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Nuestra convicción de la Verdad sana

Del número de agosto de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos tenemos convicciones. El científico espacial está convencido de las leyes de la impulsión, la gravitación y la energía y depende de ellas. Todos compartimos la convicción del funcionamiento regular del sistema solar y confiamos en la ley de la gravedad.

En la Ciencia Cristiana nuestra convicción de la Verdad, la confianza que tenemos en ella y nuestra devoción a aceptarla nos capacitan para demostrar esta Verdad, para probar la bondad y la totalidad de Dios. A fin de obtener esa convicción podemos aferrarnos al hecho científico de que no somos mortales ignorantes, sino expresiones inteligentes de la Mente divina, invariablemente unidas al Espíritu y, por lo tanto, invariablemente conscientes de la omnipresencia de Dios.

Este estado de consciencia perfecto no es algo que tengamos que establecer. Sólo tenemos que despertar a él, pues ya ha sido establecido plenamente por la única Mente. Como expresiones espirituales de la Mente así es como realmente somos, aunque desde la perspectiva material e ilusoria parecemos ser bien diferentes. Sólo necesitamos demostrar la unidad del hombre con Dios — la consciencia eterna que el hombre tiene del poder de Dios — obteniendo, mediante la oración, una clara comprensión de este hecho absoluto y de las otras grandes verdades del ser.

El estudiante de la Ciencia Cristiana ora afirmando que las verdades divinas son las únicas verdades de la creación. Afirma que las cualidades de la Mente divina están presentes en él, ahora mismo. De esa manera comienza a sacar a luz la certidumbre del bien infinito, que responde a las necesidades humanas. Esta oración incluye también la negación de toda consciencia separada de Dios. Como sólo hay una Mente y esta Mente es el bien omnipresente, no puede haber ni siquiera una creencia en una mente fuera de Dios.

La comprensión de estas verdades destruye las nebulosas creencias y los obstáculos mentales que se oponen a la percepción y curación espirituales. Negar la imperfección a base de su irrealidad ayuda a eliminar el temor y fortalece nuestra confianza en la totalidad de Dios. Abre las puertas del pensamiento a la Verdad. En la medida en que el escepticismo y el razonamiento basado en la materia son sustituidos por una clara percepción de las leyes espirituales de Dios, podemos demostrar la Verdad.

Cierta vez oré diligentemente a fin de curar una condición física de larga duración. Necesitaba una fe más firme en el poder sanador del Amor divino. Sabía que mi convicción de la omnipresencia del Amor me capacitaría para ver que la enfermedad era ilegítima; que la totalidad del Espíritu excluía la realidad de la materia y, por lo tanto, excluía la realidad de toda condición material y discordante.

Sostuve que las leyes del universo de Dios, por ser leyes espirituales del Amor, producen sólo armonía. Que el universo espiritual, incluso el hombre, se deriva de la perfecta Mente divina. Afirmé que el hombre es siempre impecable en salud y refleja la bondad de la única Vida, Dios, y que todo lo que en apariencia contradiga esta verdad es una suposición carente de poder.

Supe que podía elegir el no creer en la enfermedad. Podía verla por lo que era — una creencia impotente — y de esta manera vencerla. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “No permitáis que pretensión alguna de pecado o enfermedad se desarrolle en el pensamiento. Desechadla con la convicción firme de que es ilegítima, porque sabéis que es tan imposible que Dios sea el autor de la enfermedad como que lo sea del pecado”.Ciencia y Salud, pág. 390;

A medida que reconocí que, por ser expresión de Dios, ya poseía yo una permanente certeza de la verdad espiritual, me sentí menos preocupado por mi salud física y más deseoso de comprensión espiritual. Pronto sané.

La obtención de entendimiento espiritual no entraña una tediosa travesía por una comarca exótica de pensamientos y razonamientos complejos. Por el contrario, es un feliz despertar a nuestra verdadera naturaleza y la de los demás como ideas del Amor divino. Nuestra verdadera identidad no es personal, física o mortal. Nunca hemos sido realmente otra cosa que ideas de Dios. La Sra. Eddy escribe: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.ibid., pág. 470; Cada uno de nosotros tiene en su consciencia, en espera de ser descubierto y utilizado, el sentido espiritual del ser, el entendimiento de la presencia del Amor divino, que sana.

En el Evangelio de Marcos se narra la curación de un joven epiléptico efectuada por Cristo Jesús. Aparentemente la fe del padre del joven había sido puesta a prueba cuando los discípulos no pudieron sanar a su hijo. Dirigiéndose al descorazonado padre, Jesús dijo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. Con sincera esperanza el padre clamó: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Marcos 9:23, 24; Su hijo fue curado. ¿Qué fue lo que ocurrió? El temor, la falta de convicción, la “incredulidad”, se habían disipado a la luz del Cristo.

Despertando a la presencia de Dios por medio de la oración, podemos sanar cualquier situación. Mucho más que un clamor de justa indignación, la oración científica es el reconocimiento con comprensión de que Dios y Su Cristo sanador, la Verdad, están siempre presentes. Cuando la oración alcanza la convicción de la totalidad del Amor y su cuidado por su creación espiritual, la creencia en la materia y en leyes materiales se erradica, y entonces la curación es inevitable.

¿Qué ocurre cuando los síntomas de la enfermedad nos perturban? ¿Qué pasa si nuestra incredulidad en la totalidad de Dios parece desafiar a nuestras oraciones? ¡Cuán felices podemos sentirnos de saber que esas sugestiones mortales son irrealidades que se destruyen con la verdad!

¿Luchamos con el temor? El temor es sólo la ilusión de la ausencia del Amor. Tiende a localizarse donde falta nuestra convicción de la Verdad. Forma parte de la arraigada creencia de que la vida está en la materia y es condicionada por la materia. Juan dice acerca de la fuerza liberadora del Amor divino: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18. El temor no tiene cabida en el pensamiento de quien sabe que, en la verdad, uno no puede sentir temor, que Dios es Amor y que el hombre es el reflejo de Dios y expresa sólo Su amor. Cuando verdaderamente sentimos la totalidad del Amor divino, tanto el temor como lo temido disminuyen y desaparecen.

Al no comprender, con convicción, que en realidad no somos físicos sino espirituales, tendemos a creer que la ignorancia acerca de la espiritualidad del hombre es real. Pero esta creencia no tiene por qué continuar. Nuestra verdadera identidad no es una amalgama de átomos, centrada en el cerebro y expresada en una forma mortal, separada de Dios y de Su amor. El hombre vive en la totalidad del Amor como idea divina. La inteligencia, el entendimiento y la perfección son algunas de las cualidades que le pertenecen por haberle sido dadas por Dios, y ellas pueden ser demostradas ahora mismo. La ignorancia y la duda pueden disiparse ahora. Pero necesitamos afirmar nuestra inseparabilidad del Amor divino.

No hay mayor propósito para nuestra vida que el tratar de despertarnos a nuestra consciencia verdadera, a la convicción permanente respecto al Amor infinito, convicción que ya poseemos.

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