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A una temprana edad, comencé a leer y ver con regularidad material...

Del número de junio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A una temprana edad, comencé a leer y ver con regularidad material pornográfico. Aunque educado en un hogar de Científicos Cristianos, en ese tiempo no veía ningún mal en esa actividad.

Cuando estaba en la universidad empecé a darme cuenta de lo ilógico que era leer y ver pornografía y también estudiar Ciencia Cristiana. Hice un verdadero esfuerzo por liberarme de ese hábito, y sentí que lo había logrado con éxito. Sin embargo, después de haber terminado mis estudios universitarios esa tendencia volvió a surgir en forma aún más intensa. Entonces me di cuenta de que esto era algo más que un mero hábito; se había vuelto una manera de pensar. Me di cuenta de que para contrarrestar esto era necesaria una regeneración y purificación de consciencia.

La experiencia me había demostrado que cuanto más profundamente me absorbía en la pornografía, menos era capaz de percibir mi verdadera identidad como hijo de Dios. La Sra. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 550): “La contemplación continua de la existencia como material y corporal, — como teniendo comienzo y fin, y con nacimiento, decadencia y disolución como fases constituyentes — oculta la Vida espiritual y verdadera y hace que nuestro estandarte se arrastre por el polvo”.

Desde el principio fue obvio para mí que lo que veía en la pornografía no era representativo del hombre de Dios. Estaba muy lejos de ser la expresión de la Vida incorpórea. Lo que se presentaba a la consciencia humana era un marcado énfasis en la falsa creencia de que la vida en la existencia material era espléndida. En mi lucha por liberarme de una atracción hacia este falso concepto del ser, tuve que denunciar cada una de las excusas que había utilizado para justificar mis acciones. Había sido fácil argumentar que la literatura obscena me atraía porque era una atracción física natural. Sin embargo, Ciencia y Salud declara (pág. 102): “Sólo hay una atracción real, la del Espíritu”. Comencé a comprender que como Dios, el Espíritu, es omnipresente, y la única atracción real, mis pensamientos y acciones no podían ser dominados por nada que fuese distinto al Espíritu, por nada que fuese impuro.

La mentira más engañosa y sutil que debía ser descubierta era la creencia de que, si bien leía material pornográfico, yo era, en cierta manera, moralmente mejor que los que tomaban parte en los actos que se ilustraban. Durante el Sermón del Monte, Cristo Jesús aclaró el mandamiento referente al adulterio. Él dijo (Mateo 5:28): “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Al razonar sobre esto, pude ver que en realidad era cierto.

Después que sané completamente, por algún tiempo pensé que me era imposible reconocer dicha curación públicamente. Sin embargo, aun este último vestigio de temor sanó por medio del estudio de los escritos de la Sra. Eddy. Refiriéndose a la destrucción del pecado ella escribe (Ciencia y Salud, pág. 339): “La destrucción del pecado es el método divino de perdonar. La Vida divina destruye la muerte, la Verdad destruye el error, y el Amor destruye el odio. Cuando el pecado es destruido, no necesita otra forma de perdón”.

La espiritualización del pensamiento necesaria para vencer la tenaz pretensión de atracción a la pornografía llegó cuando subordiné mi vida al Espíritu divino. Al abandonar la creencia de vida en la materia, empecé a verme a mí mismo y a otros como ideas puras de Dios. Así, mediante mi sumisión a la omnipresencia del Amor, fueron vencidas las limitaciones degradantes de la lujuria.


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