Una mujer estaba en una parada de ómnibus, temblando de frío bajo la lluvia. “¿Vendrá por fin el ómnibus que espero?” se dijo. Un escaparate iluminado llamó su atención. Libros y revistas se exhibían atractivamente. En una sala al fondo había sillas, mesas y más libros, y personas sentadas leyendo cómodamente en un ambiente confortable.
“¡Cómo me gustaría entrar allí por unos minutos!” pensó la mujer. “Pero no puedo. Es una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, y yo no soy Científica Cristiana”. De manera que continuó parada en la calle.
¿Por qué no vio el anuncio en la puerta, “Todos son bienvenidos”? ¿Por qué no sintió la invitación de entrar hecha a todos los transeúntes? Si la hubiera sentido, tal vez no sólo se hubiera resguardado del frío y de su infelicidad de sentirse sola parada en la calle en una noche invernal. Tal vez hubiera captado una vislumbre de lo que significa ser “el huésped de Dios”, siempre en casa en la presencia del Alma, abrazado por el cuidado del Amor divino, sintiendo la armonía del cielo. Tal vez hubiera hallado a un amigo, al consolador Amigo de toda la humanidad “más unido que un hermano”. Prov. 18:24; Quizás hubiera aprendido algo del poder del Cristo, la verdadera idea de Dios, que nos abre el camino para que nos beneficiemos con las grandes bendiciones que el Padre divino está derramando sobre todos Sus hijos cada día y a toda hora.
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