Algunas cosas jamás debieran darse por sentadas. Una de ellas es el tratamiento en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens).
Imagínese que usted formó parte de ese grupo de gente que presenció el momento en que Cristo Jesús se vio frente al hombre con la mano seca. Suponga que usted realmente escuchó a Jesús decir: “Extiende tu mano”. Mateo 12:13; Y que mientras usted presenciaba esto, la mano fue restaurada sana. Debió haber sido un acontecimiento maravilloso. ¿Cómo podía uno dejar de conmoverse profundamente por esta curación?
Y, sin embargo, algunos de los que la presenciaron no se conmovieron profundamente — al menos no en una forma positiva. Algunos estaban disgustados. Cuestionaron la curación — el día, la licitud. Pero cada uno de nosotros, tomando en cuenta lo que sabemos mediante la Ciencia Cristiana, ¿no hubiéramos apreciado el significado de esa curación?
Era algo mucho más que el hecho de que un hombre llamado Jesús la efectuó. Curaciones tales habían ocurrido antes de la época de Jesús. La lepra desapareció de la mano de Moisés (ver Éxodo 4:6, 7). Un varón de Dios sanó a Jeroboam de una mano seca (ver 1 Reyes 13).
La curación efectuada por Jesús fue significativa por una razón mayor que el hecho de que la mano enferma volviera a su estado de salud y utilidad. El verdadero milagro — para el pensamiento humano — fue el aparecimiento del Cristo. El poder sanador del Cristo fue el factor central que hizo de ese incidente algo profundamente único. El aparecimiento del Cristo es lo que hace que toda curación verdadera sea divina y singularmente significativa.
Abraham y Moisés, Elías y Eliseo, sintieron esta presencia especial. Es precisamente la presencia del Cristo hoy en día lo que hace que una verdadera curación por la Ciencia Cristiana sea enormemente importante. Aun cuando no estuvimos presentes cuando Jesús curaba, sí tenemos la oportunidad de estar presentes cuando el Cristo aparece hoy en día.
El Cristo sí aparece hoy en día. Sale a la luz cada vez que se da un genuino tratamiento por la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy define al “Cristo” como “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 583;
¿Qué podría ser más precioso que estar mentalmente presente y ser testigo de la divina manifestación de Dios que viene a las creencias carnales y mundanas y las destruye? Ésta es la inapreciable oportunidad que nos está disponible mediante el tratamiento por la Ciencia Cristiana. Esta presencia del Cristo es la clase de acontecimiento que debiera arrodillar mentalmente al pensamiento humano — en reverencia. El poder transformador del Cristo sanador es un acontecimiento profundamente sagrado.
Aun cuando la evidencia humana no es siempre tan vívida como es descrita en ciertas narraciones de la Biblia, la promesa de Jesús respecto al Cristo está aún intacta y no puede ser oscurecida: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días”. Mateo 28:20; El Cristo está siempre con nosotros. Y nos damos cuenta de sus bendiciones cada vez que oramos eficazmente. No es de extrañar que la Sra. Eddy alentara a los Científicos Cristianos a orar fiel y firmemente en beneficio de ellos. Ver Escritos Misceláneos 127:7–11; ¿Qué podría ser más espiritualmente alentador e inspirador que la presencia sanadora del Cristo? Es una presencia que debiéramos atesorar profundamente.
Pero cuando encaramos el asunto honestamente, muchos de nosotros podríamos admitir que en medio de una muy ocupada vida no siempre hacemos lugar para ese tiempo especial de oración.
Si la comunión con Dios y Su Cristo es una experiencia tan sagrada, ¿cómo podríamos dejar que hasta un día sumamente ocupado nos robara de esta bendición? Por la misma razón que algunos de los que presenciaron cuando Jesús sanó la mano seca no estuvieron profundamente conmovidos por la divina manifestación de Dios al destruir el error de enfermedad. No sabían cómo defenderse del magnetismo animal — la resistencia al Cristo.
Hoy en día el pensamiento humano es todavía reacio a impresionarse con la presencia sanadora del Cristo. ¿Cuán profunda es nuestra propia apreciación del tratamiento por la Ciencia Cristiana y todo lo que éste entraña? ¿Vemos el tratamiento como una útil y hasta necesaria rutina que debiéramos adoptar cuando las cosas no andan bien? ¿Encaramos el tratamiento clínicamente?
Algunas veces la tentación puede ser la de ubicar el tratamiento en un nivel muy humano. Es posible que escudriñemos el pensamiento mortal en busca de una causa material. Es posible que meramente tratemos de reacondicionar nuestro concepto respecto al cuerpo, a una relación, o a la provisión. Tal vez sea nuestra propia clase de pequeña operación. Y, finalmente, cosemos de nuevo el pensamiento uniéndolo con los hilos de la metafísica, esperando que nuestra vida sea más cómoda.
Pero no podemos hacer del tratamiento espiritual un procedimiento clínico. El tratamiento debiera estar profundamente arraigado en el gozo del sometimiento al poder regenerador del Cristo. El tratamiento no es una rutina. Es la inspiración divina que revela vislumbres de la realidad. La Biblia se refiere a los “designios de la carne” como “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7. Estos designios de la carne quisieran oponerse a la verdad del ser que el Cristo revela a la consciencia humana.
¿Qué verdades salen a la luz cuando somos receptivos? Aprendemos que Dios es Todo. Esta profunda verdad lleva en sí enorme poder sanador a medida que dejamos que ilumine la consciencia. Dios es el bien. Él siempre está presente. Él es Vida y Amor y Mente. El hombre es una idea espiritual abrazada por la Mente divina única. Ésta es la naturaleza permanente del hombre. A medida que escuchemos lo que revela el Cristo, y amemos lo que espiritualmente vemos y oímos, nuestra vida perderá sus limitaciones.
El Cristo que era la individualidad misma de Jesús es lo que recibimos con alegría en nuestra consciencia cuando oramos. Nuestra bienvenida debiera estar a la altura del huésped que hemos invitado. El tratamiento genuino en la Ciencia Cristiana aporta profunda consciencia de la presencia del Cristo. La divina manifestación de Dios que viene a la carne, destruyendo el mal, es la clase de vital actividad espiritual que no debiéramos dar por sentada.
