En nuestra industria tuvimos un paro total en el trabajo, o, en otras palabras, una huelga. Como Científico Cristiano, desde el principio vi claramente que las emociones y opiniones humanas tenían que ser puestas de lado; que la única manera de sanar esta situación discordante era mediante una confianza absoluta en la Verdad y el Amor divinos. “Una Regla para móviles y actos”, del Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, embargó mi pensamiento. Comienza así: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles y actos de los miembros de La Iglesia Madre” (Art. VIII, Sec. 1). Resolví no permitirme ninguna palabra o acción que no reflejaran un origen espiritual.
En una reunión de los jefes de nuestra compañía hice notar la necesidad de que todo se hiciera con mucha calma, para evitar animosidades. Durante todas las varias reuniones, mis oraciones abrazaban al hombre a la imagen y semejanza de Dios. También reconocían que Dios ha creado todo lo que realmente existe, y “que era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). De gran trascendencia fue el que cada vez me hallara más consciente de la omnipresencia de Dios, un hecho que hacía muy natural el orar para obtener dirección divina.
Después de presentar varias proposiciones preliminares al sindicato, todas las cuales fueron rechazadas, la industria abordó los detalles de una última proposición. Entonces uno de los representantes de la industria tomó una súbita y testaruda decisión que consistía en rebajar la oferta de la industria dejándola a sólo unos pocos centavos más por hora que una cifra previamente rechazada por el sindicato. Esta acción parecía ser muy poco inteligente, pero contó con la opinión de la mayoría, y prevaleció.
De regreso a casa después de la reunión, me di cuenta de que algo tenía que hacerse, y rápidamente, tenían que darse algunos pasos de inmediato. Cuáles serían éstos no me era claro, pero sabía que la dirección de Dios estaba a la mano. Medité sobre algunas palabras del poema de la Sra. Eddy “Apacienta mis ovejas” que comienza así: “La colina di, Pastor, cómo he de subir” (Escritos Misceláneos, pág. 397). Eliminando de mis pensamientos todo lo demás, diligentemente estudié la Lección Bíblica de esa semana en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y oré: “Perdona nuestra necedad, amado Padre, Dios” (Himnario de la Ciencia Cristiana No. 49). Súbitamente el camino a seguir fue obvio: la proposición original presentada por el sindicato, aunque había sido rechazada por la industria, era la que había de ofrecerse, y no la cifra más baja decidida posteriormente por la industria en la última reunión.
Inmediatamente telefoneé al representante de los patrones, y le hice saber mi opinión. Su apoyo fue inmediato y entusiasta. Fue interesante notar que él también había llegado a una conclusión idéntica. Telefoneé a todos los otros patrones, pero antes de cada llamada me cercioraba de que el espíritu de buena voluntad a la semejanza del Cristo precediera a mis palabras. Todos y cada uno de ellos estuvieron de acuerdo con este plan de acción.
Los detalles de la proposición final fueron discutidos entre un representante de la industria y el sindicato, y se intercambió un memorándum manuscrito. Antes de que la copia a máquina del contrato fuera terminada, el representante del sindicato informó a nuestro representante que el contrato había sido unánimemente aceptado por los miembros del sindicato. En vista del gran número de largas huelgas que tanto prevalecen, la rapidez con que ésta fue resuelta armoniosamente podría parecer increíble a algunos. Pero ¿por qué maravillarse del milagro de la gracia que ocurre por medio de la búsqueda de la dirección divina y de la confianza en esta dirección?
Durante algunos años he formado parte de la comisión directiva del Equipo Ecuestre (Olímpico) de los Estados Unidos. Una vez, cuando estábamos tomando parte en una competencia internacional, el Comité Organizador hizo una tentativa para ganar uno de los eventos mediante una rotunda falsificación de los records de tiempo. Esto aseguraría la medalla de oro a uno de sus miembros, y dejaría al nuestro fuera de la competencia. Se inició una reunión de todo un día en la que participaron cuatro países, y a veces el intercambio de conceptos se volvía áspero. Durante todo ese largo día yo estuve seguro de que una confianza radical en el poder de la Verdad divina podía, de alguna manera, resolver esta difícil situación.
En una reunión celebrada en las últimas horas de esa misma tarde, un comentario hecho por uno de los miembros del Comité Organizador (quien ignoraba que yo sabía su idioma) indicó que se daban cuenta de que el plan de ellos había fracasado, y que era aconsejable abandonar tal posición errónea para salvar las apariencias. Pude recomendar una solución que les evitara bochornos, y el miembro de nuestro equipo finalmente recibió la medalla de oro. Pero lo más importante fue que la firme confianza en la Verdad divina había evitado un incidente internacional potencialmente serio.
En nuestra familia ha habido curaciones maravillosas, pruebas de la eterna presencia del Amor divino. Pero la más sobresaliente ha sido la evidencia del aspecto profiláctico de la Ciencia Cristiana. Recuerdo bien un caso en el cual toda nuestra numerosa familia parecía estar sufriendo de alta temperatura. La oración me guió a la página 410 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, donde ella cita al Apóstol Juan: “No hay temor en el Amor, sino que el Amor perfecto echa fuera el temor...” La necesidad de vencer el temor era aparente y esto fue logrado por medio de un maravilloso reconocimiento de que la totalidad del Amor nos rodea a todos. A medida que el temor desaparecía fue desapareciendo la fiebre, y cada uno de los miembros de nuestra querida familia, uno tras otro, pudo reposar mediante un sueño tranquilo.
¡Tengo una gratitud muy profunda por el constante y tierno cuidado de nuestro Padre! El Amor infinito ha resuelto cada uno de nuestros problemas, cuando esta dirección ha sido buscada con entendimiento.
Pebble Beach, California, E.U.A.