De joven, durante unos nueve años tuve que guardar cama muy a menudo debido a un violento tipo de asma y a una condición nerviosa. Todos los métodos médicos de curación habían fracasado, incluso hasta una visita a especialistas alemanes en el extranjero. Poco después de volver de Alemania, mi madre sanó, mediante la Ciencia Cristiana, de un desorden digestivo del cual había padecido por años. Pero me opuse a su recomendación de que probara con la Ciencia Cristiana, no debido a prejuicio religioso alguno, sino a informaciones falsas referentes a la Sra. Eddy que circulaban en los medios noticiosos de ese tiempo.
Entonces un día el médico me dijo que era posible que me muriera dentro de poco. Fue entonces que pedí tratamiento en la Ciencia Cristiana, y me curé. La curación fue tan completa y permanente que cinco años después pasé rigurosos exámenes físicos para poder alistarme como aviador naval en la Primera Guerra Mundial.
La instrucción en clase de la Ciencia Cristiana fue para mí un paso valioso. Me di cuenta más cabalmente que nunca de la infalible presencia sanadora de Dios. La Biblia nos dice (Proverbios 3:5, 6): “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Esto fue para mí un pensamiento guiador en mi vida, el cual, sin excepción, demostró ser verdadero.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!