Hace algunos años perdí a una amiga muy querida y a dos conocidos a quien apreciaba. En cada caso, la causa del fallecimiento fue diagnosticada como cáncer. Los síntomas y el sufrimiento asociados con esta enfermedad se arraigaron en mi pensamiento. Es más, el temor latente a esta enfermedad era tan profundo que cuando me di cuenta de que tenía un tumor interno en el cuerpo me sentí aterrada y casi sufrí un ataque de nervios.
Me consideraba una Científica Cristiana leal, un miembro muy activo de la iglesia, y quería apoyarme en la Ciencia Cristiana para mi curación. Pero lo serio de esta situación me alarmó de tal manera que empecé a temer que mi familia fuese a insistir en que me sometiera a tratamiento médico. Literalmente, temblaba de miedo, ante la dramatización estilo Hollywood, que me presentaba la mente mortal: el cuadro de una madre abnegada muriendo valientemente y dejando a sus hijos pequeños.
Fue una practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), quien mediante su convicción espiritual y su alentadora percepción del Cristo, me convenció que yo no tenía por qué morir; y fue mi madre quien cariñosamente me instó a que leyera otra vez la profunda obra de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, con una actitud “solamente de agradecimiento de que esta era la verdad”.
Mi comprensión acerca de Dios fue creciendo, y se operaron muchos cambios en mi carácter durante este largo y lento proceso transformador. La mayor parte del tiempo en que estaba sola, estudiaba la Biblia y Ciencia y Salud, y oraba para vencer errores que estaban profundamente arraigados en mi pensamiento y que comenzaban a salir a la superficie, tales como amargura, resentimiento y egoísmo.
Cada día durante varios meses, la acción de la Verdad me daba un nuevo discernimiento espiritual para disipar los conceptos erróneos mortales que por ignorancia había albergado. Me decía a mí misma, “Esto se terminó. Me he sanado”. Pero el dolor siempre volvía, y con él un profundo desaliento, en lugar del temor paralizante.
Mi marido no es Científico Cristiano. Un día, obviamente en respuesta a mi necesidad de apoyo, me alentó a que me sintiera en libertad de estudiar Ciencia Cristiana aun con la familia a mi alrededor. Él fue muy amoroso, nunca me preguntaba acerca del problema, sino que se mostraba tierno y paciente con mi llanto. Sentí que parte del peso que me abrumaba había desaparacido, el peso de sentir que los demás cuestionaban o se oponían a mi posición respecto a la Ciencia Cristiana.
Durante un tiempo pasé las veladas en un mundo aparte. A pesar de estar sentada en la sala con mis hijos y mi marido, estaba, en cierto modo, separada de lo que sucedía a mi alrededor, absorbiendo las verdades de Ciencia y Salud y consciente únicamente del amor, el consuelo y la bondad que me rodeaban.
La practicista que me ayudaba me alentaba a estar consciente de la belleza, a fin de reemplazar las feas imágenes de la enfermedad que había permitido que se enconaran. Me hizo ver que Dios es Alma. Ciencia y Salud y la Biblia se convirtieron en mis mejores amigos, alimentando mis sentidos espirituales.
Descubrí que todo lo que era hermoso en la naturaleza y en los libros, incluso los colores de las cosas que me rodeaban, se magnificaba. Recuerdo que me deleitaba ante la vista de las frágiles ramas de un árbol cubiertas de hielo, brillando bajo las luces de la calle. No había nada superfluo en el alimento que obtuve de estas hermosas imágenes. La música, la poesía y la pintura añadieron inspiración a través de una mayor percepción del orden infinito, la armonía y la grandeza del Alma. Para mí, era una señal de progreso que me traía salud y regeneración. La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud (pág. 66): “Cada fase sucesiva de la experiencia desenvuelve nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos”.
Durante todo este tiempo continué desempeñándome como representante local de circulación del The Christian Science Monitor, como maestra de la Escuela Dominical, y en otras tareas en la iglesia. Ahora me doy cuenta de que esto fue una parte vital y práctica del proceso de curación. La verdad de las palabras de la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos me resultan claras (pág. 343): “Por muy pronto que dejemos de ver que la enfermedad no está en el cuerpo, sino que la enfermedad está en la mente mortal, y que su cura está en trabajar para Dios, nunca será demasiado pronto. El pensamiento debe ser mejorado, y la vida humana debe ser mejor utilizada, para que la energía divina impulse hacia lo alto”.
A veces el dolor era tan agudo, que no podía creerlo, y casi esperaba que de pronto se produjera un ajuste interno dándome alivio inmediato. Pero la curación total se produjo, en este caso, sin señales espectaculares. Gradualmente, mi preocupación por el problema fue disminuyendo, hasta que mi convicción y mi fe en el poder total y la presencia de Dios se fue haciendo más fuerte que mi creencia en la pretensión de la materia respecto a la malignidad. El temor al cáncer fue destruido del mismo modo que el Maestro destruía la enfermedad y la muerte (Ciencia y Salud, pág. 428): “Una demostración de las verdades del Alma según el método de Jesús transforma las visiones obscuras del sentido material en armonía e inmortalidad”. Me di cuenta de que tanto el dolor como todos los síntomas hacía tiempo que habían desaparecido.
Pittsburgh, Pennsylvania, E.U.A.