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Nuestro trabajo diario de identificación

Del número de agosto de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos tenemos que admitir que nada de valor ocurre en la sociedad a menos que alguien lo inicie. Todo paso de progreso, todo esfuerzo constructivo, toda idea original, plan y realización, dependen del pensamiento y de las acciones de los individuos. No obstante, este hecho a menudo se pierde de vista debido a la explosión demográfica y a las muchas “personas sin importancia” que parecen no tener ni voz ni voto, ni identidad, ni propósitos trascendentales.

La Ciencia Cristiana nos alerta a rechazar este engaño y a entablar una fuerte defensa en favor de la expresión individual, de lo necesario que cada individuo es y del lugar que le corresponde. Y el punto de partida es nuestro trabajo diario de identificación.

Cuando nos detenemos a considerar como Dios le habla a la humanidad, cómo Él lo hace mediante las personas, comenzamos a percibir algo de la naturaleza infinita de la individualidad y de la importancia de identificarnos correctamente. Fue necesario un Abraham, un Moisés, un Isaías, un Cristo Jesús, para comunicarle a la humanidad lo que Dios les estaba diciendo. La sociedad ha sido grandemente bendecida por esos mensajes. Pero todos procedieron de Dios. No tendríamos hoy la Ciencia del Cristo si la Sra. Eddy no hubiera escuchado lo que Dios le decía. Ella a su vez la compartió con la humanidad mediante su expresión única de la individualidad espiritual — su propia expresión individual de la naturaleza infinita de Dios.

Las ideas que nos han venido mediante la revelación dada a otros no son limitadas. Las ideas de Dios no se cuentan por cientos, ni por miles, ni aun por millones. Son innumerables. Infinitas. A medida que estas ideas se han puesto en práctica en la experiencia humana, han resultado eficaces para la humanidad. Estas ideas, concebidas en la Mente divina, y a menudo revolucionarias en sus efectos, no han empequeñecido a los individuos que las anunciaron. Por el contrario, aumentaron su valer.

Entonces, nos es posible a todos — a cada uno de nosotros — elevar nuestras miras, aumentar nuestra participación, mejorar nuestras habilidades y perfeccionar nuestras aptitudes. ¿Cómo? Identificándonos como la imagen y semejanza de Dios y recurriendo constantemente, día a día, a los medios de la oración para afirmar nuestra coexistencia con lo Divino. De este modo cada uno de nosotros puede mejorar sus condiciones humanas.

Los miembros de La Iglesia Madre se han comprometido a comulgar con el creador diariamente. La afiliación requiere obedecer lo estipulado por la Sra. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre, bajo “Alerta al deber”, que lee en parte: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad”.Man., Art. VIII, Sec. 6;

Cumplimos en cierta medida con nuestro deber para con Dios durante el tiempo que diariamente pasamos en comunión con Él. Puede verse que el propósito de esta oración o comunión, es de doble alcance. Por una parte es afirmar nuestra identidad, reclamar nuestra individualidad como reflejo, expresión, emanación y manifestación de lo infinito, que coexiste con lo eterno y depende por completo de lo eterno. Por otro lado, significa defendernos de las sugestiones mentales agresivas que quisieran insistir en que somos mortales; personalidades humanas limitadas, frustradas, indignas o ineptas; que somos jóvenes e inexpertos, o viejos e incapacitados; que estamos excluidos debido a raza, sexo o falta de educación, o limitados por un matrimonio desdichado o por condiciones que no ofrecen oportunidades.

Las sugestiones negativas podrán parecer interminables, pero jamás están fuera de la posibilidad de ser eliminadas. Nuestro éxito depende de la sinceridad de nuestras oraciones y del grado en que las vivamos.

¿Cuán importante es la oración para usted? ¿Cuánto tiempo le dedica? ¿Es algo que desea acabar rápidamente? ¿O es una ocasión para reconocimiento silencioso, inspiración profunda y nuevas vislumbres de la dignidad, mérito y valer del hombre?

El Salmista sabía de la importancia de tal oración: “Oh Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos; respóndeme por tu verdad, por tu justicia... Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado; hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma.. . Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud”. Salmo 143:1, 8, 10;

Identificarse a sí mismo como la expresión del ser de Dios es el trabajo más importante que uno hace cada día. Pero esto no basta. Las verdades que afirmamos han de ser vividas. ¿Pero cómo pueden vivirse si no las reclamamos? ¿Cómo pueden vivirse si no las afirmamos? ¿Cómo pueden vivirse si no las comprendemos?

El reconocimiento de nuestra individualidad depende de la exactitud con que trabajemos este punto. El tiempo que dedicamos para orar debiera significar nuevos descubrimientos. Debiéramos aprender más acerca de nosotros mismos porque estamos aprendiendo más acerca de Dios. Debiéramos defender este tiempo celosamente, sin permitir que nada interfiera con él, y anticipar sus resultados con gozo y expectación. Nuestra vida misma depende de estos momentos, porque en estos períodos de comunión nos percatamos de que Dios es nuestra Vida. Nuestra seguridad y nuestra salud dependen de ellos porque según oramos y escuchamos, podemos comprender la protección total que ofrece la armadura del Amor. Podemos percibir cuán protegida está nuestra inocencia. Podemos obtener fuerza y valor al saber que Dios es el único poder, que nada realmente existe que no dependa de Él. Durante estos períodos de quietud dedicados a la oración, descubrimos que nuestra salud no es una excepción sino un hecho establecido que guarda relación con la armonía del universo y que está mantenido por el gobierno de la Mente divina.

El trabajo de identificación es un trabajo sagrado. No debe sorprendernos que el sentido personal y el ánimo carnal lo resistan. Argüirán que hay cosas más importantes que atender. Apelarán a toda clase de excusas: falta de tiempo; que nada bueno resultará del esfuerzo; que después de todo el trabajo nada habremos logrado; que nuestra situación es tan desesperada que nada puede mejorarla; que no somos lo suficientemente buenos; que Dios no nos oirá; o, simplemente, que todo marcha tan bien que no tenemos por qué molestarnos.

Hemos oído estas excusas antes. Algunas veces les hemos prestado atención. Pero el descubrimiento de nuestra verdadera identidad depende de la diligencia con que reconozcamos que estos trillados argumentos no son más que creencias mortales sin causa, mitos sin propósitos, supersticiones carentes de autoridad.

Debemos recurrir a Dios para descubrir en qué consiste nuestra verdadera individualidad, y debiéramos consistentemente desarrollar algo más que una comunión superficial con Él. En efecto, una actitud soñolienta durante esta hora sagrada es pérdida de tiempo. Debiéramos conversar con Dios y escuchar Sus mensajes. Debiéramos atesorar en el corazón este tiempo de comunicación con el Padre como los momentos más preciosos de cada día. A medida que nuestra comprensión de Él aumenta, llegamos a estar más conscientes de nuestra verdadera identidad y nos posesionamos de nuestra individualidad espiritual.

Al aprender que la individualidad se encuentra solamente en Dios y que se expresa en Su creación, podemos ver con claridad qué somos y quiénes somos, por qué existimos y dónde estamos. Entonces podemos contestar estas preguntas de acuerdo con las verdades que se encuentran en la Biblia y en el libro de texto de la Ciencia Cristiana.

¿Quién soy? Soy una consciencia espiritual individual.

¿Qué soy? Soy la imagen y semejanza de Dios, una idea espiritual, una expresión del infinito, el reflejo del ser de Dios.

¿Dónde estoy? Estoy aquí mismo en el universo de Dios, nunca fuera de Su presencia, de Su gobierno o de Su influencia. Porque mi ser está en Dios, estoy siempre en el lugar que me corresponde.

¿Por qué existo? Existo para cumplir la voluntad de Dios, para dar testimonio de lo que Él es, para glorificarlo a Él, para manifestar Sus cualidades.

¿Cuándo existo? Existo en este mismo momento, ahora mismo, siempre, en la eternidad, no en el pasado ni en el futuro, sino en el eterno ahora.

La confirmación de esto se encuentra en los escritos de la Sra. Eddy. Ella nos dice: “El Espíritu diversifica, clasifica e individualiza todos los pensamientos, que son tan eternos como la Mente que los concibe; pero la inteligencia, existencia y continuidad de toda individualidad permanecen en Dios, que es su Principio divinamente creativo”.Ciencia y Salud, pág. 513.

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