Todos tenemos que admitir que nada de valor ocurre en la sociedad a menos que alguien lo inicie. Todo paso de progreso, todo esfuerzo constructivo, toda idea original, plan y realización, dependen del pensamiento y de las acciones de los individuos. No obstante, este hecho a menudo se pierde de vista debido a la explosión demográfica y a las muchas “personas sin importancia” que parecen no tener ni voz ni voto, ni identidad, ni propósitos trascendentales.
La Ciencia Cristiana nos alerta a rechazar este engaño y a entablar una fuerte defensa en favor de la expresión individual, de lo necesario que cada individuo es y del lugar que le corresponde. Y el punto de partida es nuestro trabajo diario de identificación.
Cuando nos detenemos a considerar como Dios le habla a la humanidad, cómo Él lo hace mediante las personas, comenzamos a percibir algo de la naturaleza infinita de la individualidad y de la importancia de identificarnos correctamente. Fue necesario un Abraham, un Moisés, un Isaías, un Cristo Jesús, para comunicarle a la humanidad lo que Dios les estaba diciendo. La sociedad ha sido grandemente bendecida por esos mensajes. Pero todos procedieron de Dios. No tendríamos hoy la Ciencia del Cristo si la Sra. Eddy no hubiera escuchado lo que Dios le decía. Ella a su vez la compartió con la humanidad mediante su expresión única de la individualidad espiritual — su propia expresión individual de la naturaleza infinita de Dios.
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