Todos tenemos convicciones. El científico espacial está convencido de las leyes de la impulsión, la gravitación y la energía y depende de ellas. Todos compartimos la convicción del funcionamiento regular del sistema solar y confiamos en la ley de la gravedad.
En la Ciencia Cristiana nuestra convicción de la Verdad, la confianza que tenemos en ella y nuestra devoción a aceptarla nos capacitan para demostrar esta Verdad, para probar la bondad y la totalidad de Dios. A fin de obtener esa convicción podemos aferrarnos al hecho científico de que no somos mortales ignorantes, sino expresiones inteligentes de la Mente divina, invariablemente unidas al Espíritu y, por lo tanto, invariablemente conscientes de la omnipresencia de Dios.
Este estado de consciencia perfecto no es algo que tengamos que establecer. Sólo tenemos que despertar a él, pues ya ha sido establecido plenamente por la única Mente. Como expresiones espirituales de la Mente así es como realmente somos, aunque desde la perspectiva material e ilusoria parecemos ser bien diferentes. Sólo necesitamos demostrar la unidad del hombre con Dios — la consciencia eterna que el hombre tiene del poder de Dios — obteniendo, mediante la oración, una clara comprensión de este hecho absoluto y de las otras grandes verdades del ser.
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