Tanto nuestra comunidad como nuestra vida están verdaderamente sostenidas por el tierno y protector cuidado de Dios. No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de comprobar el gobierno de Dios en mi vida. La ciudad donde yo asistía a la universidad estaba pasando por un período de gran temor debido a la extensa publicidad que se había dado sobre delitos perpetrados contra mujeres. Como estaba haciendo mi práctica de maestra en una escuela superior pública, había oído hablar mucho sobre este asunto. No estuve alerta para negar la creencia de que el hombre podía ser o un pecador o una víctima; no enfrenté esta sugestión mediante la oración. En la Ciencia Cristiana aprendemos que, realidad, el hombre es el hijo de Dios, hijo que ama y es amado. Dios, nuestro Padre y Madre, nos ama, guía, y sostiene a todos. Armados con este conocimiento, jamás tenemos por qué temer. Sin embargo, estaba equivocada al pensar que no era necesario que yo orara por esta clase de problema porque yo nunca tendría nada que ver con delitos.
Una noche, mi amiga y yo regresamos temprano a casa, al departamento que compartíamos en la ciudad. Antes de quedarme dormida, leí un artículo que una amiga había escrito para el Christian Science Sentinel. Me concentré en reconocer a toda la humanidad como mi familia, entonces me quedé dormida, sintiéndome en paz. A las tres de la mañana me desperté al sentir que algo me oprimía la cara y el cuello. Al principio, pensé que mi compañera me estaba haciendo una broma, mas cuando pregunté quién era y sentí que me oprimían más fuerte, comprendí claramente que no era una broma ni era mi amiga. Vi que me atacaba un hombre que había entrado al departamento por la ventana.
El temor de que me hiciera daño fue instantáneamente reemplazado por la dulce seguridad de la presencia de Dios. Cuando pude hablar dije con voz entrecortada: “Usted es el hombre de Dios”. Al declarar esta verdad supe que Dios, el bien, estaba conmigo, cuidándome y guiándome. Cuando pude hablar de nuevo, declaré: “Usted es el hijo de Dios”. En ese momento una fuerza superior a la mía apartó al hombre de mí empujándolo hasta al centro de la habitación, y pude pedir auxilio. Entonces apresuradamente salió pasando por el lado de mi compañera que estaba a la entrada de su habitación. Dios me había protegido en una situación peligrosa. En ese momento me dí cuenta claramente de que jamás podía estar fuera de la protección de Dios. Aunque el hombre me golpeó en la cara dos veces con el puño, en ningún momento sentí dolor. Me dí cuenta de que la seguridad no dependía de arma alguna ni de la presencia de otra persona. La seguridad, al igual que la fuerza, derivan de Dios.
Fue necesario recordar los detalles de este incidente para informar a la policía. Todos los oficiales con quienes hablé se maravillaron de que no se me hubiera hecho daño o silenciado con un arma. Aunque casi todos pensaron que yo sencillamente había tenido mucha suerte, una mujer detective, al leer mi informe, me miró y dijo: “Dios te salvó”. Me sentí agradecida de que ella reconociera la verdad.
En los meses siguientes fue un desafío ver que esa experiencia no era parte de la realidad de Dios, y que no debía recordarla una y otra vez. Mediante la oración de una practicista y la ayuda de familiares y amigos, logré sanar del temor. Una familia llena de amor me abrió su hogar incluyéndome en su seguridad de que la gloria de Dios había sido evidente en mi vida. Un himno favorito en ese tiempo incluye las palabras (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 148):
No teme cambios mi alma
si mora en santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.
Si ruge la tormenta
o sufre el corazón,
mi pecho no se arredra,
pues cerca está el Señor.
Por cierto que mi gratitud hacia Dios por la Sra. Eddy y por su descubrimiento, la Ciencia Cristiana, no tiene límites. Ésta es solamente una de las muchas curaciones que yo he tenido mediante el estudio sistemático de esta Ciencia. Todos los días recibo bendiciones. Mi actual trabajo como maestra en una escuela superior requiere que diariamente yo vea al hombre como es en realidad, completo y recto. Los frutos de esa manera de pensar son ilimitados. Me es imposible concebir la vida sin la Ciencia Cristiana, y me siento verdaderamente agradecida por la instrucción en clase Primaria, donde los estudiantes aprenden sobre su continua relación con el Padre-Madre Dios. Por el amor, seguridad y alegría que nos pertenecen a todos, doy gracias a Dios.
Middletown, California, E.U.A.