No siempre sabemos de dónde procede una fragancia agradable. Lo mismo sucede con la fragancia del cristianismo. Quizás podamos percibir una atmósfera de alegría y gratitud — un aire de espiritualidad — sin que realmente sepamos cómo o a través de quién está siendo expresado el Cristo. Ésta es una de las bendiciones especiales que resultan de vivir el cristianismo que Jesús enseño. Una expresión de alabanza y gratitud impregna la atmósfera mental y nos lleva a estar conscientes de la bondad y el bienestar.
La atmósfera mental emitida por el Cristo es siempre gozosa. Si uno no rebosa alegría profunda, no está oyendo su propia voz interior, no está expresando realmente su verdadero ser como hijo de Dios. Aun cuando una circunstancia pueda estar llena de lágrimas, el Cristo está siempre presente en la consciencia humana para reemplazar esas lágrimas con alegría espiritual.
La gratitud es un aspecto de la alegría. A menudo ella es el pensamiento ascendente mediante el cual nos elevamos por sobre una circunstancia humana desdichada y alcanzamos la alegría pura de la consciencia espiritual. La gratitud, cultivada de continuo, no sólo pone ante nosotros el bien por el cual estamos agradecidos sino que nos conduce hacia la fuente divina de todo bien, Dios. Esto nos capacita para compartir cualquier bendición que recibimos, porque comprendemos cuál es la fuente divina de todo bien y sabemos que no hay bendiciones privadas y exclusivas otorgadas por un Dios universal.
La gratitud le es esencial a la dinámica de la demostración de la Ciencia Cristiana. La Fundadora de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, Mary Baker Eddy, estableció una reunión semanal donde se pueden relatar experiencias en las que el Cristo ha reemplazado alguna triste evidencia de la materialidad con la alegría sanadora. Idealmente, tales expresiones de gratitud son más que el relato de algún beneficio humano recibido. Estos testimonios pueden permitirle al oyente el obtener una mejor comprensión de las leyes divinas que resultan en curación. Pero aun cuando no se comprenda cómo se efectuó la curación, el oyente reconoce la gratitud que fluye del que habla. También pueda quizás intuir la gratitud que llena la consciencia de aquellos que en silencio estén agradeciendo y reconociendo humildemente la gracia por la cual son salvos.
En un párrafo en el cual se refiere a María Magdalena, y que tiene el título marginal de “Gratitud y humildad”, la Sra. Eddy habla del “perfume de la gratitud” (ver Ciencia y Salud 367:11–17). Y en otro de sus libros, La Unidad del Bien, la Sra. Eddy dice: “Condiciones mentales, como la ingratitud, la lujuria, la malicia y el odio, constituyen los miasmas de la tierra. Más detestables que las hediondas ollas chinas, son estas propensiones que ofenden el sentido espiritual”.La Unidad del Bien, págs. 56–57;
Un individuo, consciente de que su condición de gratitud o ingratitud penetra la atmósfera mental, puede decidir el prestar más atención a su actual estado de pensamiento. A pesar de lo lúgubre que pueda parecer el cuadro, generalmente hay algo por lo que uno puede estar agradecido: sombras proyectadas por hojas formando un diseño en la pared, la fresca sonrisa de un niño que acaba de despertarse de una siesta, la lealtad incuestionable de un amigo. Todo ello nos eleva a una atmósfera rarificada donde las verdades espirituales se pueden comprender más rápidamente.
Mas el “acusador” — el nombre que la Biblia da al diablo o el mal — trataría de hacer de la manifiesta necesidad de gratitud, un látigo. “Oh, yo sé que debiera sentirme agradecido”, puede alguien decir. Hasta se puede preguntar qué es lo que andará mal con él que no siente el aprecio que cree debiera sentir, especialmente cuando es posible que tenga mucho más que lo que otros tienen. Pero tal persona puede tranquilizarse; quizás en realidad no ande tan mal como cree. Nadie puede sentirse agradecido durante mucho tiempo solamente por la posesión de cosas materiales. Aquel que siente que no es agradecido cuando anhelaría abrigar la dulce sensación de gratitud, puede encontrar la ayuda que necesita mirando más allá de los frutos hacia las leyes espirituales que fueron demostradas. Además, volviéndose a cualidades espirituales tales como la sabiduría, el amor, la pureza, y apreciándolas, puede encontrar una base más duradera para la gratitud. Tales cualidades, contrariamente a las fluctuantes condiciones de la prosperidad y belleza materiales, son eternas.
Existe otra perversión en la expresión de la gratitud a la que uno debe estar alerta. Es aquella que suspira y dice: “¡Oh, estoy tan agradecido de que ya eso pasó!” En tales casos, el pensamiento está centralizado en “eso” y no en las leyes de Dios que trajeron la liberación. Es bueno abstenerse de expresar gratitud públicamente mientras el problema no haya cedido a tal punto que su nada — lo que el error en realidad es — se haya hecho más evidente.
La alegría pura que no tiene necesidad de gratitud para su expresión espontánea es la verdadera consciencia del hombre. A menudo las palabras de Cristo Jesús expresadas en la tumba de Lázaro se citan como la manera ideal de dar gracias, porque Jesús dio gracias a Dios antes de que Lázaro diera señales de vida (ver Juan 11:41). Aparentemente, Jesús no necesitó comenzar con la evidencia de frutos humanos para reconocer la bondad de Dios. Por el contrario, su constante reconocimiento de la eterna presencia de Dios, el bien, trajo el fruto. Todos podemos esperar a estar algún día tan consecuentemente a una con el Cristo que ya no necesitemos de nada humano para motivar nuestro agradecimiento.
Actualmente algunos dicen que nuestro mundo se ha deteriorado, que pagaremos una penalidad por el narcisismo de la década del 70, cuando el egoísmo nos llevaba a hacer caso omiso de la exhortación que se encuentra en Efesios: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. Efes. 5:1, 2.
¡Acerbo es por cierto el aroma de la ingratitud! Mas en cualquier momento esta condición mental puede ser rápidamente eliminada y reemplazada por el perfume de la gratitud. Porque tal perfume es la manifestación del “olor fragante” que el Cristo siempre expresa: la atmósfera que Jesús exhalaba.
¿Cuán dulce es nuestra gratitud? puede que a menudo necesitemos preguntarnos. No tenemos por qué transigir jamás con la empalagosa dulzura de la artificialidad, tratando de aparecer agradecidos, aun hacia nosotros mismos, cuando no lo estamos. El perfume de la gratitud es, por el contrario, como la esencia que emana de una purificadora lluvia primaveral, una gratitud que fluye de vidas que se van desprendiendo de la materialidad, humildemente conscientes de que la alegría es ciertamente espiritual.