasías; pero sí significa mantener una rebosante alegría de vivir y de realización, como la de aquella mujer virtuosa descrita en los Proverbios: “Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al menesteroso”. Prov. 31:20.

La gradual liberación del sentirnos separados de Dios se puede manifestar primero en una capacidad para identificarnos con nuestro ser verdadero y entonces alcanzar a los demás. Sin embargo, al despertar cabalmente a la realidad espiritual de la vida encontraremos todo y a todos dentro del alcance infinito del Amor.

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