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Obediencia e identidad

Del número de enero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando una manzana que pende de un árbol rompe su tallo, no se detiene momentáneamente para decidir si ha de obedecer o no la ley de gravedad. Cae instantáneamente al suelo. Además, mediante su norma total de obediencia a todas las leyes de la física — leyes de gravitación, de electromagnetismo, y así por el estilo — la identidad de la manzana, según las ciencias naturales, es delineada.

Similarmente, la obediencia a las leyes espirituales de Dios no es, en realidad, cuestión de sumisión voluntaria, es un hecho demostrable. Las ideas de Dios — el universo, el hombre — obedecen, sin desviarse, a la Mente, su origen verdadero. El gobierno de Dios es irresistible y totalmente bueno. Por otra parte, mediante la obediencia a la ley divina, exigida por Dios, nuestra identidad es definida y reconocida. Leyes de pureza, salud, santidad, amor y orden, que emanan de Dios, son las fuerzas que modelan el ser espiritual individual y preservan su distinción. La obediencia del hombre a estas leyes es perpetua e inevitable, pues, en realidad, el hombre no tiene mente separada de Dios con la cual contravenirlo, y no existe otra ley. La Sra. Eddy escribe: “El hombre es el linaje y la idea del Ser Supremo, cuya ley es perfecta e infinita. En obediencia a esta ley, el hombre está desarrollando perpetuamente las eternas bienaventuranzas del Ser; pues él es la imagen y semejanza de la Vida, la Verdad y el Amor infinitos”.Escritos Misceláneos, pág. 82;

La Biblia registra las leyes de Dios a medida que se revelaron progresivamente al pensamiento humano. Moisés dio la primera presentación organizada de la ley de Dios en los Diez Mandamientos. Aun cuando la ley mosaica está redactada en una serie de restricciones impuestas al comportamiento humano, esta ley es mucho más que un intento de forzar el buen comportamiento. Cuando los expresamos de manera positiva, los Diez Mandamientos sirven para definir elementos de la verdadera identidad del hombre, el cual es espiritual y siempre obediente. El hombre tiene un solo Dios, una Mente; la naturaleza del hombre es espiritual sin deseo terrenal; el hombre continuamente alaba el nombre y la naturaleza de Dios; el hombre está en incesante comunión con Dios; el hombre glorifica las cualidades que expresan al Padre-Madre Dios; el hombre refleja el amor de Dios hacia todo Su linaje; por tanto, conceptos mortales de asesinato, adulterio, robo, mentira o codicia son inconcebibles e irreales para él, irreales para la Verdad.

De manera que a medida que la persona se adhiere a la ley moral incorporada en los Diez Mandamientos, no sólo crece espiritualmente, también empieza a aprender quién es él realmente. Por último llega a reconocer que su obediencia es más que un deseo personal de hacer la voluntad de Dios; es su verdadera identidad espiritual que sale a luz. El comportamiento inmoral en los asuntos humanos, no es, entonces, mera insubordinación. Está arraigado en una mentira, en una negación de la naturaleza obediente del hombre. La Sra. Eddy declara: “Que el hombre pueda infringir la eterna ley del Amor infinito, fue, y es, ¡la mentira más grande de la serpiente! ...” ibid., pág. 123;

Al ver la obediencia a la ley moral como un proceso que ayuda a descubrir la verdadera identidad, venimos a considerar la moralidad no tanto como una cuestión de cómo debiéramos comportarnos, sino como un proceso de descubrir quiénes somos. El comportarse inmoralmente oscurece la verdadera identidad. Cuando se comprende este enfoque más profundo en cuanto a la moralidad, se refrena poderosamente toda inclinación a quebrantar la ley moral, pues nadie realmente quiere negar su verdadera identidad.

Todo fracaso de amar a Dios supremamente o a nuestro prójimo como a nosotros mismos — el requisito de la ley divina — debiera reconocerse como un engaño y encararse sobre esa base. Este engaño resulta de la influencia hipnótica de la mente carnal, la mentalidad espuria que cree que puede decidir no obedecer a la Deidad. Las creencias de esta mente falsa querrían esconder la consciencia legítima que constituye nuestra única identidad verdadera. Al comprender que la ley de Dios de perfección es suprema y que, en realidad, la obediencia del hombre a esta ley jamás vacila, empezamos a vencer toda tendencia inmoral y a expresar invariablemente nuestro amor para con Dios y para con nuestro prójimo. Experimentamos el reino de Dios dentro de nosotros: las leyes de armonía, salud y paz a las cuales se adhiere la identidad espiritual inquebrantablemente.

Las enseñanzas y obras de Cristo Jesús son una exposición sublime tanto de la ley divina como de la obediencia. Sus enseñanzas no apagan, sino que amplifican el trueno del Sinaí. Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”. Mateo 5:17; El Maestro, sin embargo, fue más allá que Moisés y mostró, mediante la desinteresada obra de su vida, que sólo el amor puede cumplir con la ley de Dios.

Las Bienaventuranzas señalan los estados de pensamiento en los cuales los impulsos de las cualidades del Cristo preponderan sobre las inclinaciones mortales, y los hechos de la identidad verdadera vienen a ser las leyes gobernantes de la existencia. Por ejemplo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”, v. 8; indica el hecho espiritual de la pureza innata del hombre. Esta pureza es un hecho porque un Dios todopoderoso y bueno no puede conocer nada que no sea la perfección de Su creación, puesto que nada existe fuera de Su totalidad que pueda dañar Su obra. Lo que Dios conoce toma la fuerza de ley, porque Su voluntad es suprema. Lo que Dios conoce del hombre constituye, entonces, la ley de pureza, y exige obediencia a ella.

Jesús sanó a los enfermos mediante su profunda comprensión de que el hombre naturalmente obedece a la ley. Toda enfermedad o pecado representa alguna supuesta insubordinación, ignorante o deliberada, contra la ley de Dios. Puesto que Jesús vio claramente que la naturaleza del hombre siempre está gobernada por la ley de Dios, la ley de la armonía, trató la discordancia como una mentira, una falsa creencia. Jesús destruyó lo que originaba las enfermedades: el temor, el orgullo y el egoísmo — todo lo que pretendía oponerse a la voluntad divina — al comprender que la ley del amor de Dios es suprema. De ese modo era revelada la integridad del hombre, y el resultado era la curación. Al hombre de la mano seca el Maestro le dijo: “Extiende tu mano”, 12:13; y tras de esa orden estaba toda la autoridad de la ley divina de salud que, en realidad, jamás había cesado de gobernar la identidad de ese hombre.

En los tiempos actuales, la ley de Dios y la explicación de la verdadera naturaleza de la obediencia han encontrado su plena y clara declaración en la Ciencia Cristiana. Esta Ciencia revela que Dios es Principio y Amor divinos y el origen de toda ley, y que el hombre es Su idea espiritual perpetuamente obediente. Explica que las leyes de Dios, establecidas por Moisés y demostradas a través de las curaciones efectuadas por Jesús, constituyen una Ciencia invariable. Por ser la Ciencia una ley universal, puede ser probada y demostrada en todo momento por cualquier persona que la comprenda.

La Ciencia Cristiana analiza también la operación de las falsas leyes materiales y explica cómo vencer su influencia. Muestra que las leyes de la materia son moldes de la falsa creencia en la fuerza material. Esta falsa creencia quisiera trastornar el orden divino al sugerir que la identidad del hombre está definida por leyes de la química, la física y la biología y, por tanto, que es vulnerable a todas las limitaciones y tensiones de la existencia material. Esta teoría mantiene que el poder de Dios se manifiesta por medio de la materia, si es que se manifiesta, y da a la materia autoridad final sobre el hombre. La Sra. Eddy vio que la ley material no es efecto de Dios, sino una negación de Su supremacía. Ella atribuyó toda inclinación a desobedecer la ley divina y toda sugestión de que la voluntad de Dios no es suprema, a la aceptación de que la materia y sus pretensiones son reales. Escribió: “Por tanto, la posición que asumo con toda conciencia al negar la existencia de la materia, se basa en el hecho de que la materia usurpa la autoridad de Dios, el Espíritu, y que la naturaleza y el carácter de la materia, el antípoda del Espíritu, incluyen todo aquello que niega y desafía al Espíritu, en cantidad o calidad”.La Unidad del Bien, pág. 31.

La ley física con sus inevitables consecuencias de enfermedad, maldad y muerte, pierde su supuesto gobierno sobre nosotros en el grado en que comprendemos que la materia no es real. La negación mental de la materia y de la ley material, abre el camino para que se demuestre que la armoniosa ley del Espíritu es la única fuerza en nuestra vida.

La humanidad goza en la actualidad de los beneficios acumulativos de las obras y enseñanzas de tres grandes reveladores de la ley de Dios: Moisés, Cristo Jesús y la Sra. Eddy. Igual en importancia al descubrimiento de la suprema ley espiritual de Dios ha sido el descubrimiento de que el hombre jamás fluctúa en su obediencia a esta ley, ni está, en realidad, subordinado a la ley física. Y es sólo por medio de la infalible obediencia a las leyes divinas de bien, que podemos conocer nuestra verdadera identidad como el libre reflejo de Dios.

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