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[Original en español]

Mi esposa estuvo durante un año recluida en un sanatorio bajo tratamiento...

Del número de junio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi esposa estuvo durante un año recluida en un sanatorio bajo tratamiento médico, y su condición era muy alarmante. Prácticamente había perdido los sentidos del gusto y el oído, y sufría de grandes convulsiones. Una parte de la cara estaba paralizada, y su razón estaba totalmente alterada. Debido a su estado, pesaba la mitad de lo que antes pesaba.

A pesar de su constante atención, los médicos no lograban encontrar una solución médica para ella.

Un familiar muy allegado, quien es Científico Cristiano, sabía de nuestro problema, y me dijo: “¿No será ésta la prueba para que tú vuelvas a la Ciencia Cristiana?” Esta pregunta produjo un gran impacto en mí, y me hizo recapacitar sobre lo que yo había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando niño. Hacía muchos años que había dejado el estudio y práctica de esta Ciencia.

Al domingo siguiente fui con ese familiar al culto que ofrecía un grupo de Científicos Cristianos en la comunidad. Allí me presentaron a una practicista, la que me dio hora para ser atendido en su oficina.

Mi pensamiento empezó a encauzarse en un camino más espiritual, gracias al trabajo de oración de la practicista y a mi estudio. Y en un mes mi esposa comenzó a recuperarse. La dieron de alta en el sanatorio, y dos días más tarde toda la familia — mi esposa, nuestros tres hijos y yo — concurrimos a la dedicación del edificio que hoy en día es nuestra querida filial de la Iglesia de Cristo, Científico.

Al día siguiente todos fuimos con mi esposa a visitar a la practicista. Por primera vez — después de meses de silencio y de haber vivido con el veredicto médico de que sus oídos estaban perdidos — ella pudo oír lo que la practicista decía, y repetir con lágrimas en los ojos las palabras. Fue entonces que empecé a darme cuenta de la copiosa promesa de las palabras de Cristo Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32).

Mi esposa fue progresando continuamente de ahí en adelante, y en la actualidad está libre de los muchos problemas que antes parecían tan abrumadores. Ahora lleva una vida normal y sana.

Gracias, Padre, por el nuevo camino de salud, paz y armonía por el cual transitamos toda la familia, y por el reino del Amor divino que nos rodea.


Quiero confirmar el testimonio de mi esposo y expresar mi profundo agradecimiento por ser hoy una persona verdaderamente nueva. Agradezco a la abnegada practicista, quien, con su trabajo metafísico, hizo posible que mis familiares y yo percibiéramos el camino que conduce al entendimiento de la verdad que sana.

Como la Ciencia Cristiana es demostrable, puedo decir que la uso con gozo para realizar todas las tareas de mi casa. Trabajo también como bibliotecaria en la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Mi esposo y una de mis hijas son ujieres en nuestra iglesia, otra hija es maestra de la Escuela Dominical, y nuestro hijo, el más pequeño, es alumno de esa misma Escuela Dominical. ¡Gracias, Dios, por esta nueva familia!

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