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Cuando mi esposo comenzó sus estudios de postgraduado, nuestro...

Del número de enero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando mi esposo comenzó sus estudios de postgraduado, nuestro niño tenía tres meses. Me sentía muy contenta porque era yo quien iba a trabajar para mantenernos durante los próximos dos años, para que mi esposo continuara sus estudios. Pero no me entusiasmaba tener que dejar a mi niño bajo el cuidado de otra persona durante lo que en mi opinión, eran los períodos cruciales de aprendizaje en su vida. Sin embargo, dejamos al bebé con una persona que lo cuidaba durante el día, mientras yo me iba al centro de la ciudad a trabajar.

Durante tres meses anhelé saber cómo cumplir con mi deber de madre de la mejor manera posible, y saber qué era lo mejor para el niño. Razonaba tomando en cuenta ambos aspectos del problema. Por una parte veía los méritos de abandonar un falso sentido de responsabilidad que me hacía sentir que era necesario que yo estuviera con el bebé para que recibiera los cuidados apropiados de una madre. Por otra parte, yo quería decir no a los temores y barreras que me impedían quedarme en casa con nuestro niño. Oré para aceptar con buena voluntad lo que fuera mejor para servir a Dios.

Consideré mis motivos para trabajar en casa, y me pregunté qué talento tenía para ofrecer a otros. Por mis conocimientos como secretaria, pensé en escribir a máquina. De seguro que había estudiantes en la universidad donde estudiaba mi esposo que necesitarían los servicios de una mecanógrafa. Con cada pensamiento devoto y constructivo llegaba un escepticismo que lo contradecía. ¿Podría confiarse en esa clase de trabajo? ¿Qué tan realista era respecto a mi responsabilidad económica?

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