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Una tarde, en un atestado tren subterráneo, de repente me di cuenta...

Del número de agosto de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una tarde, en un atestado tren subterráneo, de repente me di cuenta de que me habían sacado mi cartera, y que el ladrón estaba saltando del tren en ese momento. Lo seguí, pero lo perdí de vista.

“No, no, esto no puede sucederme a mí”, fue mi primera reacción. Pero mi segundo pensamiento fue mejor, expresaba más confianza: “¡Sí, es cierto — esto no puede sucederme a mí!” Inmediatamente estuve consciente de los hechos espirituales que respaldaban esta aseveración — las razones por las cuales tal cosa no podía acontecer en mi día.

Primero, sabía que Dios estaba presente. En segundo lugar, me daba cuenta de que las experiencias están controladas y gobernadas en la medida que aceptemos Su presencia como ley. Tercero, tenía confianza en una frase del Padre Nuestro — en la convicción expresada en las palabras de Cristo Jesús: “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10, según Versión Moderna).

En esta clase de situación los pensamientos no siempre siguen los patrones usuales: pasan con la rapidez de un colibrí, ¡pero nunca dudamos de que no hayan llegado! A veces la consciencia se llena más de sentimientos que de palabras.

Para mí fue muy natural sentirme en paz y guiada. Más temprano ese día había pasado algún tiempo meditando sobre el Padre Nuestro, especialmente las líneas primera y cuarta, junto con la interpretación espiritual que da la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (págs. 16-17):

“Padre nuestro, que estás en los cielos:
Nuestro Padre-Madre Dios, del todo armonioso,


Sea hecha Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Capacítanos para saber que — así en la tierra como en el cielo — Dios es omnipotente, supremo”.

Reconocí estas verdades como una ley que está presente para rebatir cualquier pretensión de que el hombre puede ser separado del bien. Nunca tenemos que ser cómplices del crimen básico de creer que el mal puede prevalecer. En donde el Padre-Madre, todo armonioso, lo gobierna todo, no existe ni ladrón ni víctima. En el universo que está bajo el gobierno de Dios, nada puede suceder fuera de las normas del bien.

Esto, por supuesto, no significa que cuando uno está sano y salvo Dios está presente y es supremo, pero que al surgir el peligro o la enfermedad, ¡la capacidad omnipotente de Dios se desvanece! Más bien, como lo expone la Sra. Eddy (ibid., pág. 151): “Todo lo que realmente existe es la Mente divina y su idea, y en esta Mente todo el ser se revela como armonioso y eterno”. Entonces ¿dónde podrían existir la víctima o el ladrón?

El Científico Cristiano aprende y demuestra que Dios siempre está presente, siempre es supremo. Él razona que el hombre, la imagen e idea de la Mente divina, siempre está perfectamente a salvo — ya está a salvo — en armonía con la ley de Dios.

El adherirse a los hechos divinos capacita al cristiano a ver a los individuos como espirituales y perfectos, como Jesús lo hizo, y así seguir su ejemplo sanador. El Maestro no sólo oró que se hiciera la voluntad del Padre; sus obras dieron testimonio de esa voluntad. Sanó enfermedades y echó fuera pecados. Dios era glorificado.

Encarados con situaciones de peligro, enfermedad, o falta de armonía de toda índole, un Científico Cristiano convoca las verdades espirituales. Tras de sus afirmaciones instantáneas de la verdad acerca de Dios y Su amoroso cuidado del hombre están las convicciones más profundas de que el poder de Dios siempre está disponible “como en el cielo, así también en la tierra”.

Mientras estaba parada en la parte superior de la estación del subterráneo, la certidumbre de la presencia de Dios me llevó a confiar en que lo que sucediera después tendría que estar de acuerdo con la justicia de la ley divina. Al orar literalmente: “Padre, enséñame lo que debo hacer”, un niño corrió hacia mí y me preguntó: “Señora, ¿busca usted a unos muchachos que se robaron algo?” “Sí”, le dije.

“Por allá se fueron”.

Seguí por donde me indicó, estando más consciente de la armonía verdadera de la existencia que de las calles y callejones que cruzaba. En unos cinco minutos encontré al ladrón y sus compañeros, les pedí mi cartera, y la recuperé.

La Biblia dice (Santiago 5:16): “La oración eficaz del justo puede mucho”. Orar de manera consecuente y percibir lo que realmente existe — Dios y Su idea divina, el hombre — es práctico. Proporciona una norma actual para determinar “lo que me puede suceder a mí”.


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