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Justicia para los niños

Del número de enero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un objetivo loable... Sin embargo, a menudo nuestros esfuerzos por lograr justicia parecen frustrarse o ser indefinidos. ¿Será que existe la necesidad fundamental de elevar y ampliar nuestro concepto de la justicia? La justicia para los niños comienza con la “educación más elevada”, es decir, con una comprensión más elevada, más espiritual, de la identidad real de los niños como hijos e hijas indestructibles de Dios.

El Amor es el origen de la creación, el Padre-Madre del universo. El propósito de Dios es que Sus hijos estén de continuo conscientes de su Padre-Madre Dios y que sientan Su cuidado siempre presente. Siendo expresiones perfectas del Espíritu, los hijos de Dios no pueden estar sujetos a discordancia. El linaje de Dios son los pensamientos de la Mente perfecta y nunca pueden existir en un estado incompleto o de desamparo.

Reconociendo el amor que Dios tiene para Su linaje, Cristo Jesús dijo: “No es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Mateo 18:14; Pensad en el adelanto revolucionario que habría en el cuidado de los niños si esa potente declaración del Maestro se aceptara como ley: ¡como una ley de salud, protección y vida!

El tratar a los niños de manera equivocada o malintencionada procede de un falso sentido de su identidad, sentido que no toma en cuenta, o que desconoce, la herencia espiritual que les pertenece como hijos e hijas de Dios. El considerar a los niños como meras víctimas del ambiente, productos de los instintos animales, o prisioneros de gérmenes y genes, constituye una seria injusticia hacia su potencial espiritual natural, y es un riesgo para su bienestar. Tal enfoque ignora completamente el derecho espiritual del niño a expresar a Dios, a ser la semejanza de Dios.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), durante toda su vida se interesó por el bienestar de los jóvenes, así como por el de toda la humanidad. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras nos da esta definición de “hijos”: “Los pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor.

“Creencias sensuales y mortales; falsificaciones de la creación, cuyos originales superiores son los pensamientos de Dios, no en embrión, sino en madurez; suposiciones materiales de vida, sustancia e inteligencia, opuestas a la Ciencia del ser”.Ciencia y Salud, págs. 582–583;

¿No podríamos decir, entonces, que la verdadera base de la justicia para los niños, es desarrollar un sentido espiritual de su identidad, de ver que son “pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor”, y respetarlos como tales? Ciertamente sentir una mórbida fascinación ante las creencias materiales descritas por la Sra. Eddy en la segunda parte de su definición de hijos, induciría a desalentarse y a la tentación de rendirse. Pero el Cristo, la Verdad, rompe el mesmerismo y revela la posibilidad de expresar a nuestros hijos el amor a la semejanza divina.

Es verdad que la espiritualización del pensamiento mediante la oración, y el esfuerzo de enseñar a los jóvenes las lecciones de la Biblia, no es tarea simple. Pero ello bien vale el esfuerzo, pues Dios ayuda y recompensa ampliamente a todos aquellos que aman lo suficiente como para esforzarse, y continuar esforzándose, en Su nombre.

Mi esposa y yo hemos tenido muchas oportunidades de comprobar esto a través de los años al criar a nuestros hijos. En cierta ocasión acabábamos de regresar de compras, y llevando yo a nuestro bebé en su pequeño asiento lo puse cuidadosamente sobre la mesa de la cocina. Fui entonces a ayudar a descargar algunos paquetes pesados. En los pocos segundos que volví la espalda, el bebé se las ingenió para zafarse del cinturón de seguridad y cayó de cabeza al suelo. El cuadro era alarmante y la sensación de injusticia de que una inocente criatura tuviera que sufrir así, era agobiador. Pero aun en esta gran necesidad hice lo que sentí era cristianamente mejor: recurrí a Dios.

Tomando al niño en los brazos apelé al Principio divino. Oré en alta voz, declarando que ahora mismo y eternamente el niño era el representante espiritual de Dios y no podía ser lesionado. Declaré que Dios era su Vida y la sustancia de su ser. Afirmé que su ser respondía a todas las directivas de la Mente divina y que no podía ser invadido por las mentiras de la mortalidad. Con profunda convicción afirmé que cualidades de Dios, tales como inocencia, inteligencia y compleción, constituían la sustancia real del niño y que jamás podían ser destruidas o sufrir conmoción.

Bien pronto fue obvio que lo que realmente estaba ocurriendo era una curación de mi propia manera de mirar al niño. El Cristo, la Verdad, estaba separando en la consciencia el trigo divino — las ideas espirituales — de la cizaña mental que trataría de negar el dominio y la presencia de Dios. Esta cosecha mental de cualidades e ideas espirituales, y el rechazo absoluto de las creencias del mal, me hicieron recordar vívidamente la siguiente definición dada en nuestro libro de texto, Ciencia y Salud: “Aventador. Lo que separa la fábula de la realidad; aquello que da acción al pensamiento”.ibid., pág. 586;

¡Pensemos en esto! El pensamiento imbuido del Cristo avienta las falsas fábulas de lesión que presentan los sentidos físicos. Separa las fabulas de las realidades espirituales que testifican de la relación innata que existe entre el hombre y su Hacedor. Esta separación libera y estimula el pensamiento para que vea la curación. Con esta íntima percepción toda preocupación y condenación propia desaparecieron. El bebé inmediatamente se tranquilizó, dejó de llorar y se quedó dormido apacible y naturalmente. Cuando pocas horas más tarde despertó, no acusaba señal alguna del accidente.

Es importante reconocer que la acción divina es acción continua. Dios es la única causa, el gobernador y regulador perpetuo de la vida. El Principio divino está constantemente definiéndose y revelándose en su creación. Comprendiendo esto, vemos cuán imposible es para los hijos de Dios ser pequeños mortales indefensos, propensos a accidentes o sujetos a eventualidades y a creencias supersticiosas. Los hijos de Dios nunca son atrapados en ninguna reincidencia del mal, porque la justicia y la bondad de Dios son factores continuos del ser.

Cristo Jesús sentó el precedente para la curación de los niños por medios espirituales, o sea, mediante la oración. Su ministerio entero fue uno de justicia divina para todos. Separar “la fábula de la realidad”, la acción positiva de la justicia de Dios, no era para Jesús ninguna abstracción. Era una regla fundamental que él esperaba que sus seguidores emularan. Se profetizó de él: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. Mateo 3:11, 12;

El abuso y descuido para con los niños son serios problemas. ¡Necesitan atención! Y tal atención es de índole especial: la fusión perfecta de los ideales cristianos con la aplicación científica de ellos, fusión que aporta una manifestación más elevada, más espiritual, de la justicia. “La Ciencia del cristianismo viene con aventador en mano a separar la paja del trigo”, dice la Sra. Eddy. “La Ciencia declarará a Dios correctamente, y el cristianismo demostrará esta declaración y su Principio divino, mejorando la humanidad física, moral y espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 466.

¿No es ésta la justicia que estamos procurando? Oremos por los niños del mundo con la fuerza penetrante de la Ciencia divina. “Con aventador en mano” podemos separar de los niños todo lo que podría dañarlos y, así, establecer una base duradera, una base espiritual, para la justicia.

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