Cuando conocí la Ciencia Cristiana hace más de cinco años, me encontraba en un precario estado de salud. Había sufrido un grave accidente en mi trabajo cuando un montacargas cayó sobre mí, y estuve varios años recibiendo muchas clases de tratamiento médico. Caminaba con gran dificultad y no me era fácil viajar en ninguna clase de vehículo a causa de los dolores que sentía. Por último mis empleadores decidieron jubilarme por invalidez porque las autoridades médicas me dijeron que no podría trabajar más.
No obstante, el médico del establecimiento donde trabajaba se interesó mucho por mi caso, y después de sacar varias radiografías, decidió que se me sometiera a una operación de la columna vertebral. El resultado de la operación era incierto — los médicos no garantizaban que volviera a caminar.
La noche antes de la operación, mi esposa, que es Científica Cristiana, vino a verme al hospital como lo hacía diariamente. En esta ocasión me dio un ejemplar del Heraldo y un pequeño folleto sobre esta Ciencia diciéndome que el leerlos me haría mucho bien.
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