A través de la ventana de mi oficina ubicada en un alto edificio en una activa ciudad, regularmente veo a un helicóptero recorrer la ciudad de un lado a otro. Utilizando su radio, y desde su posición elevada, el piloto informa a los conductores sobre las condiciones del tránsito a fin de disolver y evitar congestiones. Cuando observo esta operación me pregunto: “¿Qué me está enseñando? ¿Qué puedo aprender de ello sobre la metafísica divina?”
Uno de los mensajes podría ser el que una comprensión elevada acerca del dominio que Dios ha otorgado al hombre, nos capacita para ejercer la autoridad suprema de Dios. Esta percepción más elevada nos confiere el poder del Cristo sanador y salvador — la idea de la Verdad, que Cristo Jesús ejemplificó— y nos habilita para solucionar los problemas cotidianos.
Dios otorgó dominio al hombre. La palabra “dominio” significa autoridad soberana, el poder de reinar, de gobernar, de controlar. El dominio del hombre espiritual es, por lo tanto, un hecho establecido y debe reconocérselo como al alcance de todos.
La Ciencia Cristiana requiere un reconocimiento constante de este dominio, que procede de “lo alto”, del Espíritu. Cuando comprendemos correctamente a Dios y al hombre real — creado por Dios, el Espíritu, y del todo bueno y espiritual — vemos lo que significa estar en la posición de los escogidos de Dios. Reclamamos esta posición como nuestra. Y cuanto más reconocemos nuestro dominio otorgado por Dios y demostramos la bondad y espiritualidad divinas en nuestro pensamiento, tanto más obtenemos una clara percepción del gobierno que Dios ejerce sobre nuestra vida cotidiana.
Cuando reconocemos lo que verdaderamente somos, a saber, una entidad compuesta de cualidades divinas y eternas, abandonamos el falso concepto acerca del hombre como mortal o material. Manteniendo este concepto elevado de lo que es la verdadera naturaleza del hombre, descubrimos que nuestro verdadero trabajo es el de expresar estas cualidades espirituales. La Ciencia Cristiana nos llama a adoptar un ministerio sanador y a dedicar nuestras vidas al servicio de la humanidad, compartiendo nuestra comprensión del Cristo con un mundo necesitado.
Nuestro primer paso para traer orden al aparente caos de la experiencia humana es evaluar nuestro pensamiento y conducta desde un punto de vista más espiritual, y percibir mejor la manera de utilizar nuestro tiempo y ver a qué tareas debemos dedicar nuestras energías. Esto puede lograrse respondiendo a las elevadas exigencias del Principio. A medida que nos elevamos más hacia la altitud de la Mente, tornándonos de la materia al Espíritu y viendo que la perfección es una condición presente, los buenos resultados en nuestro trabajo de curación serán más efectivos y rápidos. Podremos separar con más facilidad lo que es espiritualmente real de aquello que presenta el concepto material, el cual es irreal, en cada problema que enfrentemos. Paso a paso iremos perdiendo nuestra confianza en la materia así como nuestra dependencia en el cuerpo humano para la salud. Y percibiremos y demostraremos en mayor grado nuestra verdadera identidad.
El practicista de la Ciencia Cristiana trabaja, como lo hacía Jesús, para mostrar las realidades del ser. La naturaleza de esta práctica es, en esencia, divinamente mental; demuestra dominio. La Sra. Eddy indica la base del tratamiento en la Ciencia Cristiana al escribir: “El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta, — Dios perfecto y hombre perfecto,— como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud, pág. 259; Esta regla de curación, establecida en el pensamiento, nos proporciona una perspectiva correcta y nos capacita para sanar con autoridad irresistible. El practicista se esfuerza por elevar su pensamiento a las alturas de la Mente divina y por mantenerlo en esa ventajosa posición. Desde esta perspectiva puede ver la nada de todos los males humanos — ya sea que éstos se presenten como peligro, enfermedad o carencia — y sentir la presencia de la seguridad y satisfacción eternas.
Para mantener la visión científica se requiere estricta disciplina mental. Exige de nosotros el aceptar de manera radical el gobierno de la Mente si es que nuestra demostración en la Ciencia Cristiana ha de ser consecuente. La Sra. Eddy pone énfasis en esta regla invariable al decir: “En este punto fundamental, una tendencia de tradicionalismo tímido es absolutamente inadmisible. Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”.ibid., pág. 167; Sostener tal posición requiere especial convicción acerca del poder que ejerce lo verdadero sobre lo erróneo, el bien sobre el mal, y ¡demostrar la pericia y precisión de un piloto entrenado! Pero podemos fehacientemente dar prueba de dominio cuando buscamos los caminos de Dios y somos fortalecidos por Su Cristo, la idea verdadera.
Cierta vez sané de una gripe manifestada en su peor forma al elevar mi pensamiento por encima de la neblina de la creencia falsa colectiva en la gripe, creencia que había resultado en una epidemia. Como se creía que la enfermedad era contagiosa, me di cuenta de la necesidad de percibir que el hombre, por ser espiritual, no está rodeado de mortales, sino que está a solas con Dios y Sus ideas. Al aceptar esta visión elevada de la situación, perdí todo temor y encontré una seguridad tan profunda que me protegió durante la experiencia aparentemente peligrosa. ¡Y sané!
Describiendo el método de curación científica, la Sra. Eddy dice de la Ciencia Cristiana: “Es el advenimiento de Cristo, que destruye el poder de la carne; es la derrota del error por la Verdad; lo cual, al comprenderse, capacita al hombre para elevarse por encima del testimonio de los sentidos, asirse de las eternas energías de la Verdad, y destruir la discordancia mortal con la armonía inmortal — las grandiosas verdades del ser”.Escritos Misceláneos, págs. 96–97. Por medio del impulso divino del Cristo, podemos elevarnos por sobre el clamor y el caos de la creencia mortal y ayudar a satisfacer las necesidades presentes de la humanidad mediante la revelación de la Ciencia Cristiana.