No siempre sabemos de dónde procede una fragancia agradable. Lo mismo sucede con la fragancia del cristianismo. Quizás podamos percibir una atmósfera de alegría y gratitud — un aire de espiritualidad — sin que realmente sepamos cómo o a través de quién está siendo expresado el Cristo. Ésta es una de las bendiciones especiales que resultan de vivir el cristianismo que Jesús enseño. Una expresión de alabanza y gratitud impregna la atmósfera mental y nos lleva a estar conscientes de la bondad y el bienestar.
La atmósfera mental emitida por el Cristo es siempre gozosa. Si uno no rebosa alegría profunda, no está oyendo su propia voz interior, no está expresando realmente su verdadero ser como hijo de Dios. Aun cuando una circunstancia pueda estar llena de lágrimas, el Cristo está siempre presente en la consciencia humana para reemplazar esas lágrimas con alegría espiritual.
La gratitud es un aspecto de la alegría. A menudo ella es el pensamiento ascendente mediante el cual nos elevamos por sobre una circunstancia humana desdichada y alcanzamos la alegría pura de la consciencia espiritual. La gratitud, cultivada de continuo, no sólo pone ante nosotros el bien por el cual estamos agradecidos sino que nos conduce hacia la fuente divina de todo bien, Dios. Esto nos capacita para compartir cualquier bendición que recibimos, porque comprendemos cuál es la fuente divina de todo bien y sabemos que no hay bendiciones privadas y exclusivas otorgadas por un Dios universal.
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