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De joven, durante unos nueve años tuve que guardar cama muy a...

Del número de junio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


De joven, durante unos nueve años tuve que guardar cama muy a menudo debido a un violento tipo de asma y a una condición nerviosa. Todos los métodos médicos de curación habían fracasado, incluso hasta una visita a especialistas alemanes en el extranjero. Poco después de volver de Alemania, mi madre sanó, mediante la Ciencia Cristiana, de un desorden digestivo del cual había padecido por años. Pero me opuse a su recomendación de que probara con la Ciencia Cristiana, no debido a prejuicio religioso alguno, sino a informaciones falsas referentes a la Sra. Eddy que circulaban en los medios noticiosos de ese tiempo.

Entonces un día el médico me dijo que era posible que me muriera dentro de poco. Fue entonces que pedí tratamiento en la Ciencia Cristiana, y me curé. La curación fue tan completa y permanente que cinco años después pasé rigurosos exámenes físicos para poder alistarme como aviador naval en la Primera Guerra Mundial.

La instrucción en clase de la Ciencia Cristiana fue para mí un paso valioso. Me di cuenta más cabalmente que nunca de la infalible presencia sanadora de Dios. La Biblia nos dice (Proverbios 3:5, 6): “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Esto fue para mí un pensamiento guiador en mi vida, el cual, sin excepción, demostró ser verdadero.

Hace muchos años, una compañía en la cual trabajaba se vio de pronto al borde de la bancarrota. Esto me tomó completamente de sorpresa. El presidente, quien era el responsable de esta situación financiera, trató de obtener nuevo capital para evitar la bancarrota, y descubrí que un amigo mío acababa de invertir una suma de importancia en la compañía. Cuando telefoneé a este amigo, supe que había sido mal informado en cuanto a la situación de la empresa y que, además, había sido persuadido a invertir capital en la compañía debido a mi conexión con ella. Le aconsejé que suspendiera el pago de su cheque, aun cuando mi gerente me había amenazado con despedirme si lo hacía. Decidí presentar mi renuncia.

Poco después, un amigo me habló acerca de una oportunidad comercial en la ciudad de México, de manera que mi esposa y yo fuimos allí para averiguar más sobre esta posibilidad. Después de ahondar más en el asunto decidimos no entrar en este negocio. Seguíamos, no obstante, bajo la dirección de Dios, pues el resultado del viaje fue una vacación maravillosa que me guió a una carrera que he seguido disfrutando durante treinta años a partir de entonces.

Habíamos pedido prestada una filmadora, y fotografiamos el exótico y pintoresco país de México para nuestro propio disfrute. Entonces, después de volver a nuestro país exhibí la película a amigos y para propósitos de beneficencia. En una de estas exhibiciones, sin yo saberlo, se encontraba entre los concurrentes un reputado agente contratante, nacionalmente conocido, y quedó tan impresionado con la película que me alentó a hacer una gira por el país, exhibiendo y narrando la película.

Desde entonces he tomado películas en más de veintidós países, y en todas partes — incluso en cuatro países comunistas — hallamos sincera amistad y cooperación, que superaron barreras políticas, religiosas y de lenguaje.

En uno de los viajes por este país, mi esposa estaba conmigo. Era a mediados de invierno, e inesperadamente cruzamos una faja de hielo que hizo patinar nuestro automóvil sacándolo de la carretera. Dimos de costado contra un gran árbol y, aunque yo no resulté herido, mi esposa parecía estar muerta. Rehusé aceptar esta evidencia de lo que estaba ocurriendo y empecé a leer en alta voz de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Le hablé con firmeza a mi esposa y le dije que repitiera las verdades sanadoras que yo estaba leyendo. Especialmente insistí en que repitiera este pasaje (ibid., pág. 424): “Bajo la Providencia divina no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”. Pasaron más de veinte minutos antes de que se viera que comenzaba a recuperar el conocimiento.

Vino la policía, y una ambulancia nos llevó al hospital de una ciudad cercana. El personal médico quería hacerle una transfusión de sangre inmediatamente, pues temían por su vida. Esto no lo permití y les expliqué que éramos Científicos Cristianos y que no deseábamos ayuda médica, aunque sí permití que le sacaran una radiografía. El personal fue muy atento y cooperador.

La radiografía mostró muchos huesos fracturados — especialmente la pelvis — y la perforación de un pulmón. Continué afirmando que mi esposa estaba bajo el cuidado de la divina Providencia, al mismo tiempo que traté durante cerca de una hora de ponerme en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana. Mientras tanto le fue tomada otra radiografía, la que mostró que todos los huesos se habían encasado y la perforación del pulmón se había cerrado. Su mejoría estaba comenzando a manifestarse, y aun cuando los médicos pronosticaron que no podría caminar durante tres meses, dentro de un mes se encontró caminando: completa y permanentemente sana.

Soy miembro de La Iglesia Madre desde hace cincuenta años, ¡y qué maravillosos y fecundos han sido estos años!

Todo esto, y mucho más, ha sido posible gracias a nuestra Guía, quien, habiendo encontrado a Dios y al Cristo, dedicó su vida para compartir con nosotros su descubrimiento inapreciable, la Ciencia Cristiana, la revelación de la Verdad venida de Dios a Su mensajera. Mi gratitud a Dios y a la Sra. Eddy no puede expresarse con palabras.


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