Hace años estaba bajo tratamiento quirúrgico y cáustico debido a pólipos y un problema adenoideo. Cuando le dije a mi tía lo terrible que eran los tratamientos, me prestó Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Mi madre era escéptica en cuanto a la Ciencia Cristiana y estaba perturbada porque yo leía este libro. Pero una amiga dijo a mi madre que esta Ciencia curaba y que su tío era un practicista de la Ciencia Cristiana.
La próxima vez que tenía que ver al médico, mi padre y yo fuimos a hablar con el tío de esta amiga. Nos habló del gran amor de Dios y cómo sana este amor tal como lo hizo cuando Cristo Jesús estaba en la tierra. Nos sentamos guardando silencio, y él oró por mí y nos pidió que dijéramos el Padre Nuestro.
Más tarde ese día, fui a ver al médico por tener una cita previa con él. Me examinó la garganta y no encontró ni trazas de la dificultad. Los pólipos y el problema adenoideo habían sanado completamente. Mi padre y yo nos detuvimos en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana para comprar un ejemplar de Ciencia y Salud. Después fuimos a casa y tiramos todas nuestras medicinas.
Años más tarde me golpeó un automóvil y fui herida de gravedad. Se reunió un gentío a mi alrededor y exigieron que se me llevara a un hospital. El personal médico del hospital descubrió que yo tenía una concusión y que una de las piernas había quedado casi desprendida; el músculo exterior había desaparecido y los huesos se habían astillado. Mi padre les dijo que éramos Científicos Cristianos. El médico dijo que era imposible ajustar los huesos o hacer un injerto en la carne. Tomaron radiografías y las enviaron a una clínica para que hicieran un dictamen. La clínica telegrafió en respuesta diciendo que debían amputar la pierna de inmediato. Mi padre se opuso a que se hiciera esto e insistió en llevarme a casa. Entablillaron la pierna y me enviaron a casa en una ambulancia.
Habíamos tenido algunas curaciones maravillosas en mi familia, y desde el comienzo yo sabía que podía sanar. Se pidió a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. Jamás tuve dolor ni sentí temor. Y, por supuesto, no se me dio medicación alguna. No volví a ver al médico hasta que me molestó el entablillado y lo llamamos. Examinó la pierna y vio que el hueso había vuelto a su lugar y se había unido. Gradualmente la carne se cerró. Estuve en una silla de ruedas algún tiempo, después en muletas, hasta que un día me di cuenta claramente de que Dios es mi apoyo verdadero y caminé sin ayuda. Mi curación fue completa sin complicaciones futuras.
Estas curaciones están entre muchas bendiciones que he recibido mediante esta Ciencia del Cristo. He visto pruebas de que nunca falla cuando de manera comprensiva recurrimos a Dios para que nos guíe y sane.
Ottawa, Kansas, E.U.A.
