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La base espiritual de la integridad

Del número de julio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se ha descrito de diferentes formas la manera de lograr integridad, desde la sabiduría pragmática de Jorge Washington en su discurso de despedida en el que dijo que “la honradez es siempre el mejor curso de acción” hasta lo que escribió William Shakespeare en Hamlet: “Sé veraz contigo mismo”.

Pero sin integridad innata, ¿cómo podemos ser verdaderamente honrados? Y sin una comprensión de nuestra verdadera identidad, ¿cómo podemos ser veraces con nosotros mismos?

En realidad, manifestamos integridad en el grado en que reconocemos que nuestra identidad es el reflejo de Dios y comprendemos al Dios que reflejamos. En este sentido, se identifica la integridad con la compleción o plenitud espiritual, en la que el hombre representa todos los atributos de Dios. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), explica que el ser verdadero del hombre es la imagen perfecta de su Hacedor. Usando la analogía de un espejo, escribe: “Ahora comparad al hombre ante el espejo con su Principio divino, Dios. Llamad el espejo la Ciencia divina, y llamad al hombre el reflejo. Entonces observad lo fiel que es, según la Ciencia Cristiana, el reflejo a su original”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, págs. 515–516;

A menudo hablamos de la integridad de una obra de arte o de un edificio creado por un arquitecto. Lo que queremos decir es que la obra de arte o el edificio es fiel a su propósito u objetivos. En Ciencia y Salud se define a Dios con nombres que específicamente se usan o implican en las Escrituras — Vida, Amor, Verdad, Mente, Espíritu, Alma y Principio. Nuestra integridad consiste en ser fieles a nuestro propósito — expresar los nombres, o naturaleza, de Dios. La Vida divina tiene que estar expresándose a sí misma en el hombre que es vivaz y vigoroso. La Mente tiene que estar desarrollándose a sí misma por medio de la creación que expresa inteligencia y visión. La manifestación del Alma tiene que incluir belleza y alegría. Y puesto que el creador del hombre es el Amor así como también el Principio, la expresión del Principio combina la ley invariable con el tierno amor. En suma, la integridad es nada menos que la totalidad de Dios reflejada en la compleción del hombre.

Ver al hombre a imagen de Dios implica apartarse radicalmente del sentido material que ve al hombre como carne y huesos con una mente dentro de él. Pero fue el concepto espiritual que tenía Cristo Jesús acerca del hombre lo que lo capacitó para hacer su obra sanadora. Y es este concepto el que cada uno de nosotros puede adoptar libremente, trayendo así al Cristo, la Verdad, a nuestra vida. La Sra. Eddy escribe: “A medida que los mortales abandonen el concepto erróneo de que hay más de una Mente, más de un Dios, el hombre a la semejanza de Dios aparecerá, y este hombre eterno no incluirá en esa semejanza elemento material alguno”.ibid., pág. 191;

El mantener este concepto en la consciencia y practicarlo en la vida diaria, revela la plenitud, o integridad, individual del hombre. Dios, siendo todopoderoso y estando siempre presente, hace que el hombre exprese eternamente Su plenitud en cada aspecto de su actividad. El reconocer que la base de la integridad es espiritual ayuda a proteger al individuo del temor de que alguna vez pueda perder su integridad. El Salmista dijo: “¡Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado, y en Jehová he confiado! no resbalaré”. Salmo 26:1 (según Versión Moderna); La integridad, en su expresión humana más elevada, es un estado de carácter moral y de espiritualidad en el que el individuo refleja tan claramente las cualidades divinas que constituyen el hombre verdadero que le es imposible tratar a los demás sin expresar esas cualidades.

La integridad del hombre surge del hecho de que él es el reflejo completo de Dios. No existe nada que pueda desvirtuar o romper esta relación perfecta. Considerada espiritualmente, la integridad no es ninguna característica de conducta humana que se modifica a voluntad. Es invariable en su expresión. A menudo quizás hablemos de nuestra “integridad personal”, pero lo personal podría implicar algo que comienza con un mortal y que es su posesión exclusiva. La integridad en su sentido espiritual es universal, no obstante se demuestra individualmente.

El ser verdadero expresa la plenitud de Dios. El hombre nunca es torpe, puesto que expresa la inteligencia divina. Nunca es apático, puesto que la expresión de la Vida es eternamente nueva. Nunca es insensible, puesto que el Alma expresa todo sentimiento. Al discernir estas verdades, vemos la correlación que existe entre la integridad individual y la honradez. Seremos verdaderamente honrados en la proporción en que entendamos que el Principio crea únicamente a un hombre justo y respetuoso de la ley. Siempre tenemos que seguir las normas más altas en toda nuestra conducta moral, ya que tenemos que demostrar el Principio divino que jamás se desvía.

A su vez, nuestra expresión constante de integridad nos protege de ser perjudicados por quienes pueden parecer faltos de honradez en su trato con nosotros. Si comprendemos que nuestra honradez está bajo la ley de la relación inquebrantable entre Dios y el hombre, esto aniquilará los efectos aparentes de cualquier acción basada en algo menos que la integridad. Según nos dice la Biblia: “La integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos”. Prov. 11:3.

El mundo necesita nuestra integridad. La necesita no solamente como una expresión personal de moralidad humana, sino como una demostración individual de ser veraces con nosotros mismos — no con un sentido fugaz y material de personalidad, compuesto de cualidades contradictorias, sino con nuestra identidad espiritual revestida de los atributos de Dios. Tal integridad, que se expresa en continua honradez, vigor constante, inteligencia, alegría y ternura, la sentirán los demás como la fuerza del carácter cristiano. Y es así, pues la integridad redime el vacío de una vida que no está basada en el Principio, con la realización que caracteriza al hombre verdadero — el hombre que vive de acuerdo con su Principio divino, Dios.

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