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Una tarde, en un atestado tren subterráneo, de repente me di cuenta...

Del número de agosto de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una tarde, en un atestado tren subterráneo, de repente me di cuenta de que me habían sacado mi cartera, y que el ladrón estaba saltando del tren en ese momento. Lo seguí, pero lo perdí de vista.

“No, no, esto no puede sucederme a mí”, fue mi primera reacción. Pero mi segundo pensamiento fue mejor, expresaba más confianza: “¡Sí, es cierto — esto no puede sucederme a mí!” Inmediatamente estuve consciente de los hechos espirituales que respaldaban esta aseveración — las razones por las cuales tal cosa no podía acontecer en mi día.

Primero, sabía que Dios estaba presente. En segundo lugar, me daba cuenta de que las experiencias están controladas y gobernadas en la medida que aceptemos Su presencia como ley. Tercero, tenía confianza en una frase del Padre Nuestro — en la convicción expresada en las palabras de Cristo Jesús: “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10, según Versión Moderna).

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