El aprendizaje no es pasivo.
Aunque siempre hayas considerado que el proceso del aprendizaje es semejante a la acción absorbente de una esponja, ahora mismo puedes empezar a interesarte mas activa y significativamente en tu educación.
Descubrí esto el primer año que asistí a la Facultad de Derecho. Una de las asignaturas que debía cursar obligatoriamente era Procedimiento Civil. En ella se trataba a fondo cómo había que actuar en un juicio civil, como, por ejemplo, saber el Estado y el tribunal con jurisprudencia para entablar un juicio, la forma correcta de iniciar una demanda y los elementos necesarios para hacerlo, si podían intervenir otras partes en el mismo juicio, y así por el estilo. Debido a que me parecía que el tema del curso se centraba en formalidades en lugar de en conceptos que me interesaban, sentía aprensión de tener que tomar esa clase. Con toda seguridad que sería aburridora. Y ¡así fue exactamente! Para colmo, era mi primera clase en la mañana, y tenía que hacer un gran esfuerzo para mantenerme alerta.
Al cabo de unas semanas descubrí con asombro cuán limitado era el punto de vista que había yo aceptado acerca del curso y de mí misma. Estaba pensando que el profesor era un mortal que, si bien podía ser un excelente investigador, como docente no tenía la capacidad para estimular a sus estudiantes ni para aclararles un tema. Otra creencia era que mientras un estudiante tenía aptitudes para una asignatura determinada, otra diferente podía confundirlo, frustrarlo o aburrirlo.
Éste era básicamente el mismo desafío que enfrentaban muchos estudiantes: la sugestión de que “me interesan las matemáticas, pero el idioma español es demasiado subjetivo”. O, a la inversa, “me fascinan las clases de ciencia política, pero soy malo para los números”. Al aceptar la sugestión de que no era buena en ese curso especial, me era imposible contribuir intelectualmente a la clase y me sentía frustrada por no participar activamente. El no poder concentrarme más de cinco o diez minutos durante esa hora de la mañana constituía para mí otro problema.
Empecé a orar reconociendo, según lo enseña la Ciencia Cristiana, que Dios, la Mente, es la fuente de toda inteligencia; y, por lo tanto, como reflejo de la Mente, el hombre expresa inteligencia de manera natural y sin esfuerzo. Cristo Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Juan 5:30; Pero por cierto que esto no quería decir que él nunca logró nada. ¡Todo lo contrario! su vida fue un modelo de logros. Su declaración se refería al hecho de que Dios, no una personalidad material, era la fuente de todas las cualidades que él expresaba.
La Mente es infinita. El comprender esto me ayudó a darme cuenta de que las ideas creativas no son limitadas. Cada uno de nosotros está recibiendo constantemente infinidad de ideas originales que provienen de Dios. Podemos empezar a desafiar el concepto limitativo de que somos buenos en una asignatura y malos en otra, puesto que la Mente se expresa universalmente. La expresión de la inteligencia no se limita a cierto tipo de cursos.
Actué de acuerdo con este discernimiento, pensando de manera más creativa y tomando parte en intercambios de ideas en clase. Entonces pude entender mejor el tema, y ver lo profundo de éste con mayor claridad. El curso fue un estímulo, y ya no me parecía tan detallado y técnico.
El siguiente pasaje de una de las cartas de Pablo a los Corintios revela la esencia de cualquier actividad de valor: “Si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia... y no tengo amor, nada soy”. 1 Cor. 13:2; Todo desempeño, ya sea dar un discurso, tocar la flauta, participar en un partido de tenis o intercambiar ideas en clase, tiene valor real sólo en la medida que esté impulsado por el Amor, que sea la expresión de las ideas del Amor. Me di cuenta de que no era suficiente tratar simplemente de obtener una comprensión intelectual sobre la asignatura. También era necesario expresar amor.
El primer paso fue llegar a valorar más todo lo bueno que se evidenciaba en el profesor y en la clase. Al ver al profesor como el reflejo de la brillante habilidad del Alma, Dios, pude apreciar su inteligencia, su sentido de humor y su método para conducir la clase de tal manera que nos hacía pensar profundamente en los temas y llegar a conclusiones cuidadosamente razonadas. Comprendí que la Mente, después de todo, era la fuente de su verdadera inteligencia, y por eso podía rehusarme a atribuirle una habilidad limitada para comunicarse con la clase. La Sra. Eddy lo resume en Ciencia y Salud: “La comunicación va siempre de Dios a Su idea, el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 284–285. Esta verdad disminuyó mi sensación de depender del profesor y empecé a entender la materia.
También tuve que examinar mi motivo para querer contribuir en el intercambio de ideas en clase. Todo deseo de impresionar al profesor o intimidar a mis compañeros cedió a un deseo de expresar las cualidades de Dios, tales como inteligencia, originalidad e inventiva. Comprendí que así como el profesor y los demás estudiantes también eran, en su ser verdadero, reflejos de Dios, así ellos también expresaban estas cualidades.
Finalmente, la falsa sugestión de no poder concentrarme a una hora tan temprana de la mañana fue anulada por el reconocimiento de que la inteligencia infinita de la Mente no está limitada por el tiempo y, por ende, el hombre, la expresión de esa inteligencia, tampoco lo está. Me hice esta pregunta: “¿Estás separada de la Mente durante una hora todas las mañanas?” Comprendí que era rídiculo imaginar que uno sólo expresa inteligencia a ciertas horas del día. La actividad de la Mente nunca cesa.
En pocas semanas dejé de ser una observadora semiapática en mi clase y fui una participante entusiasta. Todos podemos desafiar y corregir cualquier pensamiento incorrecto acerca del método educativo. Los métodos educativos de hoy en día necesitan del interés del estudiante tanto como el estudiante necesita interesarse activamente en estos métodos.