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Una especial contribución a la comunidad académica

Del número de agosto de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El intelecto humano está inquieto. El concepto tradicional de que la universidad es un repositorio de las ideas y valores que informan a la civilización está siendo complementado más y más por una nueva responsabilidad: la de ayudar a descubrir un camino hacia el futuro. Los Científicos Cristianos en una comunidad académica tienen una importante contribución que hacer a la labor de la humanidad en sus esfuerzos de identificar y propagar los elementos constitutivos de una civilización próspera y pacífica, apta para encarar los desafíos de los siglos venideros.

Hace algún tiempo percibí una cualidad especial que está presente en la manifestación verdaderamente exitosa de la inteligencia creadora. Y comencé a ver que donde el arte fracasaba, donde la investigación degeneraba en pedantería, donde los procesos institucionales se desmoronaban y donde las relaciones humanas perdían coherencia, frecuentemente esa cualidad especial estaba ausente. ¿Qué cualidad era ésa? No la identifiqué hasta que un día me llamó la atención esta frase de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “el cemento de la civilización y del progreso”. La oración completa de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) dice así: “La castidad es el cemento de la civilización y del progreso. Sin ella no hay estabilidad en la sociedad humana, y sin ella no se puede alcanzar la Ciencia de la Vida”.Ciencia y Salud, pág. 57;

En la historia de Sansón y Dalila tenemos un magnífico ejemplo de la naturaleza de la castidad. Una declaración de la Sra. Eddy hace que esta historia cobre un especial significado para los Científicos Cristianos en la comunidad académica. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “La ciencia física (así llamada) representa los conocimientos humanos, — una ley de la mente mortal, una creencia ciega, un Sansón despojado de su fuerza”.ibid., pág. 124;

En el contexto de su época, la Biblia presenta a Sansón como una persona consciente de la potencia espiritual que emana de Dios. Sabiendo que en él tenían un desafío formidable a su autoridad, los principales de los filisteos emplearon a Dalila — que en esta historia representa las tentaciones del sentido material — para averiguar el secreto de la fuerza de Sansón. Dalila fracasó tres veces en su intento, pero finalmente fue tanto lo que lo importunó que Sansón le descubrió su secreto. Confió en ella, esto es, confió en el sentido material: “Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre”. Jueces 16:17; Cuando Sansón dejó de obedecer al Espíritu, Dios, para obedecer al sentido material, su cabeza fue rapada y su fuerza se apartó de él. Perdió sus ojos — o, como podríamos decir, su discernimiento espiritual Ver Ciencia y Salud, 586:4;— y fue sometido a una vida de esclavitud, moliendo ciegamente en la cárcel de la existencia material.

La fuerza y la libertad intelectuales, emocionales y físicas son concomitantes naturales de una integridad de pensamiento que se basa en el Espíritu. Y esta integridad se nutre de la castidad, que es la evidencia humana de que nuestra confianza radica en el Espíritu, el Principio, Dios, con exclusión de toda otra cosa.

¿Hemos interpretado la castidad simplemente como una norma moral que rige el comportamiento sexual? Ese concepto debe ser ampliado. Por ejemplo, ¿no existe acaso una castidad intelectual? Los escritos de la Sra. Eddy nos dan la prueba. En un pasaje leemos: “Más vale el refrigerio intelectual frugal con virtud y contento que el lujo de la erudición con el egotismo y el vicio”.ibid., pág. 452;

Es legítimo que nos inquietemos cuando la contaminación intelectual afecta a nuestras comunidades académicas: cuando se escriben y se leen libros de mal gusto, cuando el debate degenera en venganza; cuando los análisis escritos carecen de honesta originalidad y cuando el músico substituye la música por la técnica. Todos estos son síntomas del intelecto humano en rebelión, ejemplos de promiscuidad intelectual. La rebelión se domina y Sansón recupera su fuerza cuando se reconoce que la única Mente, Dios, es la única Mente del hombre. Entonces los elementos de la castidad intelectual comienzan a aparecer: un profundo interés por la verdad doquiera se la encuentre, respeto por la individualidad, amor por la avaluación justa. La mera ambición de conocimientos humanos se transforma en hambre de sabiduría. La superficialidad en las artes y las ciencias es reemplazada por un interés serio y profundo. Por otra parte, el reconocimiento de nuestras deficiencias y la superación de ellas sustituye al impulso engañoso de erigirse en juez de los defectos de los demás. La promiscuidad intelectual puede ser sanada completamente por medio de la Ciencia Cristiana y de la comprensión que esta Ciencia nos da de Dios y del hombre.

Hamlet, una de las obras de Shakespeare, tiene un pasaje que se puede interpretar como una corrección a la promiscuidad intelectual. Aparece en el quinto acto. En el primer acto el príncipe, que se ha dejado llevar por su tendencia a una introspección melancólica, clama:

¡Oh, Dios! ¡Dios!
¡Qué fastidiosas, rancias, vanas e inútiles
me parecen las prácticas todas de este mundo!
¡Vergüenza de ello! ¡Ah! ¡Vergüenza!
Es un jardín de malas hierbas sin escardar,
que crecen para semillas;
productos de naturaleza grosera y amarga lo ocupan únicamente...

Luego, en el quinto acto, inmediatamente antes del trágico final de la obra, pasa a hacerse eco del pasaje bíblico que hallamos en Mateo 10:29: “Hasta en la caída de un gorrión interviene una providencia especial”.

Hasta en el hecho aparentemente más insignificante puede verse una gran importancia cuando comprendemos que Dios lo crea y lo gobierna todo y que Él es Amor. Un Dios que ama sólo puede crear un universo que cumpla un propósito. La promiscuidad intelectual busca la verdad prescindiendo del Amor. El intelecto espiritualmente regenerado admira con asombro y entendimiento la singularidad de un universo centrado en Dios.

¿Hemos jamás tenido la necesidad de ser originales? La castidad basada en la comprensión espiritual promueve la originalidad, porque reconoce que Dios es el origen de todo. El pensamiento casto iluminado por una percepción de la realidad divina confirma que cada una de las ideas de Dios incluye una forma singular de expresar la naturaleza divina. Sabedor de estas verdades, el pensador original encara su labor con una reverente amplitud de pensamiento y con ojos inocentes que perciben más porque están libres de la creencia en concepciones materiales.

En el arte, en la investigación científica o en la vida cotidiana trascendemos la pauta general de pensamiento cuando empezamos a percibir que la Mente es la única fuente del pensamiento, y el hombre la expresión perfecta de la consciencia divina. Este casto pensar trae inspiración espiritual, “el soplo del Omnipotente”. Job 33:4;

Los conceptos comunes y estereotipados respecto al intelecto, que lo pintan como “frío” o “estéril”, señalan hacia un supuesto divorcio entre el pensamiento y el sentimiento. La castidad no acepta este antagonismo, pues las capacidades del hombre nunca están separadas en compartimentos. La gama completa de expresiones humanas, desde la actitud espontánea de un sentimiento afectuoso, pasando por la capacidad para adoptar una iniciativa práctica decisiva, hasta el pensamiento lógico más abstracto, manifiesta posibilidades presentes cuando sabemos que la Mente única, el Espíritu y Alma, en su plenitud, es la fuente de nuestra identidad.

Muchas de las relaciones en la comunidad académica, como en otros ámbitos, se ven afectadas por el hecho de que las personas no están conscientes de su identidad real y, por lo tanto, de su verdadero sentimiento, que es el sentido del Alma. Los sentimientos humanos basados en este sentido del Alma son valiosas expresiones de verdad y amor, receptivos a la realidad del ser. Son lo opuesto al sentimentalismo romántico o al ascetismo altanero, que no son emociones auténticas, pues están arraigadas en un sentido personal y material de la creación. El sentimiento verdadero es espiritual, por eso la búsqueda del sentimiento por medio del concepto material acerca del hombre sólo puede llevar a la frustración.

El entendimiento espiritual de la castidad disipa el emocionalismo falso y abre un nuevo mundo de sentimientos, lleno de una constante receptividad a todo lo que Dios expresa en Su creación. El sentimiento verdadero comienza en el amor a la realidad y nos lleva a la realidad del Amor. Allí mismo donde la emoción promiscua soporta la vida considerándola un drama sentimental y melodramático, la Mente divina está armonizando todos los sentimientos verdaderos en una concordancia plenamente satisfactoria.

Entre hombres y mujeres la castidad no es un elemento electivo que añade decoro a las relaciones. Sin un entendimiento de la castidad, las relaciones humanas entre ambos sexos carecen de una cualidad fundamental. Dios establece y mantiene eternamente la estructura afectuosa e inteligente de Su creación. Conocemos y amamos a los demás de manera genuina cuando reconocemos esta verdad. Las elevadas normas de la Ciencia Cristiana nos salvarán de la humillante aflicción de comprobar directamente que los cuerpos materiales no son la verdadera identidad. Sin embargo, siempre hay una forma de expresar el amor que sentimos. La castidad no es la supresión, por la fuerza de voluntad, de los sentimientos naturales más de lo que es aquel disfrazado odio de sí mismo que infringe la ley moral. Cuanto mejor conocemos a Dios, tanto más amamos Su creación y recibimos la debida orientación en nuestras acciones.

La castidad es la pureza del Espíritu manifestada en la experiencia humana. En cada etapa de nuestro desarrollo humano existe una expresión apropiada de la castidad que modera, coordina y bendice nuestras vidas.

Nos ayuda a desprendernos de la difusa crisálida de la personalidad humana al revelarnos la integridad de nuestro ser espiritual, su compleción. Donde la promiscuidad intelectual, emocional o sexual querría que nos desviáramos y que apoyáramos las distorsiones del pensamiento material, o pensáramos en ellas, la castidad nos libera revelándonos algo del esplendor de la realidad espiritual, ante el cual estas distorsiones de la personalidad material pierden su atractivo.

Esto es un hecho para el individuo y un hecho para nuestra civilización. W. B. Yeats se refirió con estas palabras a los síntomas que percibió en nuestro siglo:

Dando vueltas y vueltas en círculo sin fin
el halcón no puede oír al halconero;
el mundo se derrumba; el centro no puede sostenerse... “The Second Coming”;

El sentido material de las cosas debe desintegrarse, porque el sentido material es una negación de la castidad, “el cemento de la civilización y del progreso”; es una negación de esa pura percepción que por siempre discierne al hombre y al universo como permanentemente unidos por el Amor, centrados en el Principio.

Cuando la comunidad académica valore y demuestre la castidad en todas las esferas de la experiencia, la base espiritual de una sociedad bien equilibrada será aceptada más ampliamente. En vez de ser una posesión personal o un rasgo cultural, la castidad es una cualidad derivada de Dios y, por consiguiente, está igualmente al alcance de todos. Al buscar los elementos de la castidad en nosotros mismos y en nuestra civilización los encontraremos, y contribuiremos a revelar el camino hacia un futuro estable, arraigado en un entendimiento del Amor divino.

En lugar de ser una rigurosa negación de la naturaleza humana, la castidad representa el alba del verdadero significado del Amor en los corazones humanos. En las palabras de nuestro Maestro, Cristo Jesús: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Mateo 5:8.


Si tú de mañana buscares a Dios,
y rogares al Todopoderoso;
si fueres limpio y recto,
ciertamente luego se despertará por ti,
y hará próspera la morada
de tu justicia.
Y aunque tu principio haya sido pequeño,
tu postrer estado será muy grande.

Job 8:5–7

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