La palabra “sistema” da a entender orden, un arreglo sin el cual entraría la inarmonía.
En la naturaleza vemos indicaciones del orden que caracteriza a los sistemas del universo espiritual de Dios. El Salmista cantó: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Salmo 19:1; Y en otra expresión de alabanza dijo: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. 139:7–10; Mediante el sentido espiritual nosotros, también, podemos ver y sentir evidencia del Principio divino en que descansa el universo.
La Ciencia Cristiana saca a luz el hecho de que la Mente divina, Dios, no es sólo el creador de toda forma e identidad verdaderas, de todo sistema verdadero y sus funciones, sino que también los mantiene y los gobierna. Debido a que Dios es Espíritu, el único creador, todo sistema verdadero tiene que ser espiritual. La creencia mortal, o falsa educación, quisiera llevarnos a aceptar como verdadero su concepto distorsionado respecto a los sistemas de Dios. Estos sistemas divinos jamás dependen de la materia. Siempre están en la Mente, el Espíritu divino, y son gobernados por ella.
El reconocimiento de esto, y hasta una pequeña comprensión de estos hechos espirituales, operan como una fuerza sanadora en todos los sistemas humanos. Ya sea que el sistema que necesite curación sea de índole fisiológica, financiera, social, educacional, gubernamental o económica, la solución se halla al recurrir a hechos espirituales específicos. Y sólo la Ciencia divina proporciona estos hechos.
La preocupación diaria más generalizada de la gente parece ser con aquellos sistemas que constituyen el cuerpo material. “¿Está mi sistema digestivo funcionando bien?” “Estas condiciones atmosféricas afectan mi sistema respiratorio”. Mucho tiempo e investigación se dedican a tales preocupaciones. La gente ha sido educada a creer que su salud, y su vida misma, dependen de la condición de sistemas físicos.
• Al reconocer la supremacía de la Mente divina y su poder gobernante podemos eliminar todo apoyo que podamos haber dado a la creencia de que la materia gobierna a la materia. El dominio sobre el temor de que el Espíritu no puede gobernar una condición errónea, se logra mediante una confianza cada vez mayor en el amor de Dios y en Su inteligente habilidad gobernante.
¡Cuánta seguridad encontramos en esta declaración de la Sra. Eddy: “La Mente inmortal alimenta el cuerpo con frescura y belleza supernas, suministrándole bellas imágenes del pensamiento y destruyendo los sufrimientos de los sentidos, que cada día se acercan más a su propia tumba”!Ciencia y Salud, pág. 248; El temor y la incertidumbre ceden el paso al alimento espiritual, a las “bellas imágenes del pensamiento”, que provee la Mente. A medida que nuestro pensamiento se pone más a tono con la Mente divina, el funcionamiento de nuestro cuerpo viene a ser normal y armonioso.
Lo que llamamos un cuerpo material no es nada más que una objetivación de la creencia mortal. Debido a que la corporeidad es siempre mental, la Verdad divina puede regularla y gobernarla de inmediato, cualquiera sea su condición; la Verdad destruye al culpable, a la creencia errónea. El cuerpo es un producto inocente de esta creencia. No tiene inteligencia con la cual actuar o reaccionar, con la cual desarrollar un sistema o gobernarlo.
El gobierno de la Mente sobre el cuerpo no se efectúa mediante un mero esfuerzo obstinado por acondicionar o reacondicionar el pensamiento humano. Es el sometimiento del pensamiento humano al perfecto gobierno de la Mente divina lo que trae orden y armonía a los sistemas del cuerpo. El constante reconocimiento que tenía Cristo Jesús de que el Padre, la Mente, es el único poder gobernante verdadero y que el hombre refleja este poder, era la base para sus curaciones. “La Mente, suprema sobre todas sus formaciones y gobernándolas a todas”, escribe la Sra. Eddy, “es el sol central de sus propios sistemas de ideas, la vida y luz de toda su propia vasta creación; y el hombre es tributario a la Mente divina”.ibid., pág. 209. Las ideas de la Mente no son fortuitas, accidentales ni desordenadas, sino divinamente ordenadas. Estos sistemas de ideas están cumpliendo constantemente el propósito de la Mente, manifestando lo que la Mente hace que manifiesten.
De manera que si la creencia mortal alega que el sistema digestivo no está funcionando bien, o que la circulación de la sangre es lenta o rápida, podemos negar estos argumentos sobre la base de que todos los sistemas verdaderos y sus funciones son espirituales y armoniosos, no materiales y discordantes; de que están en la Mente divina, el Espíritu, y son gobernados por ella.
Hay una ley espiritual mediante la cual todo elemento necesario para nuestro bienestar está provisto por el Amor divino. Hay una ley del Alma que necesariamente excluye de nosotros toda impureza y mantiene nuestra sustancia intachable. Hay una ley de la Vida divina que regula todo impulso de nuestro ser, que nos provee de vitalidad e inspiración. Las funciones del ser que Dios provee, Él las mantiene. Son totalmente espirituales y son los medios por los cuales Dios se expresa a Sí mismo.
Mientras viajaba yo por América del Sur me vi desafiada por dos dificultades físicas: una era falta de acción, la otra, exceso de acción. Había estado luchando durante varios días con las penurias del estreñimiento. Oré diligentemente con todas las verdades que me era posible recordar sobre acción y movimiento, negando las pretensiones de inacción y obstrucción. No obstante, una mañana desperté con otro problema: hemorragia constante. Algo desalentada, cablegrafié a una practicista de la Ciencia Cristiana en procura de ayuda. “Poca acción y mucha acción al mismo tiempo”, decía mi mensaje.
Al disponer mi pensamiento para la curación, me di cuenta de que había estado orando por la manifestación de cierto efecto físico en vez de reconocer mi presente perfección como expresión de Dios. Pronto percibí que los sistemas de la Mente siempre están perfectamente gobernados y ordenados por la Mente; por tanto, era imposible que la idea de la Mente, mi identidad verdadera, manifestara funcionamiento anormal, inacción o exceso de acción. Empecé a percibir que el funcionamiento normal es mantenido por la ley divina.
A medida que mis pensamientos cedían a estos hechos espirituales, fui dándome cuenta de la afectuosa presencia y cuidado de Dios. Las condiciones pronto se normalizaron cuando acepté el gobierno de la Mente sobre “sus propios sistemas de ideas”.
Podemos poner en operación eficazmente estas verdades en las situaciones humanas, sean éstas simples o complejas, ya sea que tengan que ver con sistemas internacionales de gobierno, con sistemas locales de educación, o con la gente, colectiva o individualmente. El Padre-Madre Mente, el Amor divino, mantendrá a su amada idea, el hombre, por siempre tributaria a su ordenado sistema de constante desarrollo del bien, y la mantendrá allí.