Hace unos dos años sentí que en la parte de atrás del cuello me había salido una pequeña protuberancia. No me molestaba mucho, ni se notaba fácilmente pues la ocultaba el cuello de la camisa y mi cabello. Mi peluquero bondadosamente comentó sobre ella, sugiriéndome que debía hacerla extirpar. De cuando en cuando yo me daba tratamiento según la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), pero nunca me enfrenté con el problema enérgicamente.
Gradualmente la protuberancia fue creciendo, hasta que doce meses más tarde ya era bastante grande. Ahora, preocupado en gran manera, recurrí seriamente a la Ciencia en busca de curación. Comprendí que con mi tardanza no había sido yo fiel a las enseñanzas de Mary Baker Eddy. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras nuestra Guía escribe (pág. 390): “No permitáis que pretensión alguna de pecado o enfermedad se desarrolle en el pensamiento”. Parecía que había yo permitido que esta condición empeorara por no haber buscado un cuidadoso tratamiento en la Ciencia Cristiana. Sin embargo, también supe que, como lo dice San Pablo, “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Yo no estaba condenado a sufrir hoy por los errores de ayer. Lo que necesitaba hacer era volverme al Cristo hoy. La ley de Dios es efectiva ahora mismo, y su aplicación no puede demorarse, interrumpirse o volverse inoperante por alguna circunstancia humana, y esta verdad incluye el pasado.
Aunque oré por mí durante varios días, la protuberancia parecía ir creciendo. Decidí llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara y seguí recibiendo esa ayuda durante un mes más o menos.
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